Redoine Faïd descubrió su vocación en las películas de atracos. Tanto le fascinaba ver cómo los maleantes vaciaban bancos o se apoderaban de los camiones blindados, que decidió ser uno de ellos. Francés de origen argelino, Faïd nació en una «cité» de Creil. Esos suburbios suelen ser inmensos como colmenas y tienen una reputación casi tan baja como su alquiler. La leyenda cuenta que sus primeras fechorías las hizo desde que era niño y que, cuando aún no llegaba a la mayoría de edad había robado un carrito de supermercado (¿lleno de víveres, de dulces, de licor?) a mano armada.

El nombre de Redoine Faïd volvió a circular en los noticieros, en Twitter, en los periódicos, en los pasillos de la Interpol, pues habían pasado a buscarlo en helicóptero. Cansado de los barrotes, el atracador planeó su huida para el primero de julio, aprovechando que los guardias y todo el planeta veíamos los juegos del Mundial. Sus tres cómplices, armados hasta las encías, habían secuestrado al piloto, forzándolo a aterrizar en el patio de la cárcel dizque de máxima seguridad en Réau, en el departamento de Seine-et-Marne.

Una fuga espectacular, que podría haber salido de la lente de Martin Scorsese. Imaginemos al helicóptero aterrizar en el patio de la cárcel; las cámaras de vigilancia parecen estar en huelga ya que no grabaron nada (¿lo habrían ayudado desde el interior del penal?, se preguntan cándidamente las autoridades); tampoco nada se escuchó y ni un alma se acercó a la nave, salvo el interesado, que en ese momento hablaba con su hermano por teléfono. El área de visitas es la más cercana al patio donde esperaba el Alouette II, una aeronave casi de colección, ya que su primer vuelo se remontaba a 1956, así que, ayudado por sus amigos encapuchados, subió sin apuros y sonriente, rompiendo la monotonía de aquel domingo futbolero.

No es la primera vez que se esfuma de un centro penitenciario. En 2013 se había escapado del de Lille discretamente, aunque tuvo que derribar puertas y muros a punta de dinamita. La vida de prisionero es rete aburrida, lo sabemos, además no hay Wifi ni cocina gourmet y si ahora, al iniciar las vacaciones decidió irse, fue porque le daba pereza esperar hasta el 2067; cuando habría terminado de purgar su condena.

«Mis demonios han muerto», dijo Faïd a finales de 2010. Había pasado diez años «a la sombra» y regresaba arrepentido y con un libro autobiográfico bajo el brazo: Atracador, de los suburbios a la delincuencia organizada (Braqueur, des cités au grand banditisme). La gente vio a un joven apuesto y de maneras finas hablar con pasión sobre cine, –Al Pacino en Scarface era uno de sus héroes predilectos–. También comentaba sus golpes como si explicara recetas de cocina: asaltar un furgón lleno de dinero es lo más excitante que conozco, decía. En los años noventa, por ejemplo, entró a un banco con máscaras de políticos franceses, acaso un guiño a la película Punto de Quiebre (Point break, 1991, Kathryn Bigelow) en la que los asaltantes irrumpían en el Bank of California disfrazados de Reagan, Kennedy o Nixon. No obstante, andar siempre de ‘bien portado’ terminó por aburrirlo y meses después, la policía descubrió que Monsieur Redoine había sido el cerebro de un ataque a otro… furgón lleno de euros.

Hace unos días casi le echan el guante. Iba con su hermano y no se detuvo ante la orden de unos policías. La persecución, que incluyó acelerones, insultos y mucha adrenalina, terminaría en el estacionamiento de un centro comercial en Sarcelles (norte de París) donde los ‘guardianes del orden’ encontraron el carro en el que viajaban, que por cierto, estaba repleto de explosivos y de lentes oscuros.

Redoine Faïd es hoy el enemigo público número uno de Francia. Casi tres mil efectivos andan tras sus huesos y no parece remoto que mientras esto escribo lo capturen, pues burlarse doblemente de la autoridad es demasiado, incluso para el rey de la evasión.