"No existe la llamada sociedad:
sólo hay individuos"
Margaret Thatcher
La reflexión acerca de las relaciones entre los movimientos sociales, la política y los partidos se aprecia en estos días más necesaria que nunca. Esta columna durante sus cuatro años y medio de vida ha abordado el tema en varias ocasiones y siempre distante de posiciones extremistas y muy conservadoras como “los partidos van a desaparecer”, o muy superficiales como aquellas que “acaban con tó” y “defienden” la pureza de los verdes ante la temida intención de los partidos de instrumentalizarlos.
Estas preocupaciones no son nuevas pero lo que sí es nuevo es el contexto, por lo que a la hora de intentar hacer teoría ya casi no resulta útil traer al debate las “Trade Union”, sino llamar a la pizarra al neoliberalismo. Por eso escogí al inicio la cita de la Thatcher, y porque por su carácter de iniciativas colectivas tanto los movimientos sociales como los partidos políticos se encuentran ante el reto común de enfrentar un contexto muy adverso.
En fin, que llegado el momento de la confesión, reconozcamos que aquí lo que debemos intentar es conceptualizar, definir y poner nombre a las cosas, algunas viejas y otras nuevas. La abstracción constituye el más impresionante ejercicio del que es capaz el cerebro humano de manera que a la hora de crear el concepto -o de utilizarlo cuando este existe- todos debemos saber que estamos hablando o escribiendo de lo mismo.
Sin ningún ánimo de polemizar con funcionarios, pues no hace mucho sentido, tengo la impresión de que los viudos de Joao se están pasando de revoluciones. Es evidente que hay cosas que hay que explicar mejor como aquello de la inflexión (RAE: “Torcimiento o comba de algo que estaba recto o plano”.) del sistema político, especialmente cuando se trata de un sistema político en crisis, es decir, que su funcionamiento no es el acostumbrado. Esa afirmación podría reflejar, que el tema que preocupa es cómo se vuelve a la normalidad (al plano) y sobre eso es claro que no hay acuerdo con las multitudes de verde ni tampoco lo hay sobre cómo comenzar a modelar un nuevo sistema al que se resisten los comunicadores morados, pues los políticos morados parecen estar hibernando. A lo mejor debieron usar “turning point” con la obligatoriedad que precisa la decencia intelectual de decir “pa’ qué lao era el turning”. Por fortuna, parece que utilizar el concepto ¡cambio! en castellano coloca a quien lo escriba en un extremo y es evidente que no conviene. Se leen, también, en esta bajada de línea mediática cuestiones como que los políticos están pensando en la próxima elección. ¿Y? La preocupación es absolutamente legítima y necesaria sobre todo porque la pregunta obligada después de la generalización de que ‘los’ partidos van a desaparecer, es si no resulta mucho mejor que los políticos estén en eso de la elección y no provocando caos, negociando sobornos, sobrevaluando obras o ideando el próximo fraude. Finalmente no puedo olvidar aquello de que la realización de la marcha comprueba la democracia existente, una marcha comprueba muchas cosas, pero no la existencia ni la calidad de la democracia, lo digo porque fui de los que marché en la ciudad de Concepción el 11 de mayo de 1983 en la Primera Protesta Nacional convocada por la Confederación de Trabajadores del Cobre y ni los pinochetistas decían que en Chile en esos días había democracia. Así las cosas, lo único que estaría faltando es que alguien convoque a una “asamblea del sistema de partidos” coordinada por el Sr. Núñez Collado.
Propongo que hagamos el intento de la conceptualización sobre el tema. En primer lugar está claro que el movimiento verde es efectivamente un movimiento social. Alain Touraine, que ha sido referencia para estudiosos dominicanos del tema como Carlos Dore y Laura Faxas, llama lucha “a todas las formas de acción conflictivas organizadas y conducidas por un actor colectivo contra un adversario por el control de un campo social. Un movimiento social es el tipo particular de lucha más importante.” (Touraine, 2006).
En un trabajo realizado para FLACSO en el 2010 escribí “Siguiendo a Touraine, para que la lucha sea reconocida como tal, debe cumplir cuatro condiciones:
1. Debe ser conducida en nombre de una comunidad.
2. Debe estar organizada. La organización asegura la identificación del conflicto.
3. El adversario, al que combate, debe estar plenamente identificado y representado.
4. El conflicto debe ser un problema social que afecte a la sociedad más allá́ de los ámbitos del movimiento organizado.
Los movimientos sociales buscan instalar en la agenda pública la necesidad de respuesta por parte del Estado en servicios urbanos básicos y, en general, el aseguramiento de derechos social y jurídicamente reconocidos.
