Desde muy joven, mi amigo Manolo evidenció ser un hombre forjado para la acción, la temeridad, la violencia y el desafío constante al peligro. Ese temperamento lo llevó, siendo casi un muchacho, a enrolarse en la guerra de abril donde se le tenía pendiente para las acciones más peligrosas.

Siguiendo la conducta de muchos excombatientes de otras guerras en el mundo (pienso en los veteranos de Vietnam) Manolo continuó buscando acción y adrenalina en las calles  de Nueva York, donde participó en acciones ligadas al delito en sus expresiones más peligrosas; esas actividades que son reservadas para cierto tipo de hombres; gente que debió encauzar esas valentías personales por mejores caminos, pero que por múltiples razones desfogan sus capacidades en hechos tan peligrosos como negativos. Ya con más de seis décadas a cuesta, el personaje que describo regresó  hace algunos años a la República Dominicana “haciendo punto en otro son”; quiero decir que Manolo decidió abandonar el camino que llevaba y dedicarse a trabajar y a impulsar a su familia.

En calidad de víctima de robo presentó querella y al conocerse ante el fiscal la vista correspondiente, oigan lo que dijo el imputado a título de defensa: “Magistrado, ese señor y yo tenemos una relación… usted sabe, y él lo que no quiere es pagarme mis servicios pasionales y por eso ha inventado lo del robo”.

“Soy un hombre distinto”, me dijo, antes de las nueve de la noche estoy durmiendo y trabajo desde las cinco de la mañana hasta entrada la noche sin descansar.

Hace algunas semanas Manolo fue víctima de un robo en su vehículo de trabajo de donde un joven delincuente sustrajo el radio y otros objetos. En calidad de víctima, presentó querella y al conocerse ante el fiscal la vista correspondiente, oigan lo que dijo el imputado a título de defensa: “Magistrado, ese señor y yo tenemos una relación… usted sabe, y él lo que no quiere es pagarme mis servicios pasionales y por eso ha inventado lo del robo”.

Manolo, un “tiguere rejugao”, quedó en estado de choque, no sabía ni cómo reaccionar. Al narrar el hecho afirmó que estos muchachos tienen más tigueraje que en N.Y,  pues ésta, admitió, no me la sabía.

El nombre  Manolo no es real, pero la historia ocurrió tal como la cuento.

Yo pregunto: ¿Qué haría usted frente a una situación como esa?