Los análisis de las emociones son indispensables para comprender el entramado de la comunicación política y el comportamiento comunicativo de los ciudadanos que se enfrentan a situaciones difícil al decidir por quién van votar o cuál opción política es la mejor para sus propios intereses o los del país.
Es que los modos de hacer política se han convertido en fragmer de los medios de comunicación masivos, digitales, virtuales e impresos en detrimento de la finalidad de la ciencia política. Somos espectadores de un mundo digital que ha amplificado el sentir apasionado y descontrolado a tal punto que millones de personas son cada día arrastradas por avalanchas de emociones teledirigidas que aumentan el odio, el miedo, la exclusión, la inseguridad y muy pocos la alegría, el vivir sano mentalmente, así como el intercambio con otras culturas.
Nos empujan a devorarnos, a separarnos, a atrincherarnos y sentir vergüenza de nuestras tradiciones sobre lo que se edificó la cultura latinoamericana. Sentimos que nos devoramos: nos estamos deshumanizando, dejando de ser seres humanos, para convertirnos en instrumentos de gente poderosa que para nada quiere orden y belleza en este mundo: la gran utopía como planteado el filósofo Platón en el libro de la República.
Los políticos sacan provechos de este espectro para abrir las puertas al mesianismo y populismo electorero. Por eso cada vez más estos desatan las emociones favorables a su candidatura y de odio y miedo para descalificar a sus oponentes. En ese juego maniqueo vivimos y decidimos.
Estudios de impactos han demostrado que los políticos ganan las elecciones apelando a los sentimientos de los votantes, mucho más que las razones. En España, el equipo de investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona reveló que una visión puramente racionalista de la política es errónea. El mecanismo mental del ser humano responde a lo que la emoción le sugiere y a lo que percibe a través de sus sentimientos.
Con frecuencia se ejerce el sufragio motivados por sentimientos que no tienen que ver con la superación económica. En las elecciones del 2004, los norteamericanos reeligieron al presidente Bush, Jr por miedo y venganza contra los actores de los atentados del 11 de septiembre. Los colombianos se debatieron entre el miedo y la esperanza en las elecciones del 2014. Juan Manuel Santos logró capitalizarlo a su favor.
Manuel Castell reseña, en el libro Comunicación y Poder (Cfr, el Cap. Redes de Mente y Poder), dos condicionantes emocionales en el comportamiento político uno, el sistema de predisposiciones, el cual induce a entusiasmo y organiza el comportamiento para conseguir los objetivos del sujeto entusiasmado en un momento determinado. Y dos, el sistema de vigilancia, cuando se experimenta miedo por las propuestas ajenas. Los votantes, antes de decidir traicionar al partido, vigilan y analizan esas nuevas propuestas.
De acuerdo a Castell, el cual se apoya en la Neurociencia, la esperanza supone proyectar el comportamiento en el futuro. Activan los mapas cerebrales que motivan el comportamiento político orientado a conseguir el bienestar futuro como consecuencia de una actuación presente. Es un componente clave de la movilización política. Esta va acompañada del miedo, el cual influye en el comportamiento del votante. Se combina con el temor a la decepción que podría generar el político en el futuro. La esperanza conlleva un grado de incertidumbre y por supuesto de miedo.
Lo opuesto es el entusiasmo, el cual implica una valoración positiva y está muy cerca de la persuasión. Las emociones fuertes disparan los mecanismos de alerta, como la ira y la ansiedad. Cuando el mensaje político provoca demasiada ansiedad dificulta la captación de su mensaje.
En definitiva, el liderazgo político joven tiene que apostar por una buena comunicación que impacte con emociones positivas en la mente de los electores. Ahí esta parte de su gran desafío. Pero no será posible -escuchen bien-si lleva una vida llena de lujo con el dinero nuestro, de complicidad con la corrupción y desconectado de la cultura de una juventud que pierde cada día las esperanzas de un país menos corrupto, tranquilo y respeto a las leyes.