En estos días en que en la mayoría de los países se está analizando y conociendo cómo se estructurarán los presupuestos nacionales, cabe hacerse la pregunta de cuál será el objetivo final de los programas que serán apoyados. El año pasado el objetivo era claro: la mitigación de los estragos de la pandemia, con un énfasis en la salud física que nos permitiría tomar un funcionamiento más presencial.  Por ello, en República Dominicana, como en el resto del mundo, se mantuvo un elevado nivel de gasto público para lo cual se continuó con la profundización del endeudamiento que nos ha acompañado durante todo el siglo XXI.

 

En cuanto a salud física no nos podemos quejar: tal vez ayudados por la vacuna de la tuberculosis que es de aplicación obligatoria en el país (y que parece que en cierta medida mitiga la transmisión y los efectos del coronavirus 19), seguro apoyados en la vacunación masiva voluntaria y gracias a la firme decisión del estado, del sector privado y de los particulares, que dedicamos esfuerzos y fondos a detener la propagación de la enfermedad, a 22 meses de que llegara el caso cero dominicano, Claudio Pascualini, mal o bien contados, hemos registrado relativamente pocos contagios y, dentro de ellos, baja mortalidad.  Indiscutiblemente para la República Dominicana el costo de la pandemia fue mayor en términos económicos que sanitarios.

En cuanto a salud económica sí que hay muchas oportunidades de mejora. El transporte internacional se encareció significativamente durante estos meses y, en un país donde hay tantas importaciones, el resultado de esta realidad es funesto, porque incide en el precio de todos los bienes, incluidos los combustibles que facilitan la movilidad y que por sí mismos también están aumentando. En otras palabras, fabricar el mismo producto es hoy más caro que a principios del 2020. Además, y esto lo sabíamos desde antes de la pandemia, mucho del dinero que se produzca será destinado al pago de los intereses de la deuda.  El asunto será hacer un uso inteligente de los fondos que queden disponibles. El endeudamiento per cápita de los Estados Unidos es casi el doble que el de la República Dominicana, pero la creación de bienes y servicios es mayor y de mejor calidad, algo que se evidencia en que el PIB per cápita es mucho mayor, y este es un factor que contribuye a que ese país continúe ocupando un lugar destacado en el panorama internacional.

El presidente Abinader anunció el miércoles en la noche que abandonaba planes de reforma fiscal, pero si se llega a retomar el tema en algún momento, le cabe el mismo tipo de razonamiento, plantearse seriamente qué destino sería el más eficaz. Buscar la manera de que se lugar de gastar, se pueda llamar invertir y que los ingresos no lleguen a través de hacer más onerosa la producción (lo que ha sido hasta ahora endeudarse como manera de generar fondos, o gravar de tal manera que se termina estimulando la evasión fiscal).   Mi tentación es reseñar lo que sugerido por Simon Sanek, un conferencista motivacional que, basado en sus estudios de antropología y mercadeo, ayuda a través de organismos de gobierno y de compañías consultoras a que las empresas tengan mejor desempeño. Él recomienda recurrir a las acciones que hagan que la gente se sienta segura.  Si en octubre de 2020 la inseguridad era sobre todo sanitaria, en el 2021 podemos volver a acordarnos de la seguridad ciudadana, de la viabilidad del territorio y del país a mediano plazo, seguridad de poder seguir atrayendo inversiones, generando riquezas y bienestar colectivo.  Es probable que, hasta el momento, las personas que aprueban los presupuestos se hayan concentrado excesivamente en su propia seguridad.

Presupuestos aprobados por el Congreso dominicano desde 1997 a 2018. Gráfica periódico El Dinero