Vamos a ver. Pasamos veinte años aguantando cajeta hasta que llegó la Marcha Verde. Exhibimos una indiferencia de borregos frente al cotidiano pillaje y abuso de poder del PLD; toleramos mafias en cada ministerio, despropósitos y clientelismos, hasta el extremo de escribirse sobre la “anomia del dominicano”. Sin embargo, ahora, a menos de dos meses del nuevo gobierno quieren tomar la Plaza de la Bandera. Eso es exageración e inconsecuencia.

 Arriesgar la fortaleza de las movilizaciones de masas es dejarle campo abierto a los que asechan buscando ventajas espurias; esos mismos a quienes queremos condenar por sus delitos. Disfrutarán desviando la atención mediática y desacreditando a este gobierno. ¿Acaso no se dan cuentan que pudieran utilizarlos para sabotear las mismas reivindicaciones que aspiran? ¡Cuidado!

No es que no lleven razones. A nadie sorprende la indignación que brota de una posible subida de impuestos frente a tantos malandrines pagando un mínimo al fisco; y a esos sueldos descomunales en algunas dependencias del Estado.  Incomoda, porque todavía cargan el peso impositivo los que menos deberían llevarlo (pero ya el presidente aclaró algo del tema).

Tampoco satisfacen algunos nombramientos ni los personajes nombrados. Exaspera la lentitud, tanto de los ministros como de la justicia, en mostrar públicamente los crímenes contables de las instituciones que sirvieron a muchos funcionarios para alzarse con dineros público. Mortifica en extremo lo del antiguo canciller de la república, quien luego de convertir al Ministerio de Relaciones Exteriores en ejército de mercenarios políticos, ande por ahí como si nada hubiese pasado. No hay duda, es desesperante.

Si bien la crisis financiera y sanitaria es atroz, y organizar el desastre administrativo que han encontrado los nuevos incumbentes es tarea de titanes – que no deja tiempo ni para ir al baño – ellos no pueden olvidar cómo llegaron al cargo: llegaron porque la gente votó para que se hiciera justicia. Antes no era así, pero ahora sí.  El presidente no lo olvida, menciona constantemente su determinación justiciera.

Aquí van quedando menos idiotas, la ciudadanía percibe cierto desgano desde las oficinas fiscales para cobrar e investigar el pago de impuestos de antiguos depredadores del erario. La gente está chiva, comienza a creerse que pueden volver a cogerlos de pendejos.  Es un sentimiento extemporáneo, pero existe.

Entendible crispación la que recientemente desatan los chismes en las redes sociales – donde es difícil diferenciar verdad de fantasía – refiriéndose a que vuelve a mandar la casta empresarial, esa que siempre agarra el sartén por el mango. Los dominicanos no desean que su presidente – por cierto, con una extraordinaria aceptación popular – sea avasallado por una clase económica generalmente indiferente a reclamos colectivos.

Igualmente, va de boca en boca la creencia de que muchos ministerios arroparán acomodaticiamente evidencias sobre delitos administrativos del PLD. Barruntan que ocurrirá algo similar a lo ocurrido en la anterior sindicatura de Santo Domingo:  buena administración entrante con encubrimiento de la saliente.

Qué duda cabe, resulta difícil entender ciertas cosas y seguir pidiendo paciencia. Son inquietudes palpables que causan enojo, sospecha, quejas y reclamos.  Pero no deben resultar en movilizaciones a destiempo. Lanzarse ahora a las calles es extemporáneo. Quizás en un futuro sea necesario. Creo que en estos momentos el cuestionamiento pacifico es más efectivo. No pueden dejarse convencer para hacer en dos meses lo que dejaron de hacer por dos décadas. No permitan que políticos, a quienes el miedo no deja dormir, se aprovechen de ustedes.

Mucho se ha logrado en pocas semanas, bajo terribles circunstancias. Observemos la inédita disposición del nuevo mandatario y de mucha de su gente en cumplir lo prometido. Se respira una auspiciosa atmósfera de cambio. Se arman proyectos prometedores, se adecenta y moderniza la administración a un ritmo inimaginable.  Por primera vez en la historia, ética y justicia acaparan la opinión pública y el discurso oficial.

Toca esperar, que luego habrá tiempo para tirarse a la calle si fuese necesario. Quien sepa cómo cambiar una sociedad dañada en un par de meses que levante la mano…