Al abordar el presente tema, obligatoriamente se me impone soportarlo en una de las acepciones del término veleidad. Según la definición que asumo, refiere, ¨capricho o cambio de estado de ánimo sin una causa justificada¨., cuestión que si partimos de la máxima sociológica de que todo acto obedece a una causa, se hace difícil verlo como una veleidad propiamente hablando. Sin embargo, nos pone en una disyuntiva al tener que despejar los factores que realmente pudieron haber sido causales que generaron, desde la óptica psicológica, sociológica y electoral, el giro súbito de los electores en un espacio tan corto, desde el 11 de abril del 2021, en que se celebraron las elecciones de primera vuelta, al 6 de junio del mismo año, la otra fecha en el cual el cuerpo elector fuera convocado al desenlace de la segunda vuelta.
Sinceramente, debo decir que este proceso dejó corto todas las predicciones hechas por analistas políticos de fustes, inclusive, algunos pronósticos de encuestas ya que se desató un desparpajo que vino a expresarse en micro fragmentaciones que se situó alrededor de la órbita de cuatro candidatos, que a la postre, marcó un profundo desencanto político expresado en la primera vuelta, cuyo hecho de forma inequívoca orientaba a plantear que en Perú, el cuerpo electoral había llegado a la saciedad o el hartazgo de acudir a las urnas. Esto en el hecho de que de un padrón de hábiles de 25,259,933, la participación política fuera tan escasa al extremo que la expresión del pueblo en las urnas arrojó resultados espantosos, ya que los más votados alcanzaron pírricos porcentajes, como es el caso; del etiquetado izquierdista, Pedro Castillo, quien apenas contó con el 19,099%, y la derechista Keiko Fujimori, con (13,368%). Escenario tétrico desde la óptica electoral.
Pero además, los otros dos candidatos, Rafael López Aliaga, con un 13.368%, y Hernando Soto, con un 11.593%. Sobre la cuestión, quien calza el presente esbozo, apuntó en su artículo del mismo 6 de junio, publicado en acento.com, bajo el título, ¨Desencanto electoral en Perú: ¿Tendencia o casualidad en América?¨, de fecha 6 de junio de lo corriente, haciendo un ejercicio de aritmética política, que esos cuatro candidatos de la primera vuelta alcanzaron sumariamente, el 56.055 %, mostrando un 43,045% de desinterés. Y más, que los dos candidatos más votados en dicha vuelta, apenas sumaron 31.667%, resultado que arroja respecto a ellos dos, un 68-32% de desencanto, aspecto que ahora, luego de los resultados de la segunda vuelta, y ponderar la realidad política de Perú, me provoca atreverme afirmar que se trató de un estado de perturbación de las masas electoras. Y le explico por qué.
La aseveración anterior, podría tener su explicación, partiendo de lo dicho anteriormente, que, y aquí asumo lo que sustentan muchos analistas, que la propia atomización de la intención del voto y la propia imprevisibilidad sobre lo que pasaría en dichas elecciones, hacen que tengamos que establecer que carecen de antecedentes en la historia reciente de Perú. Hecho que solo se explica en que el país cayó en una crisis de representación que cimentó una apatía motivada en que en ninguno de los candidatos representaría sus mayores anhelos, los cuales estaban frustrados por la crisis económica, sanitaria y política. Lo que en buen lenguaje político electoral se denomina crisis de representación política.
A lo dicho se le agrega, y lo planteamos en el nuestro artículo anterior, que las propuestas, con honrosas excepciones, fueron basadas en candidaturas desechables. O sea, para aclarar, que se presentaron por una vez y por lo tanto, no alcanzan a cimentar liderazgo constantes como propuestas políticas o que ya estaban quemadas como opciones, en el sentido que ya se habían presentados anteriormente, -incluso obteniendo la presidencia-, desde sus partidos, y por los altos componentes de manipulación que implican las campañas electorales atajaron ciertos porcentajes de votos, y que por tratarse de propuestas de opciones dispersas y esporádicas y que en la actualidad nunca llegan a convocar grandes masas, como apunta el analista y politólogo Carlos Méndez.
