Esta serie de artículos se basa en la ponencia que presenté en el panel “Aborto: La cuestión de la autonomía de la mujer”, organizado por el Instituto de Investigación Social para el Desarrollo (ISD) y la Fundación Friedrich Ebert. Santo Domingo, 19 de abril de 2018.
El pasado 19 de abril el Instituto de Investigación Social para el Desarrollo (ISD) y la Fundación Friedrich Ebert realizaron el panel “Aborto: La cuestión de la autonomía de la mujer”. El texto de referencia para el debate fue un artículo preparado por la joven cientista social Aris Balbuena (1), con sólidos argumentos filosóficos y políticos a favor del aborto voluntario, es decir, a solicitud de la mujer durante el primer trimestre del embarazo. Me llamó la atención la preponderancia de gente muy joven en la sala y en el panel (donde yo era la única mayor de 30 años), así como la novedad de participar en una actividad que reivindicaba el aborto voluntario en lugar de las tres causales.
Las activistas de la Colectiva Mujer y Salud lo hacíamos casi en solitario en los años 80 y 90, antes de que se iniciara el actual proceso de reforma del Código Penal, convencidas como estábamos de que las mujeres no podemos ser personas libres y autónomas –condición sine qua non para el ejercicio de una ciudadanía plena- si no contábamos con el derecho más básico de todos: el de decidir sobre nuestros propios cuerpos.
Es imposible siquiera soñar con un ejercicio democrático e igualitario de derechos si un fallo anticonceptivo, una violación sexual o un simple olvido pueden trastornar dramáticamente y durante años nuestros proyectos de vida (educativos, profesionales, familiares, personales), obligándonos a cumplir con una maternidad no deseada, impuesta de forma autoritaria y sin importar que ocurra en el momento menos oportuno para la mujer o la pareja.
Por eso me resulta tan ofensivo el discurso de que, en lo principal, las mujeres hemos vencido la desigualdad, como nos repiten desde todos los ámbitos del poder social, quizás para que no pensemos mucho en la violencia de pareja, las violaciones sexuales, los feminicidios, la mortalidad materna, el embarazo adolescente, la marginación de la esfera política, la discriminación salarial, el acoso sexual en el trabajo, la doble jornada laboral, el auge indetenible de las cirugías plásticas o la prohibición absoluta del aborto.
Y por eso estoy tan de acuerdo con el argumento central del texto de Aris Balbuena de que, al proponer que el aborto sólo pueda practicarse en situaciones extremas y excepcionales, la despenalización por causales no rebate la satanización del aborto como una práctica intrínsecamente inmoral, criminal y deshonesta; no posiciona el aborto como una cuestión de derechos, ni a la mujer como sujeto de los mismos; no plantea el derecho a decidir como una demanda democrática.
Como he planteado muchas veces, a nivel internacional la despenalización por causales es la postura conservadora, la que prevalece en teocracias como Irán o Arabia Saudita, y por razones evidentes: primero, porque las estadísticas de los países que sí reconocen el derecho de las mujeres a decidir muestran que las interrupciones por causales suelen representar alrededor del 5% del total de abortos (2). Es decir, en términos reales es muy poco lo que cambia cuantitativamente con la despenalización parcial, sobre todo ésta cuando se define en términos tan estrechos como los nuestros.
Segundo, y mucho más importante, porque en los abortos por causales no es la mujer la que decide sino la junta médica o el juez. Claro que ella elije si se acoge o no al derecho que le concede la ley en estas situaciones excepcionales, pero su decisión nunca será autónoma, siempre dependerá del permiso que le concedan otros, que son los que tienen el verdadero derecho a decidir. (3)
En el fondo, la despenalización por causales no respeta la autonomía personal de la mujer, no la reconoce como sujeto moral capaz de tomar decisiones importantes por sí misma, sino que la mantiene bajo la tutela moral y el control legal de los médicos y de los jueces -y sobre todo de las iglesias, que son las que justifican y legitiman este estado de cosas-. ¿Es posible construir y ejercer ciudadanía en tal situación de subordinación personal y vital, donde las mujeres son relegadas al estatus de incubadoras humanas con derechos equiparables a los de un embrión?
Creo que el tema de la autonomía también se refleja en las actitudes hacia la despenalización que recogen las encuestas de los últimos años: muchos encuestados aceptan a regañadientes el aborto por causales –sobre todo el terapéutico- justamente porque en esos casos “de fuerza mayor” no es la mujer la que decide. Es el potencial de autonomía personal y social femenina lo que genera el mayor rechazo, como se ve en las advertencias misóginas sobre la supuesta irresponsabilidad de las mujeres que, de ser despenalizado, utilizarían el aborto descontroladamente como anticonceptivo, con el consecuente “libertinaje” que esto acarrearía (presumiblemente sexual además de abortivo), etc.
Es revelador comparar esas actitudes con el silencio absoluto que rodea la publicidad incesante de la anticoncepción de emergencia, que durante años ha sido uno de los principales patrocinadores del béisbol profesional dominicano, a pesar de la irresponsabilidad que supone promover un fármaco que debiera ser de uso muy eventual como si se tratara de aspirina. La diferencia, por supuesto, es que esa publicidad va dirigida a hombres, aunque el fármaco lo consuman mujeres. Quizás si la publicidad fuese dirigida a ellas también se estaría cantaleteando lo del libertinaje femenino. Y si alguien duda que la mujer independiente, la que toma sus propias decisiones, sigue sacando grandes ronchas en la sociedad dominicana, sólo tiene que ver los índices –y las causas- de la violencia de pareja y el feminicidio.
En la próxima entrega seguiremos viendo los argumentos en torno a la despenalización por causales versus el aborto voluntario, así como los desafíos políticos y estratégicos que enfrentamos las activistas por los derechos reproductivos tras dos décadas de intentos fallidos por lograr la despenalización parcial.
Notas
1.Aris Balbuena, “El debate sobre el aborto y las tres causales: La cuestión de la autonomía de la mujer”, Instituto de Investigación Social para el Desarrollo (ISD) y la Fundación Friedrich Ebert, Abril 2018. Disponible en: https://issuu.com/mariaconsuelosepulvedarosa/docs/perspectivas_-_aborto_y_autonomia_m
2. Según el Instituto Guttmacher, en los EEUU el porcentaje es de 2.3%; en el extremo alto del rango, en España las causales representan el 10% (quizás porque el terapéutico incluye salud mental de la mujer). Ver Lawrence B. Finer et al. “Reasons U.S. Women Have Abortions: Quantitative and Qualitative Perspectives”, Perspectives on Sexual and Reproductive Health, 2005, 37(3):110–118, https://onlinelibrary.wiley.com/doi/pdf/10.1111/j.1931-2393.2005.tb00045.x ; para España ver “Distribución porcentual de las interrupciones voluntarias del embarazo realizadas en España en 2015, según el motivo de la interrupción”, Statista, El Portal de las Estadísticas, https://es.statista.com/estadisticas/565529/distribucion-porcentual-del-numero-de-interrupciones-voluntarias-del-embarazo-realizadas-espana/
3. Para un análisis más detallado de este argumento, ver: Denise Paiewonsky, “Aborto, machismo y ética religiosa”. Acento, 4 de agosto de 2016.
https://acento.com.do/2016/opinion/8370008-aborto-machismo-etica-religiosa/