No soy de los que suelen separar la moral pública en dos bandos: políticos y no políticos. Creo, sin embargo, que el partidismo dominicano desertó de su misión cediendo identidad, conexión y relevancia. Fuera de sus colores distintivos, los partidos convencionales perdieron diferencias sustantivas. Son estructuras ad hoc ensambladas electoralmente solo para competir por el poder. Con disímiles matices, todos responden a un modelo, discurso y ejercicio sobradamente agotados.
La sociedad dominicana se cansó de la quiebra ética del sistema y no disimula su agotamiento; siente el apremio de gritarlo y le llegó el momento para hacerlo. Late un hervidero social repulsivo por el estado de corrupción prevaleciente y por la incapacidad de los partidos para revertirlo. Y ese aturdimiento no solo es de la clase media, como lo han querido estereotipar algunos teóricos; se trata de una expresión social viva, profusa e indistinta.
Esta repulsa ha encontrado un cauce inédito: el movimiento verde, un grito de indignación nuevo; esa circunstancia se erige justamente en su principal amenaza. En la medida en que las realidades políticas se hagan más complejas, las demandas sociales desbordarán al movimiento, y yo, que conozco sus fronteras, creo que, pese a esas presiones, Marcha Verde no debe perder su foco ni identidad ciudadana. Esos atributos hay que cuidarlos porque el objetivo más apetecido del gobierno es pervertirlos y el de los partidos de la oposición, aprovecharlos. Ni uno ni otro. La inteligencia verde estará en la justa equidistancia de tales intereses, aunque tenga que sobrevivir en medio de ese tenso equilibrismo.
Muchos desean ver al movimiento convertido en una organización burocrática que acredite liderazgos propios al estilo de las anacrónicas estructuras políticas, sobre todo el gobierno para establecer el objetivo personal de sus ataques. Ya asoman sutiles seducciones de opinantes públicos que entienden que de los “verdes” saldrá el próximo presidente de la República. Esa es una ponzoña venenosa inoculada, en algunos casos, para distraer, crear alucinaciones y provocar grietas. El movimiento debe mantenerse imperturbable ante esas incitaciones.
Valoro la dinámica abierta y plural que hasta ahora se ha dado en el interior del movimiento, pero estoy convencido de que las virtudes más robustas de Marcha Verde residen en su carácter esencialmente ciudadano y en el objetivo central que anima su accionar público, condiciones que deben preservarse por encima de todas las agendas. Desde que uno de esos atributos se diluya, Marcha Verde perderá convocatoria, confianza y legitimidad, acrecentando la frustración ya amontonada de la sociedad.
Al gobierno le interesa enfrentar políticamente al movimiento, por eso busca desesperadamente motivos que le ayuden; quiere elegirlo como su adversario político. Marcha Verde no debe caer en esa trampa, porque no enfrenta políticamente al gobierno: adversa y condena su descomposición ética, su execrable corrupción y la impunidad que ha protegido de forma insolente; exige, además, cambios de rumbo en la estructura institucional que soporta ese estatus.
Si quiere lucha política, el gobierno debe buscarla en la oposición política, que tiene su propio espacio y estrategias. Marcha Verde no es un movimiento de oposición ni está para hacerle el trabajo político a la oposición; es un espacio de acción ciudadana que lucha por la instauración de un ordenamiento legal e institucional de consecuencias en contra del sistema de corrupción e impunidad que nos han legado todos los gobiernos, repito: ¡todos los gobiernos! Ahora bien, la dinámica social no es estática; es contingente, abierta y activa: si las presiones empujan a acciones políticas de fuerza social para vencer la resistencia del presente gobierno a los reclamos ciudadanos por la transparencia, nada ni nadie podrá impedirlo, con o sin movimiento verde.
Sé que al interior de Marcha Verde, por su apertura y heterogeneidad, se baten corrientes sociales e individuales de diversas anchuras. Lo que se impone es una definición clara de su identidad y objetivos simples que delimiten el alcance de su accionar. En lo que no debe caer este movimiento es en el “redentismo social totalitario” o en imponer un “fundamentalismo moral excluyente”; que asuma el protagonismo de todas las causas sociales o invalide cualquier otra expresión ciudadana en contra de la corrupción si no es verde. Tampoco debe caer en el activismo ocioso sin propuestas institucionales que vayan más allá de la coyuntura; debe trabajar intensa e inteligentemente en una estrategia de análisis y seguimiento que le dé vigencia y fuerza a sus reclamos y evitar así que perezcan en el fragor de la emotividad popular. Es preciso acompañar la protesta con la propuesta. Una es masa; la otra, hueso.
Marcha Verde no debe ser una estructura compleja, pero sí firmemente articulada por una dirigencia inteligente, abierta, equilibrada y visionaria. Más que en una burocracia organizacional para consumirse en el activismo, el movimiento debe trabajar en un observatorio para elaborar las grandes propuestas públicas que rediman a las instituciones y al Poder Judicial de su secuestro y que amplíen los accesos de la ciudadanía a los espacios de deliberación pública. Esas propuestas, articuladas en anteproyectos, deberán ser promovidas a través de la acción y la movilización ciudadanas. Si es verdad que los partidos de la oposición tienen un interés legítimo en las causas que defiende el movimiento verde, lo demostrarán cuando endosen esos anteproyectos desde sus propios espacios políticos, pero, cuidadito, desde afuera.
En la medida en que el caso Odebrecht revele sus secretos y se arrecien los reclamos ciudadanos, el gobierno, que ha jugado al silencio, peleará con armas letales: infiltrará a su gente, activará sus bocinas, perseguirá a sus dirigentes, lanzará campañas de descrédito de todo tipo.
Danilo Medina no juega limpio; su historia política muestra un patrón obsesivo-compulsivo con su aceptación pública. Su popularidad es oxigeno y razón de vida. Cuando Odebrecht empiece a dejar en el hueso su liderazgo, veremos a un hombre turbado, contumaz y agresivo, dispuesto a hacer cualquier cosa por imponerse. Basta comprobar lo que tuvo que hacer para ganar el poder y fabricar la reelección a precio de sobornos, pactos siniestros, sobrevaluaciones concertadas, campañas sucias en contra de su rival político y sombrías urdimbres de poder. Tiene a su lado gente fríamente taimada y peligrosa.
Danilo no es un hombre de inflexiones ni de mea culpa; es de carácter flemático, soberbio y virtualmente déspota. Siempre tendrá a la mano justificaciones y, cuando no, un silencio corrosivo. El movimiento verde debe estar preparado para lo que se avecina, por eso la unidad en la diversidad, como su mayor reto, debe imponerse a toda costa por encima de los sectarismos, los prejuicios bizantinos, los duelos de egos, las ojerizas ociosas y las descalificaciones por meras bagatelas.
Cuidar este espacio es una obligación imperativa de todos los dominicanos y más aún de los que participamos en sus jornadas. Si no somos capaces de hacerlo, nunca mereceremos la confianza puesta en nuestros hombros. Este movimiento es de todos. Soy y seré verde mientras el verde sea verde. ¡Cuidadito!