¿Cuánto cuesta eso? ¿Qué vale aquello? Así inicié el artículo de la semana pasada, que titulé, “El Precio de Todo y el Valor de Nada”, basada en la cita de Oscar Wilde. Conceptualmente contrario al que aquí quiero plantear hoy. La reacción de varios lectores y colegas, me ha llevado a remitir una nueva columna. Una más si se quiere, predecible, reaccionaria y crítica sobre el estado social-económico y de valores cívicos de nuestros alrededores cotidianos, según insinuaba aquel título, en vez de la opinión un tanto sociológica y antropológica que había emitido.

¿Por qué he optado escribir este nuevo ejercicio, y al hacerlo, he invertido el título de la reseña original? Es decir, en vez de “El Precio de Todo y el Valor de Nada”, manifiesto el enfoque como “El Valor de Todo y el Precio de Nada”. Muy sencillo. La crítica original, es una con la cual podemos identificarnos desde mucho antes de que Wilde patentizara el pensamiento a inicios de la era industrial.

Y es además es el concepto soterrado de dos terceras partes de todos los artículos de opinión que leemos o escuchamos a diario, en cualquier fuente impresa, electrónica, radial o televisiva, sin importar nación, cultura o lenguaje.

La vigencia y permanencia de esta abstracción, se sustenta en la diatriba del “juzgante escritor” quien siempre remete contra los “ellos” y nunca a los “nosotros”, aun cuando se incluye en los primeros.

Una murmuración que le permite excluir en una especie de burbuja simbiótica, al autor y al lector de la opinión, donde solo ellos guardan virtudes. La misma que hacemos cuando compartimos memes, videos y posts de personas de cultura llana o de limitación educativa o intelectual, para llenar un breve vacío de ocio, con burla, risa, lastima o juicio.

Es el regaño eterno hacia el colectivo, la muchedumbre y la sociedad, de cómo ésta, ha llegado al punto donde lo material supera lo espiritual y lo emocional, y donde todo, al fin y al cabo, es resultado del marketing y la publicidad que nos influye. Pero esa no es la columna que quiero escribir. Esa ya me la sé. Esa no tiene gracia escribirla. Pero de igual modo, y aunque siempre es válido señalar, ahí les va.

¡Ya no hay respeto a los mayores, ya no hay peso en la palabra y mucho menos admiración hacia lo patriótico! ¡Ya no hay obediencia hacia las reglas, ya no hay cortesía ni gentileza, ni sensibilidad hacia el prójimo! ¡Ya no hay planes futuros, ya no hay vergüenza, ya no hay humildad, ni pienses en que hay mucha fe tampoco! ¡Pues ya no hay costumbre, ni dedicación o esfuerzo hacia una recompensa, ni cuentes con un gesto garboso a cambio de nada!

Lo que sí sabemos es el precio de aquel BMW y aquella cartera Coach. De cuánto cuestan unos lentes Oakley y cuánto pagó mi primo por unos Nike de Lebrón. De la diferencia entre los relojes carabelitas y aquellos que Juan se robó. Que si el i-Phone 7 tiene tal cosa y el mismo de Samsung esta otra.

Ya todos sabemos el precio de las cosas. Nos hemos auto-condicionado a eso. Nuestros esfuerzos ya están, que se dictan solos, alrededor de los precios que nos ofertan. Ahora, el ser chabacano, chulambrico y cherchero, por el solo hecho de ratings en las redes, en los medios y en nuestras vidas, nos convierte en promotores de la perdida de esas aptitudes que tanto reclamamos. Y todo de lo que culpamos al marketing internacional y a la publicidad alusiva de haber hecho, no es más diferente que nuestra insistencia en el figureo, el fantasmeo y ser fantoche. Para ponerlo en buen dominicano.

Todos hemos sido transmisores de esta realidad. Y en algún momento tendremos que aceptar como nos indicó Wilde, ¿o somos cínicos o sentimentales? Algo que ya señalara en el artículo anterior.

“La abstracción de esa idea, hacia un escenario actual, desde lo social a lo económico; desde lo cultural a lo racial o desde lo habitual a lo excepcional, es algo de discusión cotidiana en todos nuestros pueblos latinoamericanos. La libertad coquetea con el libertinaje y la facilidad de acceso a otras culturas, nos hace asumir lo peor de ellas.”

Surgen a diario nuevas presiones sociales, económicas y de equidad; aumenta la violencia en las casas, las calles y hasta en el mismo Estado. El cinismo se apropia de todo y la impaciencia se apodera del sentimiento. Y con todo ello, surgen más razones para violentar las líneas del derecho, las cuales también buscan validación por medio del cuestionamiento constante del detrimento de las actitudes cívicas de nuestras naciones.

El precio de algo, responde a un gesto “especulativo”, impuesta por las condiciones que fijan los actos de la economía de la vida y en última instancia, la de mercado. Y el valor de algo o alguien, es el resultado de una consulta que surge de lo innato con los cual nacemos.”

Y es así que llegamos al final de lo evidente.

Que solo en tragedia o en enfermedad es que entendemos el “Valor de Todo” y justo ahí es que nos importa poco el “Precio de Nada”.

Por ello opté en girar el título de este ejercicio y señalizar hacia el reconocimiento del valor de todo y el precio de nada, eligiendo ser optimista y pidiéndole a otros que sean colaboradores, conciliadores, conocedores, comunicadores o consejeros, pero jamás cínicos o sentimentales. Pues todo lo que tiene valor hoy, tendrá valor siempre. Aunque para muchos sea muy tarde en reconocerlo.

“¿Y el costo, entonces?” Me pregunta un Colega. Sonrió y le respondo. “Dante, me acabas de complicar esto. Déjame darle mente.”