Sin un Estado integrador capaz de procesar la demanda social, la criminalización de la protesta se transforma en la única respuesta posible. Se construye socialmente la idea –para legitimar las respuestas– de que quien promueve “formas de acción conflictivas”, independientemente de lo que las motive, está asociado a conductas criminales y merece castigo, llegándose incluso a prácticas terroristas de Estado; es decir, instituciones actuando fuera de la ley.”
Establecidos esos parámetros, queda claro que el movimiento verde es un movimiento social: es un grupo organizado, su adversario está plenamente identificado y representado, (hasta gráficamente si se observan las fotos de la marcha de Santiago), el conflicto supera ampliamente los límites del grupo organizado y afecta a la sociedad. En ese sencillo listado están también las explicaciones de su éxito y de su masividad.
Antes de pasar a la política, quiero anotar que el éxito de este movimiento social se debe a que lo que han hecho hasta ahora se ajusta a lo que es un movimiento social y no precisamente por la ausencia de “políticos”. Lo que no entienden los talentos nacionales (“Los podridos y los maduros dividieron a los verdes” se titulaban las orientaciones de ayer martes) es que es mucho más decisivo el motivo del conflicto que las características reales o imaginarias de los convocantes. Probablemente nunca en un grupo organizador en República Dominicana hubo tantos políticos, y lo digo sin contar a los que rondan con una bandera del Podemos en el bolsillo. Basta contar a María Teresa Cabrera, Mary Cantisano y Mario Bergés que aspiraron a la vice presidencia y, en el caso de las dos primeras, también han sido candidatas a cargos legislativos. Lejos de ser una debilidad, esa es una riqueza del movimiento. Una riqueza que tiene, en mi opinión, mucha importancia pues sirve para demostrar que justamente en el encuentro de estos dos mundos tan cercanos (el social y el político) está la garantía del éxito de la superación del conflicto que ha dado origen al movimiento.
Así se van superando las desconfianzas que sin ninguna inocencia han ido construyendo los que hoy se han instalado en la acera del frente. ¿O es que nadie ha echado de menos a algunos entusiastas de la Iniciativa Democrática? Claro, en esta coyuntura han ocurrido dos cosas: un grupo organizador con presencia de políticos y mayor presencia de organizaciones sociales populares. A quienes todavía creen que la dinámica debe ser una extraña y neoliberal resistencia a los políticos y a la política, que se cuiden cuando hablan con admiración de la líder estudiantil y hoy diputada chilena Camila Vallejos. Camila es militante del Partido Comunista desde chiquitita, por lo que ya tenía la condición de política cuando convocaba a las multitudinarias manifestaciones estudiantiles y hasta donde se sabe no manipuló nada.
Acerca del papel de los partidos políticos en esta atareada primavera creo que todo el mundo lo tiene perfectamente claro: es necesario hacer política y con una sociedad movilizada evidentemente hacerlo es mucho más fácil. La dificultad asoma cuando a pesar de estas facilidades el interés y hasta la decisión del apoyo es a veces algo desteñido. Es posible que la explicación esté en que quien va a definir a los actores políticos validados para asumir la salida de la crisis no van a ser ni los verdes, ni los partidos, ni el gobierno, ni los grupos de presión (a quienes ahora se les ve más preocupados de la ley de partidos que del fin de la impunidad). Debemos reconocer con un auténtico dolor latinoamericano que el “colador” lo va a poner Odebrecht y los tribunales brasileños con esa lista del oprobio que todos los ciudadanos decentes del continente esperan para comenzar a preparar las celdas de lugar.
También duele reconocer que llevan razón quienes afirman que la corrupción no se va a terminar y citan tantas iniciativas contra la corrupción en apariencia fracasadas, precisamente porque nunca tuvieron intención de tener éxito. Pero no se debe desmayar porque lo que sin dudas sí es posible es que la corrupción sea castigada. Ése y no otro es el fin de la impunidad que reclaman con mucha energía y compromiso los verdes y también algunos partidos y algunos políticos y algunas políticas.