“Los hombres están más dispuestos a devolver una injuria que un beneficio, porque la ingratitud es una carga, mientras que la venganza es un placer”-Tácito.

Cuando en una ocasión analizamos lo que el PRM presentó como su “programa de gobierno”, concluimos, sin ningún ánimo partidario, que lo presentado estaba lejos de llegar al rango cualitativo de un programa de gobierno integralmente concebido.

A nuestro modo de ver, la propuesta del PRM carecía de los referentes axiológicos (principios) y de elementos imprescindibles, como son: breve introducción a los problemas públicos clave, objetivos y metas que sabemos encarnan las llamadas promesas políticas, y, naturalmente, planteamientos en torno al cómo se lograrán, es decir, mediante cuáles estrategias (cómo llegar) y contando con cuáles recursos, dadas las restricciones posibles en un horizonte de mediano plazo objetivamente existentes.

Muchos se preguntarían, ¿de qué sirve un programa de gobierno bien hecho con unos inicios repentinamente marcados por los devastadores efectos de una pandemia cuyo final no se ve venir? Los programas de gobierno no son inflexibles, como tampoco los son los institucionales y sectoriales.

En definitiva, el abordaje del presente y la visión del futuro de la nación del partido gobernante carecen de una base programática sabiamente articulada. De hecho, lo que al final de cuentas se impuso en ese partido fue la perspectiva limitada de un programa de gobierno, es decir, lo que llamaríamos una lista de promesas. La visión programática aparece entonces como factor irrelevante de la victoria electoral.

Ciertamente, los factores fundamentales de su sorprendente impulso electoral fueron la división inducida del PLD, la triste y repugnante herencia moral de ese partido, su larga permanencia en el gobierno, la determinación del doctor Leonel Fernández de quitarle a ese partido las riendas del Estado y, finalmente, con mucho peso específico, la ilusión popular sobre un real cambio histórico de la praxis y representatividad política.

Sin plataforma programática alguna, las muchas promesas marginales suelen resultar peligrosas. Y tenemos decenas en el conjunto de los lineamientos generales que los perremeístas llamaron programa de gobierno. También nos encontramos con su reforzamiento numérico en cada salida o aparición pública del presidente.

La mayoría serían incumplibles, como siempre sucede, pero dada la racionalidad utilitarista creciente del votante dominicano, que ahora -por lo menos en el segmento de clase media- valora y está atento a las promesas políticas, la alta productividad de producción de expectativas falsas, podría convertirse en un terrible boomerang, claro, en el caso para nosotros muy posible de que Abinader y su grupo no logre materializar mínimamente los ofrecimientos declarados.

Un hecho relevante. El PRM no cuenta con el 52.5% del favor del electorado. Los electores somos 7.5 millones de personas por lo que los 2.1 millones que le dieron la victoria componen el 28.6% del total de inscritos en el padrón electoral nacional. En otras palabras, al PRM lo tienen en la mira escrutadora 5 millones 375 mil 066 dominicanos, entre miembros de otros partidos, desconfiados de la democracia disfuncional y precavidos que no fueron a votar por temor a ser infectados con el omnipresente SARS-CoV-2. En relación con este último aspecto debemos saber que los votos emitidos este año componen el 55.3% del total de inscritos, lo cual equivale a 44.7% de abstención electoral.

Si a esa cantidad sumamos por lo menos un millón de los que votaron por el PRM que posiblemente estén ya cerrando filas junto al creciente grupo de los decepcionados, entonces debemos convenir que el presidente y su gabinete deben comenzar a introducir serios correctivos al rumbo que están marcando.

Un rumbo signado por el nepotismo, el amiguismo, el entendimiento de la función pública como una herencia solo posible en el mundo de los más conocidos miembros de la clase política. También por la visible inclinación de imponer más sacrificios tributarios a los que menos tienen en momentos en que el gasto tributario inútil suma cerca de 300 mil millones y encontramos evasores en cada esquina. La retórica de buscar consensos para guillotinar con más gravámenes a los electores económicamente menos favorecidos. Los abusos en la Administración donde se despiden a personas mayores de sesenta años que exhiben méritos y una larga hoja de servicios.

La humillación de los servidores de carrera con la imposición de categorías ocupacionales inferiores-no sabemos que inventarán con los sueldos de estas personas- y la obligación de ser acompañados en las estaciones de trabajo por quienes van a sustituirlos (¡terrible humillación que podríamos calificar de cruel tortura psíquica!).

La rápida creación de decenas de nuevas empresas por algunos de los funcionarios nombrados para hacer de los procesos de compras y contrataciones y de los concursos públicos (como el reciente del Indocal) crónicas de muertes anunciadas. Los indicios de profundización de captura del Estado y de consolidación del modelo de negocios clientelar nombrando en funciones clave (ministros, viceministros, directores) a personas con empresas activas en sus ámbitos de competencia institucionales.

De algo estamos muy seguros: no habrá ejemplaridad ni cambios sustanciales en lo moral en este gobierno del señor Luis Abinader. ¡Ojalá nos equivoquemos!