La institucionalidad es un valor que se le atribuye en especial al sector público, cuya naturaleza le hace vulnerable al cambio de prácticas en función de qué persona gana unas elecciones, recibe un mandato colegiado o es nombrado en un cargo por vías ejecutivas.

Ahora bien, la institucionalidad, que defino como un conjunto de principios, valores, ideas, creencias y representaciones colectivas que norman las conductas de los individuos dentro de una organización, debe estar presente también en las organizaciones del sector privado.

Cuando una empresa familiar traza su estrategia organizacional sobre la base de los afectos parentales o concepciones preconcebidas sin base en la investigación de mercado o la consulta con expertos, pudiéramos concluir en que sus acciones carecen de institucionalidad.

Por otro lado, las mejores prácticas del buen gobierno corporativo, que establecen manuales de conducta, transparencia en las operaciones empresariales y orientación a la responsabilidad social empresarial, tienen la facultad de desarrollar esos principios que norman el proceder de los ejecutivos y de otros colaboradores, con el propósito de que el aporte de la organización privada al mercado, a los accionistas, a la comunidad y a sus propios empleados sea constante y no varía bajo la dependencia de un ejecutivo de turno.

Debido a esa institucionalidad es que grandes empresas y grupos económicos dominicanos permanecen en el tiempo y son sostenibles durante décadas. Parten de principios y valores como la innovación, el trabajo duro, las operaciones responsables, y respeto a los manuales y procedimientos internos para alcanzar un estado de alta valoración por parte de la sociedad, popularidad por parte del mercado y confianza desde el punto de vista de los accionistas.

¿Cómo una empresa puede propiciar o mantener una organización supeditada a principios y valores institucionales?

La persona hace al puesto, pero…

En las empresas surgen de manera natural liderazgos a lo interno de los comités de dirección. Por lo general son mujeres u hombres con gran experiencia en su campo y con años de lealtad comprobada a la organización.

Aparte de tener un completo control de los excelentes resultados de su área de influencia, puede opinar y se conoce al dedillo las estructuras y responsabilidades departamentales de sus colegas. Es un super-encargado o super-encargada cuyo criterio, por lo general instintivo, permea a las actividades de la empresa.

¿Qué pasará cuando este ejecutivo o ejecutiva se retire o se vaya a trabajar a la competencia? Si bien es cierto que el talento, la entrega y la creatividad deben ser fomentados, también es importante que cada encargado o responsable de área asuma sus funciones sin la “colaboración extra” de pares.

Cuidado con la discrecionalidad.

La discrecionalidad, o tomar decisiones sobre la base del criterio momentáneo de la autoridad delegada, es lo contrario de la institucionalidad cuando se pone en práctica con frecuencia.

Los accionistas de una compañía no pueden desarrollar confianza en la misma si el gerente general de turno puede disponer de recursos o acciones de acuerdo con su opinión coyuntural, en vez de principios y valores establecidos en estatutos o manuales.

Sobre la brecha salarial de género.

Por cada 100 pesos que gana un hombre, una mujer gana en promedio 80 pesos  por desempeñarse en la misma posición y con las mismas competencias. Con la diferencia de que la mujer promedia dos años más de formación intelectual y académica que el hombre en República Dominicana.

Como padre de una hermosa niña, esto me conmueve de manera personal. Las mujeres deben tener las mismas oportunidades de proyección económica que los hombres dentro de las empresas, si el sector privado quiere ser dínamo del avance hacia un nuevo nivel de competitividad sistémica en República Dominicana, además de ejemplo de institucionalidad.

La responsabilidad social en su totalidad.

Movilizar cientos de empleados hacia una sabana para sembrar árboles, apadrinar una escuela en un lugar remoto o incentivar actividades culturales pueden ser iniciativas hipócritas si se ignoran las responsabilidades fiscales, las necesidades de los clientes o el bienestar de los empleados.

Nada más destructivo para la imagen de una empresa que predicar una cosa y proceder de otra. La confianza es el mayor bien que se puede acumular de los clientes e inversionistas, por lo que la institucionalidad se fundamenta, en un principio, por el total del cumplimiento de las responsabilidades.

Escríbalo casi todo.

Manuales, planes, protocolos, estatutos. Parecen antología de una literatura empresarial interminable, pero son importantes a la hora de plasmar los principios y valores por los que debe regirse una entidad, ante todo si se desea que la mística de éxito permanezca de forma transgeneracional.

Institucionalizar es un desafío para valientes, pero necesario como paso necesario para alcanzar el desarrollo.