Está claro que el recurso de derribar gobiernos democráticos iniciado en Brasil en 1964 sigue vigente y que lo que debe cambiar es el desenlace. Uruguay y Chile en 1973,  Argentina en 1976, más recientemente Honduras y Paraguay, fueron todos asaltos a la institucionalidad democrática.  En esos y otros países de América hemos visto la verdadera cara de quienes defienden las elecciones solamente cuando las ganan. Cuando pierden o no gana alguno de sus socios cómo matan.  Sí, ¡¡Cómo matan!!

No vaya alguien a creer que la decisión de superar la política cambiándola por la guerra responde a que los gobiernos derrocados hayan hecho bien o no las cosas.  No es así.  Tal violación del orden institucional no depende de la buena o mala gestión de esos gobiernos: existe suficiente evidencia documental como para afirmar que el golpe dado a Allende se decidió y se comenzó a organizar antes de que Allende asumiera, cuando todavía no había hecho nada ni bueno ni malo.

Nadie con un mínimo de responsabilidad -y de humanidad- puede ignorar la similitud en el lenguaje, en primer lugar, de Capriles con sus antecesores en el entierro de la democracia en varios países de América. Destaca la profundidad de su odio, la descalificación brutal como argumento y su torpeza. Un hijo de emigrantes cuya xenofobia lo enceguece y lo turba. Un irresponsable (que confirma como estadistas a políticos de la plaza) que incita a la gente a salir a la calle a destruir y a matar. Excusen ustedes, pero escucharlo me traslada a mi patria en sus momentos de mayor vergüenza y también de decoro.  Capriles habla y suena igual que Onofre Jarpa, Jaime Guzmán, Cumsille, Villarín, Souper, Pablo Rodríguez, quienes son sin duda sus maestros y, créanme, cuando se hacen del poder… ¡¡Cómo matan!!

Hemos visto las denuncias de las irregularidades en el proceso electoral, cito a Capriles: “535.000 máquinas dañadas”, (nunca debió ocurrir, pero no altera el resultado, aumenta la abstención), “1.176 centros donde Maduro obtuvo más votos que Chávez” (¿y?, ¿validamos sólo los centros en que Capriles tenga más votos que Maduro?), “voto asistido, abusos electorales en 564 centros” (eso es lamentable, de ser cierto), “actos de violencia cerca 397 centros” (eso es lamentable de ser cierto), “proselitismo en 421 centros” (eso es lamentable de ser cierto) y “testigos retirados en 286 centros” (también lamentable de ser cierto). Pero la pregunta del millón es cuál de todas esas delicadas anormalidades se corrigen con el conteo de votos que pedía tan histéricamente. Ninguna cambia el resultado. Para el ‘chavismo’ la prueba no ha sido nunca ganar elecciones, la prueba principal ha sido el margen con el que gane, para que la derecha no pueda ejecutar el libreto que estamos conociendo.

Sin duda que el sistema electoral venezolano puede, como todas las cosas, ser mejorado, sin olvidar que instituciones muy lejanas ideológicamente al gobierno actual lo han reconocido por su calidad. Diremos que es infinitamente más seguro, o sea, que es capaz de reflejar la voluntad popular mucho más fielmente que otros sistemas que me ha tocado conocer en los que hay centros electorales que no se cuentan, donde las actas se hacen en la calle por acuerdo de dos candidatos (a), donde con frecuencia no coincide el número de boletas con las firmas, donde en los centros electorales la propaganda es parte del mobiliario, especialmente si trata del embarazo y no precisamente como problema de salud pública.

Tampoco sobra recordar que la ‘dictadura chavista’ consideró como bueno y válido que el sistema disponga del mecanismo conocido como “referéndum revocatorio” en la mitad del mandato presidencial.  ¿Cuántos países democráticos lo tienen? Cuidado entonces, porque si hay algo que cuidar es a la democracia venezolana, que sorpresivamente y con escándalo para muchos es obra, nada más ni nada menos, que de Chávez.

Ser extranjero (aunque “no me siento extranjero en ningún lugar”) me obliga a volver al tema de la xenofobia, (el que la sintió alguna vez, sabe lo que duele). El odio a los cubanos desatado la noche del domingo 14, no es nuevo en estas prácticas odiosas, Capriles repitió el discurso xenófobo de Pinochet, de Bordaberry, de Castelo Branco. Como buen estandarte del pasado venezolano, el ex candidato opositor olvida convenientemente que el jefe de seguridad personal del presidente Carlos Andrés Pérez, era un cubano. No sabe que Manuel Contreras ex jefe de la policía política de Pinochet, actualmente condenado a casi 400 años cárcel por violaciones a los Derechos Humanos, fue invitado a conocer la Dirección de Seguridad e Inteligencia Pública (DISIP) en Caracas en el año 1975 cuyos siete más altos jefes eran cubanos, pero no eran ni médicos ni maestros: eran de los que visitaban el Chile de Pinochet, de los que se reunían en Bonao donde planificaron el crimen de Barbados y el de Orlando Letelier asesinado en pleno Washington, DC. Esos son los cubanos que le gustan a Capriles y la derecha venezolana, tan demócratas y dialogantes que uno de ellos llevaba el apodo de “Charco de sangre”.

Respecto de los cuestionamientos al chavismo resulta muy interesante reflexionar acerca de los que provienen de la ‘izquierda’. Chávez desmontó la idea de que luego de derribado el Muro de Berlín no era posible hacer cambios en el sistema político, ni redistribuir la riqueza petrolera.  Eso incomodó a muchos izquierdistas que encontraron en Fukuyama y su “Fin de la historia” el ungüento para jubilarse como “revolucionarios” después de una fructífera vida política en los tiempos en que las becas eran numerosas y generosas. A ellos el Muro de Berlín les cayó en la cabeza y cuando recuperaron el conocimiento cambiaron el “Manifiesto” por el “Consenso de Washington” que incluía financiamientos.

A todos los demócratas  -incluyendo a los que parecen no haberse  enterado de la caída del Muro-  les vendrá bien recordar la famosa anécdota de Augusto Bebel en el Bundestag quien, cuando escuchó que sus adversarios políticos aprobaban con entusiasmo sus argumentos, se preguntó: “¿Qué has dicho, viejo imbécil, que la canalla te aplaude?”