En ocasiones, de cuando en cuando, pretendemos colocarnos en posesión de la verdad para referirnos a algunos temas. Muchos de nosotros, incluido el autor de estas líneas pasamos de meros espectadores de los acontecimientos, a expertos sobre una materia en concreto. A eso le llamaremos, a efectos de este artículo, el experto de carro público, que por sus siglas lo denominaremos ECP. Estos analistas o ECP abundan en todas partes (colmadones, food trucks, frituras, tertulias familiares, etc), pero en la ruta de la 27 de febrero de Santo Domingo, son especialmente profundos en sus enfoques. En España, a esta figura se le conoce como el cuñado; pero nosotros le conocimos durante nuestros años estudiantiles, aunque en nuestro caso ese personaje solía aparecer en la ruta Parque Independencia-Universidad.
Como no nos consideramos cientistas (la RAE no aprueba el término) y solamente nos atrevemos a definirnos como estudiantes de la cosa urbana, a título de divertimento académico, preferimos colocarnos en la posesión de la verdad del ECP.
La cosa urbana en Santo Domingo, se nos ha escapado de las manos, y desde aquella breve publicación que hiciéramos en diciembre de 2016, titulada “Cuando Periplo era buena gente”
(https://acento.com.do/2016/opinion/8411427-cuando-periplo-buena-gente/), y que era una queja por escrito sobre nuestra propia conducta en las calles, la cosa ha ido a peor, por lo menos desde nuestro “experto” punto de vista.
Si a la falta de educación colectiva que hemos podido apreciar en nuestra breve visita a la capital dominicana le agregamos, como en efecto ocurre, la eventual aparición de casos de delincuencia menor – y no tan menor- en nuestras calles, el coctail resultante, puede llegar a ser mortal.
Aquí, en una esquina cualquiera, ningún vehículo ha realizado un giro a su derecha, nunca se ha cedido el paso, siempre hemos cortado los cruces entre dos vías con nuestros vehículos, ocasionando interminables atascos, y desde luego, también hemos conservado la mala costumbre de circular a paso de tortuga por el carril izquierdo, provocando los adelantamientos por la derecha….
Es cierto que las urbes dominicanas van teniendo un parque vehicular cada vez mayor, es cierto, y esto así puesto que la autogestión del transporte ha tenido que primar sobre el deficitario y desordenado sistema de transporte colectivo. Pero estamos convencidos que la falta de educación vial, las características de nuestras infraestructuras y el régimen de control vial tan particular que no permitimos como sociedad, sumados todos, no resultan precisamente una buena sumatoria.
Cuando decimos características de nuestras infraestructuras, nos referimos, por citar algunas cuestiones, por ejemplo, a la sección de la vía (el ancho de la calle), diseñada en origen para veinte solares, con veinte casas y cada una con veinte vehículos y que ahora, demolidas aquellas casas, cuenta con veinte edificios de veinte viviendas cada uno y cuarenta vehículos por edificio. También por características nos referimos, por poner otro ejemplo, al no pintado de los carriles en una avenida como la Autopista de San Isidro, pasada la Avda. Charles de Gaulle, donde avanzar por la vía resulta un ejercicio de maniobra evasiva de alto peligro y adelantar a otro vehículo linda con lo autolítico. Para ser justos habría que decir que en el Polígono Central, la mayoría de los carriles están debidamente señalizados. Esto último nos hace pensar en que hay dos países en la República Dominicana, El Póligono Central ampliado, que comienza en la 30 de marzo y termina en el Km. 9 de la Duarte y el resto que supone otro país.
Otra característica común, a muchas de nuestras calles (sitúe su mente en El Ensanche Paraíso, El Quisqueya o Alma Rosa), son los badenes para el paso de pluviales en las esquinas. Son profundos y muchos de ellos están destruidos por la erosión propia producida por el tránsito y el paso del agua. Ahora combinemos algunos factores a modo escenario figurado; una calle interior con: badén en mal estado, circulación en sentido contrario del que viene de frente, fritura sabrosa a la derecha y con el vehículo que tenemos delante nuestro, comprando fritura, finalmente una voladora atajando por la referida calle interior; la conclusión es el caos.
Continuaremos.