He decidido pasarme la mano por el pelo a modo de tic (que siempre lo tiene uno). Como si se tratara de un uppercut en pleno plexo solar, se recurre a una contradictoria fórmula de pentagramas olvidados. Corremos el riesgo de no entender al bóxer que busca un bistec a la larga, con lo que esto representa para multitudes de seres en un Casino de Las Vegas repleto de gente.
Paul McCartney fue declarado no grato por un especialista musical de Internet sin disclaimer alguno ni puerta de salida. El individuo se las arregló para criticar a Paul de manera tal que de cierto de cierto os digo que el cidi titulado Egypt Station quedó no solo en pulpa sino también en escarnio.
El álbum, que salió número uno en la lista Billboard, demostración de la madurez de McCartney, resultó –en edición deluxe o vinyl, o incluso en cassette nostálgico–, algo que no debía ser sino la demostración de una manzana permanentemente única en mano de la vasta audiencia.
Paul McCartney no me ha pagado un centavo para decir que el mundo se trata de inevitables paradojas. Un atardecer en Marraquesh le parecerá diferente a un viajero de Miami. El tipo ha llegado a ese sitio en busca de expresiones paisajísticas. El viajero de Ambeerden dirá que no le gusta ese amanecer y otro dirá que es un paisaje logrado con todo lo que eso implica: textura, fineza y color.

Lo primero que debo dejar bien clarito es que no soy de Los Beatles, tampoco McCartney fue meta de mi devoción ni un artista que me importara algo en la vida (con o sin marshmellows). Mi artista inglés es G. Michael, un tipo que tampoco fue bien analizado y que con varias canciones destruye obras enteras. Pero Michael fue un tipo entretenido, alegre y abierto y no para los medios. Familiarmente, G. Michael fue un tipo como todos. Lo cierto es que mi devoción por el –porque de eso se trata de fanatismos, de religiones e idolatrías–, pues se mantuvo no en Faith solamente sino en otras situaciones. Amazing, Sony BMG, 2004 –con la producción de Michael y la escritura de Johnny Douglas–, es una canción más dura que muchas de las que vemos released durante todo un año. La lista que no las hace Bloom ni el mago de Oz. Y hablo de mi inglés favorito para no hablar de Neil ni de Joan Sebastian Bach, porque en términos específicos uno se queda con intención de decir las cosas con la cantidad menos ebulliciente de espasmo (o de epítetos) o con algún argumento bastante fat free, como en un easier affair, la canción de Twenty five de 2006.
Cómo es posible que un artista que nunca me gustó –Paul McCartney, el exbeatle, más distante que Mick Jagger que estudió en LSE–, cómo es posible, repito que me haya llegado el momento de decirlo todo claro: en las antípodas hay posturas estéticas que conducen a otra verdad mucho mas allá de las percepciones ideológicas de un mundo de acordes y notas explayadas sobre el papel. Lo hubiera entendido otro George, este más duro: George Berkeley, el irlandés que no flaqueó ante el borde y la geometría de una canción de aquella época.
Pues Berkeley habló de las percepciones en Principles of human knowledge. Quiero decir esto porque el cidi de Paul me pareció bastante aceptable, salió en 2018 y no encuentro sino reales logros desde el punto de vista del coming back from behind. Contextualizada en la marca de los edificios sonoros, la carrera de Paul es algo que no muchos entienden aun con una bebida en un bar del Fontainebleau, demasiado color en la piel.
