En nuestro articulo pasado por este mismo medio, titulado “Yawhe o Allah” algunos pudieron entender que al final lo que queríamos establecer es que ya Israel había dejado de ser el pueblo “escogido” de Dios. Nada más lejos de la verdad.

Lo que dijimos y sostenemos, es que los habitantes del actual Israel, esos que danzan y bailan en los parques cuando las bombas caen sobre niños palestinos no eran pueblo de Dios, sino más bien paganos, rebeldes y necios contra Dios. ¿Significa eso que ya Dios terminó con ellos, que los olvidó, que canceló Su Pacto Eterno con ellos? ¿Que ya no tienen futuro? Todo lo contrario. Las promesas del Señor se cumplirán al pie de la letra.

Desde el momento que casi todos los Dominicanos nacemos, desde muy niños se nos enseña la oración del Padre Nuestro. La oración modelo que el mismo Cristo enseño. En sus primeros párrafos, Cristo nos pidió que le rogáramos al Padre que Su Reino venga.

¿Cuál Reino?

Muy simple, Su Reino Eterno, Milenial, Físico y Real sobre la tierra cuando Cristo regrese de nuevo a su Trono (terrenal) situado en el mismo centro de Jerusalén y que el mismo durará por 1,000 años como un preámbulo hacia la eternidad. Así de simple, así de real. ¿Porque lo creo? Muy simple, porque la Palabra de Dios enseña que los pactos de Dios son eternos, inmutables, incondicionales y soberanos.

Este artículo no es un artículo de carácter religioso per se, pero está claro en La Biblia, vista la misma como un documento histórico pero a su vez profético que desde hace ya más de 5,000 años estableció las siguientes premisas ( o verdades):

1- Dios le prometió a Abraham un pacto eterno, incondicional de hacer a Israel Su pueblo. Este pacto nunca ha sido derogado ni por Dios mismo, ni por ninguno de sus profetas, ni por Cristo mismo ni por sus apóstoles. Es de carácter eterno. (Génesis 17:1-8). La apostasía y desobediencia de Israel no lo anula. No lo abroga.

2- Dios le prometió a David, también con carácter eterno que de Su Descendencia, el traería un Mesías, Un Rey y Un Libertador sobre y para Israel como nación del pacto Eterno con Abraham. Si bien, todo eso es Cristo para Su iglesia hoy, el carácter eterno, inmutable e incondicional de estas profecías deben todavía cumplirse. (2 Samuel 7:8-17). Estas cuatro promesas tienen sólo una condición: la desobediencia en la familia davídica traerá el castigo sobre él, pero no la abrogación del pacto (2 S 7:15; Sal 89:20-37; Is 24:5; 54:3). El castigo vino; primero en la división del reino uno de sus hijos, y finalmente en los cautiverios (2R 25:1-7). Desde aquel entonces solamente un rey de la línea davídica ha sido coronado en Jerusalén, y Él fue coronado de espinas. Pero el Pacto Davídico, confirmado a David por el juramento de Yawhe y renovado a María por el ángel Gabriel, es inmutable (Sal 89:30-37), y el Señor Dios dará todavía a aquel que fue coronado de espinas “el trono de David su padre” (Lc 1:31-33; Hch 2:29-32; 15:14-17). Cristo vuelve a reinar sobre Jerusalén.

3- Los profetas más sobresalientes durante un periodo de casi 1,000 años antes que Cristo naciera profetizaron que Israel volvería al final de los tiempos hacia su tierra, la misma que le fue prometida a Abraham por un Dios que no miente. Todos estos profetas vieron y anunciaron que Cristo vendría como Rey no solo sobre Israel sino sobre todo el mundo y que el mismo reinaría sobre la ciudad de Jerusalén, hoy codiciada por judíos y musulmanes y anhelada por Irán para borrarla del mapa.  Las profecías incumplidas todavía y descritas por los profetas Ezequiel, Isaías y otros son incontables.

Como ejemplo, les dejo esta visión del profeta  Zacarías (Cap. 12):

Profecía de la palabra de Jehová acerca de Israel. Jehová, que extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él, ha dicho: 2 He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. 3 Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella. 4 En aquel día, dice Jehová, heriré con pánico a todo caballo, y con locura al jinete; mas sobre la casa de Judá abriré mis ojos, y a todo caballo de los pueblos heriré con ceguera. 5 Y los capitanes de Judá dirán en su corazón: Tienen fuerza los habitantes de Jerusalén en Jehová de los ejércitos, su Dios. 6 En aquel día pondré a los capitanes de Judá como brasero de fuego entre leña, y como antorcha ardiendo entre gavillas; y consumirán a diestra y a siniestra a todos los pueblos alrededor; y Jerusalén será otra vez habitada en su lugar, en Jerusalén. 7 Y librará Jehová las tiendas de Judá primero, para que la gloria de la casa de David y del habitante de Jerusalén no se engrandezca sobre Judá. 8 En aquel día Jehová defenderá al morador de Jerusalén; el que entre ellos fuere débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como Dios, como el ángel de Jehová delante de ellos. 9 Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén. 10 Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.

4- El apóstol Pablo le suplica a una Iglesia compuesta ya por muchos no judíos no llenarse de arrogancia contra los judíos por haber crucificado a Cristo y les advierte que a Israel le vino “un endurecimiento en parte” para que el Evangelio fuera predicado en todo el mundo, pero que luego, cuando el final de la historia de Dios se cumpla, Israel seria de nuevo traído al arrepentimiento, y como nación vería de nuevo la salvación de Dios. El pacto eterno, inmutable e incondicional de Dios con Abraham llegaría a su fin (Pablo a los romanos, cap. 11).

Pero como advertí al principio, este artículo no es de naturaleza religiosa o teológica, ya que pudiéramos escribir cientos de páginas con este tema, sino para aclarar, que si bien los judíos de hoy, en su claro derecho de autodefensa, están cometiendo atrocidades en contra de poblaciones civiles e indefensas de Palestina, no significa, usando las palabras de Pablo, que Dios ha desechado Su Pueblo para siempre.

Lamentablemente, un teólogo llamado Agustín de Hipona, conocido como San Agustín le dio cabida a un antisemitismo furioso y planteó la idea que Israel ya estaba fuera del plan de Dios y que ahora ese todavía venidero Reino Milenial con Cristo a la cabeza estaba ya cumplido con La Iglesia, que la Iglesia era el nuevo Israel de Dios en la tierra y de ahí nace la Teología del Reino, así como la Teología del Reemplazo, con la Iglesia Católica (y sus hijas) a la cabeza. Por si lo duda solo mire hacia el Vaticano. La triste historia de lo que esto ha implicado, todos la tenemos a la vista.

Pero, seguimos orando, “Venga Tu Reino”