El pasado 20 de enero fui invitado a la toma de posesión del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Además del acto inaugural, participé en la fiesta latina o “Latino Ball” la noche anterior y en el acto de gala principal, el Liberty Ball, una de las dos fiestas oficiales que se celebraron. Asistí a dicha inauguración en base a una invitación que me extendió el ex Alcalde de la ciudad de Nueva York, Rudolph Giuliani, con quien desarrollé una amistad al fungir él como asesor sobre temas de seguridad ciudadana durante mi campaña presidencial.

A lo largo de la intensa campaña electoral en EE. UU. no emití juicio alguno, por respeto y prudencia, sobre el complejo proceso que se desarrollaba en ese país, a pesar de las polémicas surgidas sobre el tema migratorio y las preferencias de nuestros partidarios en esa nación. Durante mi visita, pude palpar las profundas divisiones que hoy están presentes en la gran patria de Abraham Lincoln.

Sin embargo, como líder político, nunca dudé de mi responsabilidad de acudir a dicho evento, dado el hecho de que ningún país en el mundo reviste para el nuestro la importancia comercial, económica, cultural y política que guarda EE. UU., así como por los profundos lazos históricos -con sus altos y bajos- que han entretejido nuestros pueblos. Hubiera sido, además, una descortesía a Giuliani no haber aceptado su gentil invitación, quien es íntimo amigo y asesor del nuevo presidente de Estados Unidos.

Consideré esencial, por tanto, iniciar contactos al más alto nivel con miembros del nuevo gobierno, con los legisladores de origen latino y del black caucus, con el objetivo central de promover las buenas relaciones que tradicionalmente han sostenido nuestros países.

La importancia de nuestros compatriotas en EE. UU. es inescapable: para el final de 2016, la laboriosa comunidad dominicana o de origen dominicano en EE. UU. estaba integrada por aproximadamente dos millones de personas, cifra que representa un notable 20% de la actual población del país.

Es poco conocido que nuestra diáspora en ese país goza de un alto nivel de regularización migratoria. Sin embargo, según varios estimados los indocumentados pueden fluctuar entre 120,000 y 170,000 personas, entre los cuales hay unos 6,000 jóvenes dominicanos que llegaron a EE.UU. antes de los 16 años de edad, un grupo llamado “Dreamers”, que han recibido permiso para estudiar o trabajar sin temor a ser deportados.

Sin embargo, existe la amenaza de que este programa creado por el ex presidente Obama en 2012 (conocido como DACA, por sus siglas en inglés), mediante una orden ejecutiva, pueda ser cancelado por un nuevo decreto del presidente Trump. Debemos hacer -conjuntamente- todo lo que esté a nuestro alcance para que esto no suceda.

Por cierto, de los US$4,961 millones de dólares en remesas recibidas por nuestro país en 2015 (BC-RD), que representaron un 7,8% de nuestro Producto Interno Bruto (PIB) en ese año, un 71% de éstas, US$3,527 millones, provinieron de EE. UU.

Si bien el tratado de libre comercio con EE. UU. (DR-CAFTA) muestra un intercambio comercial desfavorable para RD (en 2015, nuestras exportaciones fueron US$4,660 millones y las importaciones US$7,134 millones), en los últimos años nuestras exportaciones a ese mercado se han dinamizado, tanto las de zonas francas, las cuales se han recuperado y diversificado hacia nuevos renglones, como aparatos médicos y quirúrgicos, productos eléctricos y farmacéuticos, artículos de joyería, etc., contratando en 2014 a 153,342 personas en empleos de calidad, así como las frutas, vegetales y otros productos agrícolas exóticos, un buen número de éstos provenientes de invernaderos, que obtienen un mayor precio.

De hecho, entre el 2008 y el 2014, el valor de nuestras exportaciones a EEUU se incrementó en un 55%, mientras que las importaciones de EEUU solo aumentaron en un 28%.

Por su parte, la inversión extranjera directa (IED) originada en EE. UU. totalizó, entre 1993 y la primera mitad de 2015, la suma de US$7,490 millones, un 25,5% del total del stock de la IED en ese período. El aumento de estas inversiones en años recientes ha estado protegido por el RD-CAFTA y por eso resulta también tan importante proteger los beneficios obtenidos por el país bajo este importante tratado.

Vale resaltar que de los US$23,460 millones que el Banco Central estimó ingresarían al país en 2015 por concepto de exportaciones, turismo, remesas e inversión extranjera directa, casi un 50% de dicha cifra provino de Estados Unidos de América.

Debe quedar diáfanamente claro pues, que EE. UU. ha sido y seguirá siendo un socio vital para el desarrollo dominicano. Estamos hablando de la primera potencia mundial, cuyos cambios de comportamiento, nos gusten o no, afectan la geopolítica a nivel global y en particular a nuestro país.

Yo lo tengo bien claro, proteger y avanzar los intereses nacionales dominicanos es vital para el país, sobre todo cuando se presentan tiempos difíciles.