Pedernales ha despertado de la pesadilla sobre la “invasión de haitianos” y los influjos del ultimátum anunciado por un grupo a través de altavoz, por las calles, el 12 de marzo de 2018, para que tales extranjeros, documentados e indocumentados, abandonen la comunidad en 24 horas. 

Ahora sigue en su cruda realidad, agravada por el conflicto causado por tal  despropósito: desempleo casi total, deficientes servicios de agua y energía, carreteras malas, arrabales creados con no nativos  –incluidos rateros–  para abultar resultados electorales, depredación de los manglares y el parque Baoruco, contrabando, drogas, delincuencia, caos en el tránsito y oportunismo político por las cuatro esquinas, caciquismo.

La rabia acumulada por la muerte de la pareja Julio Reyes Pérez Matos-Neida Urbáez, en su finca de Sitio Quemado, Las Mercedes, por parte de dos  de sus empleados de nacionalidad haitiana –que las autoridades de aquel país no han querido entregar–, y el sostenido discurso mediático del senador sobre el “lobo” que ha llegado y “se come” al pueblo (la invasión), han sido solo el detonante un mal mayor: el desempleo generalizado y la permanente humillación de los pobres a través de prebendas.

Tras la huida de tales extranjeros y el cierre de la frontera por parte de las autoridades dominicanas, los comerciantes locales han dicho que por esa causa las ventas han sufrido bajas drásticas. Los dueños de la “zona franca” han paralizado su producción alegando lo mismo. Las quejas por el desempleo han aumentado en las últimas horas.

Tarde o temprano, las autoridades de los dos países que coexisten en la isla, bajarán las tensiones y reiniciarán el mercado binacional. Los negocios de la provincia registrarán una mejoría en sus transacciones. Penosamente, es la única salida que han dejado.

Pero en Pedernales seguirá la grave crisis socioeconómica porque “la fiebre no está en la sábana” aunque los jeques locales se solacen y se arropen con ella. 

EL DEDO Y EL SOL

La proliferación alocada de migrantes económicos haitianos en esa provincia fronteriza no es obra del destino, ni un castigo divino. Es el resultado de un Haití inviable a cuyas autoridades les importa un bledo la existencia de sus hijos, salvo para victimizarlos ante el mundo y así lograr catervas de dólares para ONG mafiosas.

Y, del lado de Pedernales, hechura de la negligencia de las autoridades locales y provinciales, que “están en todo, menos en misa”.

En una provincia con 60 años de vida, que raras veces ha alcanzado los 30 mil habitantes, donde muchos son parientes y todos se conocen, ¿desconocían las autoridades la “invasión” de haitianos que ahora denuncian irresponsablemente?

¿Desconocían los tugurios hechos a la carrera por los haitianos en la periferia del municipio y en las colonias agrícolas?

¿Desconocían el peligro que representa para la seguridad ciudadana y la salud colectiva un hervidero de indocumentados sin regular frente a unas autoridades haitianas que “se hacen de la vista gorda” con los suyos?

No. Conocen muy bien cada fase del proceso constructivo del caos de hoy; pero, ¿qué hicieron para evitar el problema y qué han hecho para resolverlo? ¿Quejarse? ¿Hacer alardes nacionalistas?

Que no pretendan ahora “tapar el sol con un dedo”, por conveniencia particular. Se engrandecen si, al menos, reconocen públicamente su gran culpa sobre el desorden migratorio.

Eso vale para el cónsul Máximo Féliz, el gobernador Cruz Adán Heredia, el senador Dionis Sánchez, el alcalde Luis Manuel Féliz Matos, los dos diputados… Todos.

Nada de alegar que esa responsabilidad no consta en las descripciones de sus puestos, si intervienen en todos los ámbitos institucionales de aquella “villa miseria”. Todo lo deciden ellos. Hasta quién es héroe y quién es villano en la comunidad.

El conflicto actual ha de servirles, sin embargo, para organizar la casa de modo que el desorden migratorio sea cosa del pasado. Y para que abonen su creatividad con el objetivo de diligenciar con el Gobierno y el sector privado la instalación a corto plazo de empresas que contribuyan a bajar la tasa de desempleo. 

Porque sería una burla imperdonable sujetar al sueño eterno del gran turismo la desesperación de 80 de cada cien pedernalenses que se levantan cada día sin saber qué comerán ellos y sus hijos.

No más quejas. No más derivación de culpas. El Estado les paga para trabajar, y no se ven las evidencias. ¡Manos a la obra!