En los análisis de coyuntura que hacemos en la izquierda y el movimiento progresista dominicano, no acostumbramos incluir el estado de situación de los valores y del perfil psicológico dominantes en la sociedad, para definir la correlación de fuerzas y establecer tácticas y líneas políticas. Por lo general nos quedamos en los problemas de la economía, del gobierno y los partidos que dominan el Estado. Como si no existiera una correlación entre todos esos componentes.
Por algo Carlos Marx y Federico Engels analizaron la sociedad de manera total, integral, y le dedicaron a los valores tanta atención en el Manifiesto Comunista y en la Ideología alemana, destacando que “los valores dominantes en una sociedad son los de las clases dominantes”.
Ese déficit es muy a pesar de que con frecuencia se escucha con que “en la sociedad dominicana hay una pérdida de valores”.
Es que, en un momento de crisis en la economía mundial, se impuso el neoliberalismo para argumentar las políticas del capital y localizar nuevas áreas de mercado. La privatización de lo público y la liberalización de mercados se constituirían en las coordenadas fundamentales.
En nuestro país se impuso, pero ya antes había iniciado un proceso de destrucción del área productiva para establecer como principal una de servicios en la economía. Se inició la derrota de la sociedad organizada en torno al trabajo; derrota que toma cuerpo de vez en vez con sus correspondientes antivalores.
El resultado ha sido un incremento de la pobreza con sus implicaciones sociales y espirituales; la migración masiva del campo a las ciudades; la marginalidad; la pervivencia de los bajos salarios y el auge de la informalidad.
Sumergido en la pobreza, gran parte del pueblo asume antivalores como el “sálvese quien pueda y como pueda” y conclusiones como las que “todos los políticos son iguales”, “este país se jodío”, que reflejan un estado de derrota colectiva.
Atrapada también por los antivalores del consumismo, las mayorías aspiran a conseguir cosas, y es aquí cuando aparece la delincuencia como necesidad; pero también la posibilidad de hacer negocio con lo que sea, hasta con la conciencia. El clientelismo de los partidos mayoritarios se nutre de esta realidad. La informalidad tiene su impronta en el plano político. El chiripeo político se ha instalado en un mercado de conciencia que funciona con arreglo a las leyes de la oferta y la demanda; se hacen partidos y movimientos para venderlos, a veces a la flor.
Súmese a esto la cadena de derrotas históricas durante más de 500 años desde que llegó Colón; las tragedias colectivas provocadas por terremotos y huracanes; las dictaduras; el golpe de Estado al profesor Juan Bosch; las intervenciones militares norteamericanas (1916 y 1965); la conversión en conservadores de partidos y líderes que se ofertaron como progresistas, con sus correspondientes políticas antinacionales y antipopulares una vez fueron gobierno; la pérdida a destiempo de líderes como Manolo, Caamaño, Minerva, el Moreno y otros; la imposición de la corrupción y la impunidad como algo normal en la vida del país; y en esa suma se podría entender el perfil psicológico de sensación de derrota histórica en gran parte de los dominicanos y dominicanas.
Pero, hay que ser optimistas y objetivos; no hay que considerar que todo se ha perdido. Quedan todavía reservas suficientes para cambiar ese rumbo. La cuestión es ubicar el aspecto principal de la contradicción en la coyuntura; parar el mal derrotero, y hacer lo que pueda poner esas reservas de cambio en mejores condiciones para procesos ulteriores.
Las del 2016 serán unas elecciones especiales, porque podrían resultar en una afirmación del proyecto de partido único y con esto impactar en la consolidación de la sensación de derrota histórica. Por eso hay que procurar el cambio posible ahora.
Este es un hecho principal que nos lleva a la conclusión política de que hay que proponerse un pacto de Convergencia con elementos programáticos que señalen ese cambio; lo contrario sería el continuismo. Esa es la disyuntiva que señala el imperio de subvalores y antivalores en la vida nacional.