¿Por qué el dedo acusador sólo apunta al policía, habiendo tantas otras profesiones que “se la están buscando”? ¿Ser policía es un oficio o una condena? El autor trata de responder a esta y a otras interrogantes peliagudas.
No todo el mundo piensa como lo hizo el hijo de siete años de Julio Aníbal Suárez quien, en medio de los Doce Años, le acompañó cuando iba a defender a los obreros de La Manicera. Y uno de los presentes advirtió en plena asamblea: “Hay que tener cuidado, pues hay abogados que se venden”. Por lo que, de inmediato, el pequeño se paró y dijo: “Mi papá no se vende. Y si lo hace le doy un tiro aquí”. Y se puso el dedito en la frente.
Recuerdo esto, para afirmar que no todos los policías se venden. Ni todos los maestros protestan en el Altar de la Patria porque se vaya nombrar directores departamentales capaces y no botellas.
Ni todos los estudiantes son como los dirigentes de la FED que están presos por estafa. Ni todos los sacerdotes como aquellos que acusaron al padre Rogelio, mientras apoyan a los curas pedófilos, como el tal Wesolowski. Ni todos jueces venden las sentencias, ni todos los médicos inventan enfermedades inexistentes, ni todos los ingenieros sobrevaluan las obras, etc, etc, etc…
¡No! Lo digo con autoridad: ¡Hay muchos policías buenos! Y, le haré una pregunta a usted, amigo lector: ¿Qué pasaría si usted fuera un policía, un policía bueno? Es decir, un extranjero en su propio país. Y va con su uniforme planchadito, oyendo una bachata de Luís Vargas, para olvidar que no dejó para la comida, no tiene más nada que empeñar y Don Ramón no le presta más.
Y no puede dedicar sus horas libres a alguna otra actividad productiva: una rifa, un triciclo o un puesto de yaniqueye. Es un policía. Un policía bueno. Y debe cuidar su imagen. Como un profesor de la UASD que, aunque se lo esté llevando el mismo Diablo, suele levantar el rostro, parar el pecho y tomar una pose de sabelotodo mientras, proclamándose fervoroso del jazz y de Beethoven, siente un alegre cosquilleo cuando oye esta sabrosura:
https://www.youtube.com/watch?v=glVFC1G86zA
Porque, como dijo el policía de la “cebolla”, el sueldo no le permite muchas opciones: el pago de la cuartería y la luz, le hacen un verdadero hoyo. Afortunadamente no tiene teléfono en la casa, ni celular, ni tele cable. No. Es un policía. Un policía bueno, que no tiene ni siquiera para comprar un casete pirateado de Esteban Mariano.
¿Cómo se engancharía, amigo? Quizás vino del campo y, al no encontrar otro trabajo, agarró lo único que apareció. O, tal vez siendo estudiante, cansado de buscar empleo, tuvo que “caer en eso”. Y, luego, a echar pa’lante. A perseguir delincuentes, a someter criminales y a preservar la paz pública. Las buenas costumbres. La moral… Y, de repente, lo han enviado a la calle. Es un día peligroso: quizás hay una huelga o alguna movilización. Oyó que casi todos los compañeros de su unidad habían rehuido el compromiso: salir a la calle en días de disturbios podría resultar fatal. Hubiera preferido quedarse en su casa, viendo el televisor blanco y negro de 13 pulgadas y cuya antena no es otra cosa que un gancho de ropa, tomándose una “fría”, mientras su mujer le preparaba un sancocho de “pico y pala” y el vecino subía todo el volumen, obligándole a ceder ante esta belleza:
https://www.youtube.com/watch?v=c_FQPv9sGCc
Qué bueno era quedarse, amigo. Pero es un policía. Un policía bueno, que ahora debe resignarse a perder la última de Ramón Cordero.
¿Dónde lo soltará el camión? ¿En Capotillo? ¿En Cristo Rey? ¿O en Katanga, de los Mina? No podría adivinarlo y, como va apiñado en medio de los otros, sólo reaccionará cuando les griten: ¡Bájense aquí!
Así, ya estaría presto a cumplir con su deber. Pero, ¿cuál deber? ¿Disparar o correr? ¿Avanzar o retroceder? Porque, una vez en la calle nadie sabe de cual callejón saldrá un botellazo, una piedra, “ácido del Diablo”, o ¡un balazo! De una “chilena”. O de un revolver arrebatado a otro policía. ¡Oh! ¿Cuánto le habría gustado quedarte en su casita oyendo esta preciosidad:
https://www.youtube.com/watch?v=9vcgZtaVw1c
Pero no. Es un policía. Un policía bueno. Y ha oído que hay algunos que preferirían que disparara, para fotografiarle o grabarle en video para que, desde la butaca más cómoda de un ambientado estudio de TV, un “analista” bien maquillado pueda tronar: “He ahí: la policía reprime nuevamente”.
Si fuera un atraco sería fácil: le bastaría con adelantarte, enfrentar al delincuente y… ¡Caramba!, también aquí vendrían los problemas: si mata al ladrón podría aparecer otro “analista”, gritando: “Los derechos humanos…” Y, si no dispara, y es el ladrón quien mata a un hijo de algún “jorocón”, podrían volver los “teóricos” a proclamar: “Estamos desprotegidos”, “La policía cuida a los delincuentes”, “¡Los policías son los delincuentes!”.
Tan bueno que es sentirse policía, un policía bueno, cuando en la calle se produce algún pequeño robo. O un carterista actúa y el vecindario grita: ¡Busquen un policía! Sin embargo, este es otro momento. Y sólo le dijeron: “No permitan desordenes”. Afortunadamente, al menos, en la radio el chofer policía, en lugar de las terribles noticias del momento, traía sintonizado esto:
https://www.youtube.com/watch?v=8XD1ZdUJKkk
Terrible, ¿no? Si fuera en otros tiempos, los “Doce años”, por ejemplo, cuando dar muchos palos y tiros bastaba para lograr ascensos. Porque, todos los cuarteles estaban llenos de letreros advirtiendo: “Policía: el comunismo es tu enemigo”. Eran los tiempos en que Radio Guarachita hacía sonar “Chiquitina”, en la voz de Paniagua. U, otra de Rufo, Rafael Encarnación, el Chivo sin Ley, Aridia Ventura y, ¡valla coincidencia!, Fabio el Policía.
Ahora, todo ha cambiado: hay cámaras de televisión por todas partes y, de pronto, usted siente que el vehículo se ha detenido: “¡Salgan: que llegamos a la UASD!”.
Entonces, puede ver con sus propios ojos que cientos, quizás miles de estudiantes, vienen hacia usted, tirando piedras y ondeando sus banderas. ¿Qué haría usted aquí, amigo? Quizás, después de estar temblando como una hoja de plátano, se deje vencer por el instinto de conservación y luego no podría explicar a la comisión investigadora cómo se le escapó el disparo que segó la vida de un joven estudiante. O, alguien le disparó a usted, para quien no habrá banderas, ni panegíricos, ni una placa recordatoria. Tan sólo cuatro velas, una caja de pino y tres niños llorando su propia desesperación, mientras una madre desconsolada deja pasar las cuentas de un viejo rosario, mirando al cielo en busca del brillo de una nueva estrella, donde usted, amigo lector, descansará en paz. Y, quizás un amigo suyo, como yo, lo recordará con esto:
https://www.youtube.com/watch?v=cHbAgKuAQiA
Para poder decir:
Yo estaba allí.