Conocí a la expresentadora de televisión y exmodelo Venya Carolina Peña Cordero en julio de 1990 durante un cumpleaños de la primera de mis dos hijas, Zoraya, en el segundo piso de la casa de la familia Pérez-Acosta, en el 58 la calle El Sol, del 30 de Mayo, un sector capitalino de clase media, al suroeste del D.N., contiguo a la poderosa cervecería Presidente. La vecinita era una niña delgada, de cabello crespo peinado a dos moñitos, tímida, hija de una familia muy pobre (padre, plomero; madre, doméstica. Tenía seis años. De aquella época, guardo una fotografía borrosa.
Le perdí de vista a mi salida del barrio donde viví alquilado durante una década, hasta bien entrado el milenio en que le vi debutar en los medios como una joven monumental, extrovertida, explosiva y osada, que –a ratos, ignorante de los riesgos– se movía con desparpajo por los laberintos del convulso y tentador ambiente del espectáculo y de calendarios de desnudos, donde el alcohol, la cerveza, las drogas prohibidas, falsos amigos y orgías sexuales se brindan como plataforma para alcanzar la fama y el dinero.
Venya no sería la primera víctima. Las cuentas de ese rosario, aquí y en el extranjero, son interminables.
Los nombres de actores, locutores, cantantes, merengueros, salseros y modelos llenan páginas. Unos, famosos; otros, no tanto, pero, al fin, todos presas de la misma plaga, esa que, si no se sale a tiempo, mata o enloquece.
Un mal día, cuando el medio hostil que creía dominar al dedillo consideró que ella había perdido sus “encantos femeninos”, se olvidó de su real talento y la excomulgó sin piedad. Y la devolvió como trapo hacia el olvido, sin importar consecuencias.
Ella, sin embargo, ha vuelto ahora desafiante al escenario donde le dispensaban aplausos y besos a granel hasta por una sinrazón. Ha creído que ese mundo dejó de girar para esperar su regreso. Que tenía hambre de ella.
Ha regresado con los golpes de la naturaleza y su realidad económica encima, sin máscara, sin cirugías y, para colmo, con el cerebro haciéndole una mala jugada. Y sus panas de ayer, incluidos los que “se desmoronaban” por los cuerpos cimbreantes de ella y demás “megadivas” de moda, la reciben con los brazos abiertos.
Sí, la reciben, pero no para tenderle la mano. El mundo se ha vuelto más exigente. La han tomado como objeto de burla para crear escándalos mediáticos que conviertan sus culebrones desnutridos en “trending topic”, aunque sea por un día.
Vea aquí uno de los ejemplos perversos: https://www.cdn.com.do/2019/02/04/video-venya-carolina-enciende-debate-las-redes/.
Venya tal vez quiso vivir ese mundo macabro. Tal vez no. Comoquiera, resulta una vileza imperdonable pasarle factura ahora, cuando no puede defenderse con lógica elemental; cuando hasta el sentido común le traiciona.
El aprovechamiento de su indefensión para ganarse un “trending topic” aunque sea por un día, desnuda la condición humana de quien lo haga. Tal maltrato es una muestra del estado actual de la ética en los medios de comunicación. La han puesto en extinción, mientras exaltan hasta el delirio las tecnologías y atoran al pueblo con sus posverdades de mal gusto.
Esa mulata necesita un apoyo real, con discreción, sin aspavientos faranduleros ni politiqueros. Sin selfies hipócritas.
Que sirva de algo el abuso contra un ser humano llamado Venya.