He escuchado varias veces el siguiente enunciado: si nadie lee, para qué escribir. Por mi historia personal y por mi tesis doctoral, trabajo el tema de la escritura y la configuración de sí, he llegado a la siguiente convicción: ¡hay que escribir siempre!
La primera razón para escribir permanentemente es que la escritura es una tecnología que exige procesos cognitivos más complejos que los activados en la oralidad cotidiana. Hace años leía un estudio que un profesional promedio, dentro de su ámbito laboral, hablaba más de lo que escribía razón por la cual no desarrollaba procesos complejos de pensamiento. Ciertamente que hay profesiones, como las ligadas al sistema de justicia, en la que la escritura es un componente central, pero esta escritura es autómata ya que está regida por unos moldes formales que no permiten la creatividad, basta con seguir lo estipulado y se tendrá un texto con más o menos sentido. Este tipo de escritura autómata, ligadas a la formalidad de un documento y donde solo se depositan datos rutinarios, no promociona el desarrollo de habilidades de pensamiento ni la creatividad a través del lenguaje.
Escribir brinda un horizonte de sentido a nuestras estructuras de pensamiento. Cualquier forma de pensar, en vista a que es un proceso que acontece en la conciencia (en tanto que centro interior de nuestras percepciones) debe tener un objetivo. La intencionalidad de la escritura es un espacio para darle sentido o finalidad al pensamiento. Siempre que pensamos lo hacemos sobre algo y para algo. Aún la escritura en flujo de consciencia, en la que el escritor coloca todo lo que adviene a su mente sin una estructura definida, es una escritura consciente en vista a que se ha elegido tal forma frente a otros modos de escribir. Tener un horizonte de sentido en nuestras estructuras de pensamiento es poseer la convicción de que se está en el mundo de una determinada manera y que este modo de estar me define en lo que estoy y cómo estoy desde este marco vivencial.
Quien escribe no solo da sentido a lo que acontece a su alrededor, sino que asume una postura crítica frente a lo acontecido y a lo dicho en su derredor. Para asumir una postura crítica frente a lo que acontece y a lo que se dice en el entorno hay que pertrecharse de conceptos, de reglas para la comprensión del sentido a través de procesos de inferencias, identificación y clasificación de información y, por último, de metodologías para procesar la información que recibimos del medio. En última instancia, quien escribe permanentemente es un lector consumado que puede dar cuenta del método personal de lectura e interpretación de textos. Es difícil encontrar un buen escritor que no sea un buen lector, por tanto, la escritura exige un buen hábito de lectura.
Por último, y tal vez la más razón más convincente entre otras, la escritura permanente es un diálogo perenne de quien escribe consigo mismo. En este diálogo constante de sí consigo mismo es donde el escritor perfecciona su ser a través del ejercicio de sus capacidades. En este sentido, la soledad no es odiosa para quien escribe, sino que es el “espacio” para desplegar sus potencialidades creativas. La fuga mundi y la soledad sonora son propicias para el ejercicio casi ascético de la escritura.
La escritura no es una actividad para algunos privilegiados dotados de facultades especiales para ello. Es una cuestión que atañe a todo el que pretende cuidar de sí a través del análisis y la reflexión. La escritura exige a toda la persona y modifica a toda la persona. En tanto que cuerpo es el momento de aislarlo y someterlo a los límites de la actividad escrituraria. En tanto que distinto al cuerpo es el momento en que la persona toma consciencia de sí de modo reflexivo vía el lenguaje.
El escritor rara vez piensa en el lector. Si pensara en él jamás escribiría puesto que solo es un fantasma de una alteridad posible. Los lectores ideales no existen, tan solo existen otros “escritores” que reescriben con el pensamiento la voz silenciosa de la escritura. La lectura es otro tipo de escritura mental desde la grafía.