I

Se llevan sus alegrías, dejan marcadas las mesas, los bancos, los “bajo los árboles” con sus sombras. Acompañan a los amigos comunes, se suben a los armarios, como el marido de “Doña Flor y sus dos maridos”. No te dejan cuando das una vuelta por La Zona.

2

“Disfrutar” es una de las acciones más atrevidas en Santo Domingo. Y más cuando simplemente disfrutas, sin explicaciones, así de siempre. No es que seas un Santicló o un niño de los de Santo Niño de Atocha. Habrá mil razones para todo. ¿Pero qué harás frente a un chicharroncito de lo más tierno? ¿Sacar el fantasma del tío Sigmund y chorrear con teorías?

3

Después de la caída del muro de Berlín el “cumpleaños del Gordo” en la actividad cumbre de la izquierda dominicana. Salvo que se muriera algún héroe y aparte de la misa del 12 de enero en la Iglesia las Mercedes y luego los recuerdos en la Calle Luperón, nada comprable a esa pasarela del Parque de los Poetas con unas paticas, pastelitos, cerveza, whiskey del bueno y del malo, y de paso, toda la plepla imaginable, todas las escaramuzas de los gloriosos que sobrevivieron a las escarpadas montañas de Quisqueya, de lo que te hablaban de Manolo y de Francis como muchos de escuela.

4

José Ernesto Oviedo Landestoy fue un gozón por excelencia. “Gordo, ¿pero cómo es que tú eres el Secretario General del Partido de los Trabajadores si tú nunca has dado un golpe?”. “Gordo, y qué fue lo que tú le hiciste a…. [fulanita]…?” Siempre había una pregunta que comenzaba con la palabra “Gordo”, y que patatín y patatán, porque así eran las cosas: el Gordo siempre tenía sus varitas mágicas.

5

Un día el Gordo le pasó a Leonel Fernández el libro “La utopía desarmada”, de Jorge Castañeda. Leonel otro día dijo que estaba leyendo ese libro. Par de meses después Castañeda, quien hacía poco había sido elegido como Ministro de Relaciones Exteriores de México, fue invitado al país. Carlos Dore organizó un “encuentro con los intelectuales”, y ahí estaba media humanidad en el Salón de la Cariátides. Hasta yo. Cuando vi al Gordo me alegré y hasta nos sentamos, entre otras razones, porque éramos las aves más raras en ese evento: éramos los únicos que teníamos chacabanas. Por cierto: esa fue mi última chacabana.

Rafael -Fafa- Taveras, en el parque de los poetas, mientras despide a José Oviedo Landestoy (El Gordo Oviedo). Fotografía tomada por Miguel D. Mena

6

El sábado 5 de septiembre nos encontramos en el Parque de los Poetas para despedir al Gordo.

Habló Olga Luciano, que más bello no se podía. Se tenía que ser breve. De hecho ya había una patrulla en la esquina preguntando que por qué tanta. Siempre que se reúnen par de izquierdas se da el acompañamiento musical de una patrulla, “pangola” en los 60, “perrera” si es que variaba la modalidad de stress con la masa.

Olga pidió si alguien quería hablar, y bueno, la masa pidió que hablara Fafa.

De haber sido Rafael Solano, con seguridad que sonaría “Por amor”.

De haber sido Niní Cáffaro, seguramente “Ruinas”.

Pero como era Fafa, entonces nos dábamos un baño, brincábamos al túnel del tiempo, y volvíamos al Fafa de 1965, super potente, en el Parque Independencia, tronando contra las tropas yanquis y el imperialismo yanqui, etc. etc.

55 años después, sin embargo, despedíamos al Gordo.

Cuando vi a Fafa encaramándose en el improvisado podio pensé el momento en que Lennon conectaba su guitarra y arrancaban los primeros tonos del “Let it be” último, los Beatles en aquella azotea de Londres, para entrar luego en el nunca jamás.

Fafa habló par de cosas sobre el Gordo, bellísimas, con un verbo a punto de romperse por las emociones. Hasta contó cómo se pasaron una semana con Gadaffi en el desierto, junto al mismísimo Gordo. ¡Siempre el Gordo estará sacando sus cartas de la manga!

7

Habían salido como de sus catafalcos, de sus geriátricos, de sus camas con oxígeno, de algún libro de Fidelio Despradel adquirido en el Conde. Ahí estaban los héroes antitrujillistas, antibalagueristas, prochinos, los que participaron en la conferencia Hilda Gautreaux, los que pasaron por la 40, la Victoria, Nigua, el exilio cubano, parisino, pekinés, donde se comieron cantidad de patos pekineses, by the way. Estaban los de la línea dura y los de la Línea Roja, los que saben todo de caso Crawly pero todavía tienen miedo de hablar del tema, los que se pasaron largas horas con Fidel discutiendo no sé qué estrategia, los que fueron quemados por cigarrillos o golpeados por Masámbula. (No vi a Narciso, por cierto, pero no importa, porque de todos modos el Narso nunca fue partidario de la Izquierda Feliz). Estaba hasta Carmen Mazara con todos los reenvíos posibles en el Palacio de Ciudad Nueva y en el Palacio de la Policía tratando de ver al Moreno. (No vi a Guido, sin embargo). Estaba Mario, pero no vi a Sagrada. Estaban los caneros, los que esperaban y despedían en los aeropuertos y en los moteles a las gringas de las ONGs, tan buena ellas. Estaban hasta algunos pastelitos en su lugar habitual, al fondo, como para que la masa no se abalanzase sobre ellos. Y también, friísimas que estaban las cervezas en el colmado de enfrente, aunque el Gordo tampoco bebiera tanto como se piensa. Lo que sí no había -y es más que de lamentar-, ¡no había chicharrones! ¿Y cómo podremos haber despedido a Gordo sin su aroma preferido?