En este mismo tenor también refiere, y me permito destacarlo, que los partidos están en crisis cuando se combina la insatisfacción ciudadana con la falta de liderazgo, puntualizando, además, que ese país ha logrado mantener la democracia de crisis en crisis, por lo tanto, que dicho sistema se mantenga bajo las condiciones del momento de las elecciones de referencia, aún constituye una sorpresa. Habla también, de la plataforma débil de las figuras presidenciales, para lo cual pone de ejemplo la destitución de Martín Vizcarra en noviembre 2020, por parte del congreso, hecho que dejó las masas, según mi criterio, totalmente frustrada y fragmentada. Y esto, por solo mencionar otros elementos concurrentes, se tiene el caso del 2016, que trata el hecho que Pedro Pablo Kuczynski (PPK) ganó la presidencia de Perú, pero tuvo una bancada débil en el Congreso, mientras que la de su rival en las elecciones, Keiko Fujimori, obtuvo la mayoría absoluta. Cuestión que situó al Perú en una constante fricción política entre 2017 y 2018, en el sentido, que esta mayoría opositora presentó dos mociones de destitución contra PPK y finalmente forzó su renuncia en medio de acusaciones de corrupción por supuestamente haber recibido sobornos de Odebrecht.
Según la fuente, la confrontación entre el Ejecutivo y el Legislativo se extendió hasta el sucesor Kuczynski. Y Martín Vizcarra, que también llegó a la presidencia sin mucho apoyo en el Congreso, al pasar por el gran vacío político, asumió la aventura, en septiembre del 2019, que disolvió el Parlamento, y sucede, que el nuevo parlamento, en noviembre del 2020, hizo lo propio con él. El elemento concurrente y condicionante, del vacío político de Perú, se sella con la llegada de Manuel Merino, quien solo duró cinco días, hasta posesionarse Francisco Sagasti como mandato de transición. Ahora bien, a juzgar por las encuestas de percepción, se daba por un hecho que en un 99. 5%, la mitad de los políticos era corrupta. Por lo tanto, la candidatura de Pedro Castillo, a pesar de que se ignoraba, dio un giro importante en las últimas semanas, cuestión que explica que un candidato sin arraigo generara la mayor volatilidad de la región de acuerdo a los siguientes datos.
Lo anterior nos pinta realmente el cuadro político de Perú. En consecuencia, para comprender mejor el fenómeno de desbordamiento electoral en segunda vuelta, que tuvo un 74,573% de participación soportado en un padrón electoral igual a la primera vuelta de 25,259,933, que apenas se expresó en un 31.667%, en Fujimori y Castillo, habría que concluir que se trató de un fenómeno político de recomposición del ánimo electoral,- y sin dudas estaba en las masas, solo que frustrado-, ya que ambos, luego de alcanzar respectivamente, 13.368 y 19,099%, llegara, respectivamente, a obtener 49,855% (Fujimori) y 50.145%, (Castillo), ya computados el 99.888% al 12 de junio de lo corriente.
Sin embargo, según lo dicho sobre los peligros que se cernían sobre Perú el desenlace de esas elecciones, relacionado con dicho resultado, más la fragmentación del congreso, que ya tiene antecedentes de destituir presidentes, basado en el hecho que tanto Keiko como Castillo, no tienen una estructura política que asuma su soporte político,-como masa de sustentación-, por lo tanto, vistos los niveles de confrontación política en dicho país, se avizora que la democracia y la gobernabilidad quedan lacerada la primera y amenazada la segunda. Ya que los sectores facticos, en las urnas han sido derrotados, pero, su poder económico y su gran capacidad de maniobrar para capturar-termino que en ciencias políticas significa controlar-, a Castillo, para que si gobierna mucho tiempo, ceda o reoriente sus pretensiones de cambiar el estatus quo que sin lugar a dudas habrá de contar con los gendarmes que controlan la subordinación del mundo.