Nuestros jefes militares ejercen dentro de un sistema cerrado, donde la lealtad es dogma y el secreto “ormentad”. Es una cultura íntima, impermeable, mantenida a conveniencia por políticos fascinados por las charreterras, neo trujillistas, presidentes temerosos al golpe de Estado, y mandatarios interesados en degradarlos para someterlos. El resultado ha sido una casta intocable.

Ese protectorado viene desde la dictadura, acompañado de un miedo atávico rememorativo de un pasado represivo. De ahí que nadie se imaginara que algún día rindiera cuentas ante la justicia; aunque el ciudadano deseaba que así fuese.

Sea castrense, política o personal, cualquier cambio provoca resistencia. Transformar hábitos y costumbres requiere paciencia y esfuerzos indesmayables. Embarcarse en una tarea reformadora es correr riesgos de todo tipo, y jugarse la estabilidad del sistema. Entonces, es comprensible que al ministerio público enfrentar – cumpliendo con su deber – sectores política y militarmente poderosos, se desatara una furiosa reacción. Al sentirse acorralados, humanos y animales atacan.

Hace pocos días, el país amaneció informado sobre sucesos perturbadores, hechos que pusieron en riesgo la vida de cientos de personas. No sabemos a ciencia cierta lo sucedido – quizás nunca lo sabremos – pero la gente supuso que había comenzado el contraataque de los corruptos.  En medio del intercambio de noticias y suposiciones, capturan dos alistados de inteligencia militar espiando a Yeni Berenice Reynoso – nada más y nada menos – y a un coronel allegado a la Procuraduría.  A paso seguido, sorprendiendo igual que la mención de un difunto olvidado, surge el nombre de Pepe Goico, atizando las teorías conspirativas.

Si alguien hasta ese momento dudaba que existiese alguna trama, dejó de hacerlo.  Un coronel retirado, asistente personal del expresidente Hipólito Mejía, ordenó y fue obedecido en el departamento de inteligencia de las Fuerzas Aéreas.  Así lo testificó el mismísimo director de esa dependencia.

¿Qué ocurre en las oscuridades subterráneas del poder actual y del pasado?  ¿Verdad o mentira? Preguntas y personajes comenzaron a mover un vasto material especulativo. Es sabido que ese oficial retirado es, aparte de asistente de un político poderoso, experto en inteligencia militar e íntimo amigo del Ministro de Defensa, currículum suficiente para protagonizar cualquier novela.

Entonces, enfebrecida la imaginación, se atan cabos sueltos, recuerdos y hechos, considerándose probable una triste y peculiar teoría: Hipólito Mejía, quien tiene gran influencia en la oficialidad y es abiertamente íntimo del danilismo, pudiera ser el hombre detrás del telón. Real o fantástica, la especie corre de boca en boca.

El exhibicionismo del expresidente Mejía, cuando de mostrarse leal y amigo de despreciables personajes se trata, no ayuda al desmentido. Ignorando la trayectoria delictiva de sus amigotes, no oculta estar convencido de que los expresidentes merecen impunidad perpetua. Tiene singular simpatía para con los guardias y el jefe de los cuerpos castrenses es su incondicional. Esto lo hace un formidable sospechoso. Solamente él puede convencer a la nación de lo contrario.

Conociéndose la trayectoria profesional y política de uno de los líderes de mayor popularidad en nuestra historia, sería triste y descorazonador ver a Hipólito Mejía terminar sus días como cabildero de guaridas corruptos y protector de políticos delincuentes. No debería ser así. Quisiera creer lo contrario. Lamentablemente, él mismo construyó una imagen que lo sitúa como defensor de lo indefendible. Qué lástima.

Sean o no el expresidente y sus amigos quienes anden armando tramas contra el Ministerio Público, cometen el error de ignorar la determinación y valentía  de los magistrados actuales, la voluntad y los pantalones de Luis Abinader y , sobre todo, el deseo incólume del pueblo dominicano de que  aquí prevalezca la decencia. Los sistemas cerrados al margen de la ley serán penetrados, ”pésele al demonio y a toda su compañía”.