Dos preguntas me parecen fundamentales sobre la izquierda dominicana: ¿cuál es la conciencia de izquierda en la República Dominicana? ¿Hay una nueva izquierda en el país? Aceptando que ha existido un movimiento de izquierda, como en toda América Latina, que conserva algunos rasgos comunes con los partidos, revoluciones y gobiernos de izquierda tanto del siglo XIX como del siglo XX europeo, dilucidar cuál es el grado de influencia de estos últimos sobre los primeros es una empresa que desborda los límites del presente escrito. De todos modos, algunas notas para abrir el debate y motivar a la reflexión crítica en aras de generar una nueva conciencia.

Algunos acontecimientos de izquierda en América Latina generaron una pasión política (Lipovetsky) sin precedentes con el fin de conquistar una justicia social para todos. En términos de revoluciones dos momentos estelares: la revolución cubana (1959) y la revolución sandinista (1979-1990). De ningún modo son estos los únicos movimientos de izquierda en nuestro continente, sino que a mi juicio representan el punto álgido de la izquierda, pues las repercusiones y el entusiasmo que generaron estas revoluciones en el compromiso de miles de jóvenes no lo lograron ni la revolución mexicana de 1910-1920, ni la lucha guerrillera del propio Augusto Sandino (1927-1933) o cualquier gobierno antiimperialista ocurrido antes de la caída del bloque socialista en la Unión Soviética. 

Ambas gestas mostraron que la vía pacífica aceptada por el socialismo de los partidos obreros, que fue la doctrina que nutrió la ideología de izquierda, no era la adecuada para la toma del poder, sino la vía armada enarbolada por la facción comunista cuya doctrina estaba animada por el marxismo-leninismo (C. C. Salazar). La pasión por el pueblo se hizo una cultura rebelde: ser joven y ser revolucionario era la misma cosa. De ahí que se identificara en nuestra juventud de los años sesenta y setenta la guerrilla, los movimientos de izquierda, el antiimperialismo y la lucha de clases como partes de un proyecto común: la sociedad más justa. La muerte de Caamaño en 1973 es el final de la esperanza armada en nuestro país (Matos Moquete) y, por ende, el fin de la “vieja izquierda” revolucionaria en República Dominicana. Añada a este hecho la destrucción de los sindicatos (Sitracode, por ejemplo) y la deshonra pública de los líderes sindicales por el último Balaguer.

Con excepción de Cuba, la izquierda revolucionaria latinoamericana adoptó la democracia tan pronto sucedió la caída del bloque socialista en 1991. Hugo Chávez (1999-2013), Evo Morales (2006), Rafael Correa (2007-2017) son los representantes de la nueva izquierda latinoamericana, o el socialismo del siglo XXI, cuyo discurso abandona las armas y adopta el de las constituciones, las leyes y la estructuración del aparato estatal en pro de un mayor gasto social. Las palabras claves de la nueva izquierda no son ya “revolución”, “lucha de clases”, etc.; sino “inequidad”, “justicia social” y comparten con la vieja izquierda el antiimperialismo como ofensiva a la política de injerencia norteamericana.

En nuestro país no hemos tenido, de ningún modo, esa nueva izquierda dominicana. Es más, los remanentes de la vieja izquierda criolla se montaron en el barco de la democracia, abandonaron el colectivismo utópico por el individualismo burgués capitalista y, muchos de ellos, otrora jóvenes rebeldes y huelguistas forman parte del cuadro político vigente abanderado de la impunidad y la corrupción administrativa. 

El proyecto de Alianza País en el país, no el de Ecuador, ha sido la cuna natural para el remanente de la izquierda dominicana que no ha logrado participar del poder en nuestra vida democrática. Es un proyecto que aún no despierta la adhesión de las masas, no obstante, establezca en sus principios un anhelo de equidad y justicia social similares a los soñados por la izquierda revolucionaria.

¿Hay una nueva izquierda en nuestro país? De ningún modo. Es una empresa que necesita de un nuevo liderazgo y a juzgar por el ambiente político no aflora en el horizonte un líder capaz de aglutinar en un proyecto renovador de tal calibre a la apática y frustrada sociedad actual. Hoy cobra fuerza el movimiento hacia acciones puntuales, como la marcha verde, pero sin la generación de un liderazgo atrayente, capaz de generar pasión política.