Una formación política no puede existir sin ideas armónicas y bien direccionadas que, la realidad en su dinámica, van cambiando para adaptarlas a las nuevas necesidades y responder de manera adecuada a las demandas que van generando los inexorables cambios. La evolución de estas ideas, que en conjunto forman la ideología que definen el carácter filosófico y existencial de la organización, no pueden, sin embargo, traducirse en desmonte de los valores esenciales, porque de ocurrir se estaría frente a la alteración de su naturaleza, lo que quiere decir que la entidad ya no sería lo que fue, sino algo distinto, e incluso, si  los cambios que se producen son radicales, la organización podría convertirse en la antítesis de lo que le dio origen.

La ideología es el alma y corazón de una formación política; de ella se desprenden los planes de gobierno, o proyectos de nación, si las aspiraciones pretenden encaminar al país hacia transformaciones profundas. La ideología es la brújula que, con el norte definido, se sumerge en la estrategia y su conjunto de tácticas que, para alcanzarse deben estar acompañadas de entrenamiento y disciplina; una disciplina que se asume de manera consciente si se está comprometido con las ideas, si el conjunto de los individuos que conforman la entidad está anclado en un propósito que no puede responder a grupos de individuos que se asocian para defender intereses particulares, sino a la colectividad expresada clases o sectores de clases o, incluso, propósitos que procuran armonizar los intereses de esas clases y sectores que las conforman.

El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) nació en 1973 con ideas organizadas que respondían a la realidad social del momento; y como una formación viva, se fue adaptando a los cambios que fue experimentando la sociedad para poder interpretarla y conducirla hacia estadios de desarrollo que satisficieran sus necesidades materiales. En su propósito de liberación nacional, concepto que implicaba la agrupación de las fuerzas progresistas para derrotar a la oligarquía nacional y extranjera, a los fines de crear una clase -o conjunción de clases- gobernante, definió métodos de trabajo, círculos de estudio para conocer la historia del país y sus procesos políticos y sociales como manera comprender mejor a la sociedad que se pretendía transformar.

Los vicios, que Juan Bosch atribuyó a la pequeña burguesía, aparecieron desde la creación de la organización política. El principal de ellos era (y es) el individualismo que impulsó la creación de grupos a lo interno del partido. Estos grupos no tenían nada que ver con las corrientes ideológicas que también aparecieron. Las corrientes enriquecían el debate de cómo abordar los temas para alcanzar el fin estratégico; los grupos operaban para buscar el control partidario y poner a la organización a su servicio entendiendo que la toma del poder era un fin en sí mismo. Éstos se fueron imponiendo con una cabeza visible que, mediante la violación de los métodos de trabajo y alteración de la disciplina, desnaturalizaron al PLD.

No valieron los esfuerzos por su rescate, el empuje de los vicios se terminó imponiendo sobre la base de un “tigueraje” que condujo a la cartelización de la organización para convertirla en una entidad rentista. No siendo posible su recuperación, los hombres y mujeres de ideas, para reivindicar el boschismo, abandonaron esa entidad para formar el 20 de octubre, la Fuerza del Pueblo.