Recientemente, la administración Trump ha sido objeto de controversia por el decreto que prohibe el ingreso a territorio norteamericano de una serie de países de tradición musulmana.

Menos discutido ha sido el hecho de que en la misma fecha -Día de Recuerdo del Holocausto- la administración Trump emitió un comunicado donde se hacía referencia al exterminio nazi sin hacer referencia explícita a la población que fue el foco central del genocidio: el pueblo judío.

Representantes de la Casa Blanca, como el portavoz Sean Spicer, señalaron que no se trataba de un error, sino de una postura oficial de la administración Trump.

La posición es controversial, pues la investigación historiográfica apoya la conclusión de que el holocausto, aunque implicó el exterminio de personas de distintas nacionalidades, etnias e ideologías políticas, fue un proyecto de aniquilación sistemática dirigida principalmente contra los judíos. No subrayar este hecho es falsear los datos, sesgar la información histórica.

Como señala el periodista Guillermo Altares en un interesante artículo referente al caso, no estamos ante un problema de libertad de expresión, pues el ejercicio de la misma no implica el derecho a irrespetar la verdad.

La libertad de expresión es un derecho reconocido en las sociedades democráticas, pero para las democracias es fundamental que la ciudadanía tome decisiones basándose en una perspectiva fundamentada de los hechos. Si la libertad de expresión se emplea para distorsionarlos, se convierte en un peligro para la sustentabilidad de estas sociedades.

La administración Trump ha popularizado el concepto de “hechos alternativos” para referirse a posturas oficiales que contradicen la información proporcionada por la documentación visual e historiográfica. Pero estos “hechos alternativos” no son interpretaciones distintas a una perspectiva consensuada de la comunidad académica, apoyada en otros tipos de documentación que hacen razonables, aunque controversiales, otra mirada de los fenómenos.

De lo que se trata, es de una burda postura ideológica que promueve el falso supuesto según el cual, la existencia de distintas interpretaciones de los hechos convierte en legítima todas las interpretaciones.