Cuando la impotencia bombardea mis sentidos, las palabras salen desnudas, sin filtros en sepia o blanco y negro. Y esta impotencia avasalladora, – casualmente – tiende a manifestarse en diversas ocasiones a raíz del manejo de la burocracia política y de los representantes del Estado.

La Constitución Dominicana en su artículo 65 establece que: “Toda persona tiene derecho a la educación física, al deporte y la recreación”. Y para que esta premisa sea efectivamente aplicada, no podemos limitarnos únicamente al acceso a la educación física como política pública, sino a su vez el acceso a espacios en donde pueda desarrollarse la libre recreación. No comenzaré a esbozar mis opiniones sobre la escasez de parques y áreas verdes que padecemos en razón al crecimiento poblacional y la contaminación ambiental – que entiendo debería ser objeto de discusión –, lamentablemente me veo obligada a manifestar por esta vía una coerción mucho más simple y ridícula respecto al derecho desarrollado al comienzo del párrafo, y es el acceso a las áreas verdes para la libre recreación.

En la mayoría de los países del mundo, un parque tiene como objetivo principal su disfrute. Al caminar por las calles de Nueva York, Washington y Buenos Aires he podido disfrutar del acceso de toda la población a las áreas verdes con los fines de desarrollar sus intereses sobre una misma superficie natural. Los picnics, clubes de lectura, prácticas de fútbol, lanzamiento de pelotas y juegos improvisados, son algunas de las manifestaciones que podemos apreciar en aquellos lugares en donde se tiene respeto por los ciudadanos que cumplen con sus deberes con el objetivo de poder gozar de ciertos beneficios públicos. Es increíble que si uno como joven, quiere lanzar un ‘frisbee’ con un amigo en el área verde del Parque Iberoamérica – un parque recreativo, no una reserva ecológica – o jugar con una pelota sobre la grama, no pueda hacerlo y sea entonces tratado como un vándalo o infractor de la normativa municipal.

Si bien es cierto que el derecho al acceso a las áreas públicas es un tema un tanto ambiguo en nuestra legislación, y que el mismo no se encuentra claramente delimitado por la norma o la jurisprudencia, esto no debe ser óbice para tergiversar el espíritu de su función social, que es el disfrute libre del espacio que nos pertenece a todos y es administrado por las autoridades municipales. Por el contrario, debería motivar su regularización, de modo que sus reglas y limitaciones se encuentren claramente establecidas.

Esta situación me coloca en una incomodidad como joven, como deportista y como ciudadana. La doble moral que se encuentra impregnada en el manejo municipal del Distrito Nacional se manifiesta de manera tan explícita como la luz emanada de los bombillitos que alumbrarán las calles de la Esperilla en varias semanas. Me resulta tan difícil de creer – y no sé si es que mis expectativas del progreso de este país son irrisorias – que a un Estado le convenga que su población se alimente de asfalto y humo, en vez de deporte y recreación; que una diversión de un domingo por la tarde sea pararse en una calle con una botella de romo y bocinas ensordecedoras, en vez de jugar y recrearse con amigos; que sea más provechoso explotar los recursos eléctricos en una esquina de la ciudad, en vez de promover el ejercicio y eliminar el sedentarismo. No quiero pecar de extremista, no quiero criticar algo que yo misma disfruto y disfrutaré en ciertos momentos, pero hay que ponderar y hay que ser consistente y coherente con las políticas y los proyectos que se emprenden, al igual que con los derechos que se profesan.

Todo se remonta a la elección que nosotros mismos como ciudadanos hemos hecho, eso es lo que más me duele. Siempre he sido muy determinante al corregir a personas que se refieren a nuestro país como de tercer mundo; no sé si inocentemente, pero cada vez que escucho ese término siento un zumbido en el oído como cuando le dicen feo a tu propio hijo, y corrijo este atentado a mi orgullo como ciudadana diciendo con cierta condescendencia: “país en vías de desarrollo”. Sin embargo, ante situaciones de impotencia como estas me pregunto ¿en vías a qué tipo de desarrollo? ¿El desarrollo estructural? ¿El desarrollo del desconocimiento y la ignorancia? ¿El desarrollo en técnicas de corrupción? ¿El desarrollo de la impunidad.

He escuchado sonar en alguna publicidad de un programa municipal que se hace llamar “Santo Domingo Verde”, ahora me pregunto si se refiere a nuestras áreas verdes o a nuestro dinero.