Nos llenamos los días de historias que parecen sacadas de la ficción, de películas que vemos en la pantalla y no de una realidad que puede estar muy cerca de nosotros o que podemos vivirla directamente. Horrorizados vemos y escuchamos los relatos de los medios, unos objetivos, otros que aportan su toque de sensación, pero todos buscando informar, a su modo, a los espectadores en la sociedad.

Algunos hacemos el ejercicio de ponernos en los zapatos de cada una de las partes, siendo empáticos y tratando de entender las razones, los motivos, las consecuencias, el pasado, el futuro, es de volverse locos hacerlo, pero eso me lleva siempre a preguntarme, ¿Qué nos puede poner en el papel de víctimas? ¿Qué nos puede encaminar a ser victimarios? ¡Y que de ser ambos personajes Dios nos libre! Pero cuantas veces habrán dicho los protagonistas de esas horribles historias, alguna frase de fe, alguna frase de convicción de su bondad y de incapacidad de ser el malo de la película, o, al contrario, cuantas veces hemos negado la capacidad de otros de hacernos daño y hemos tenido total confianza en ellos.

Y va más allá, ¿Cuántas veces hemos sido capaces de pensar que uno de los dos roles lo puede jugar alguien cercano? Un familiar, un amigo, un vecino, un compañero de trabajo o cualquier conocido. Sólo nos volvemos eco de los hechos, desde lo simple hasta lo magnificado, juzgamos, condenamos, maldecimos, y no solo al victimario, algunos juzgan a las víctimas y hasta las culpan. Otros ven los terceros en la historia, la familia, la justicia humana, las faltas de controles, de mecanismos de prevención segura, o la ausencia de todo el circulo alrededor del hecho, que engrava más la situación.

Me pregunto, ¿Qué podemos hacer? ¿Qué estamos haciendo para tener menos traumas en nuestro entorno, menos violencia, menos incomprensión, menos caminos tronchados, menos odio, menos rechazo, menos intolerancia, menos presión psicológica? Cómo podemos detectar comportamientos erráticos y apoyar a canalizar esas motivaciones negativas hacia la sanación y la integración en una vida normal, sana para el individuo y sana para su entorno. ¿Cuál es la clave? No soy ni pretendo ser una analista experta de la conducta humana, pero ante los hechos locales e internacionales recientes, vemos como todo es un círculo y todos podemos ser responsables. La familia, el centro y origen de la formación humana, la escuela y los que tenemos responsabilidad de enseñar en cualquier etapa de una persona, el entorno donde nos desarrollamos sea la comunidad, el trabajo; los entes dirigentes y reguladores, padres y madres, profesores, jefes, instituciones, el gobierno. Una cadena de factores y actores, una cadena de vivencias, una cadena de ausencias de responsabilidad, cada cosa es parte de un todo. Todos tienen una versión, todos tienen un diagnóstico, una posible solución, tal vez también una justificación, pero de que sirve si nada cambia.

¿Incide la cultura? ¿La música? ¿La moda? ¿La religión? ¿La etnicidad? ¿La economía? ¿El gobierno? ¿Las leyes? ¿El libre acceso a todo? Se abren debates a diario, todos nos volvemos expertos y luego nos volvemos silentes.

Ojalá que nunca seamos victimas ni tampoco victimarios, un dolor vivido desde diferentes perspectivas, pero dolor al fin. Quien lo ocasiona, quien lo vive, quien pierde, quien es relacionado, quien es sensible ante el sufrimiento ajeno, quien tiene compasión y mira no arriba sino el fondo.

Amor y control, en todo lo que hacemos. Y también oración, para quienes en algo creemos. Acción, para quienes tienen el poder de realizar el cambio.