Paso a explicarla: según Jordi, Paul tiene en su haber una biblioteca de música que –en mi caso tengo 73,000 pistas–, tiene que ser entendida y publicar siempre –en este caso en Capitol Records–, es una tarea de compromiso y atrevimiento muy parecida a ese arte antiguo de lanzarse en parapente. Pero créanme, aun en la paradoja de los que antes hablaron mal de Station, he salido reconfortado, paradójicamente entendiendo a un Paul que no entendía antes. Se acercó a mi esta vez en Come on to me, Who cares, que fueron producidas por Greg Kurstin, quien le ha trabajado a Pink, Kelly Clarkson y Adele, artista última esta que para quien esto escribe es un eterno dolor de cabeza. No soporto a Adele de manera libérrima, por razones que explicaré luego en las minucias del bar. El tema de James Bond –Adele lo canto con tanta gente-, cuando otros sabemos que no fue malo el tema de la película de Craig. La chica tiene una fijación con los hombres para desbaratarlos como se exprime pulpa de café o como se destrozan los dulces en la muela de un cíclope. Come on to me está buenísima –es el mejor rock del último año, señores con el guitarrista hacia atrás–, y viniendo de mí, entonces eso está full contact, como un movimiento de Carradine en el Oeste.
Los 50 años de Kurstin están bien invertidos; McCartney por su lado está mejor que lo que sospeché. Repito: a mi durante toda la vida me importó un bledo McCartney –lo que no me importa la constelación de Orion–, esto es bastante poco, por eso de que a los Beatles los adoraban las chicas no tanto y no me parece que eso de ser tan famoso no es sino un imperativo moral no categórico, esa moral no es sino neokantiana. En canciones de este cidi se notan logros que otros no ven ni con promesas de entrada al paraíso y el ribete de very important people. Hand in Hand, no es sino otra revelación por medio de una sencillez que es una reproducción de un sentimiento bien conducida por Kurstin al ritmo que se procura en medio de dos melopeas que comienzan a andar entre acordes de un mismo ritmo para lograr la sensación final del producto que comienza después a manifestar la lírica, a su vez, de otro sentimiento de continuidad que nos enmarca en el límite de esa no contradictio in adjeto que nos gusta cuando lo compramos.
El cidi tiene una caratula dibujada por el mismo Paul –quien también es pintor, voy a tener que cobrarle dos monedas–, y ahora se entiende que es poco probable que en la canción mencionada Hand in Hand, desde el título y lo miniatura que es, pueda encontrarse en la industria del disco algo más maduro, lo cual es agradecido (uno pasa de los 40’s). Dominoes, es una canción demasiado bien lograda para que me digan a mí que no estamos ante un McCartney que ha pasado de la tensión de las últimas producciones para entrar en ese terreno de la sobriedad que solo se consigue desde la percepción que no está sino antecedida por ese esquema del no esquema, o esa perfecta estructuración que debe ser así, en momentos de luz. Por Dios!
Me pareció casi que Dominoes es la canción más lograda del cidi, pero ciertamente que uno duda con el hecho, lo que demuestra que a intención global lo mejor ha sido dejado para esa incertidumbre del teléfono llamando, como en la misma canción, aprenderemos a bailar, dice en otro momento. Acorde tras acorde, uno elimina lo que tiene que ser eliminado por aquel sentimiento de alejarse de gobiernos de guitarra que no tienen que encenderse dentro y afuera. No correr el riesgo de pertenecer a un borde no promisorio; Paul entera a los demás de una postura política: cuadrar el evento, pero ya sabíamos que el mundo se compone de intenciones y Back in Brazil, es algo que deja a uno con la Feijoada en la mano, ese plato brasileño que Paul no explica en ningún momento y que se hace de porotos y carne, all kinds of weather, recuerda en la canción.
Ella se siente temerosa, dice Paul en la canción. Ella va a la cama, continua en una narrativa que no desmerita la meteorología y concluye con el bufeo de un territorio de coros globales que le dan a la canción el tono para ser lo que otros comprendieron desde hace años. Hay un humor en esta canción que no es humor, ese señalado mundo de la obra completa como para no ser escuchado, para no entrar en la entrada de Egypt Station que, como ustedes saben, el grupo aquel no pudo ir al lugar de los camellos por la sencilla razón de no poder y lograron finalmente hacer ciertamente el disco en la azotea del edificio donde Alan Parsons fue el ingeniero y George Martin el productor en ese momento pero está clarísimo que la idea vino de Michael Lindsay-Hogg de acuerdo a la autobiografía de Glyn Rose, cosa discutible porque o era el Palladium o era el Sahara, y se decidieron Lets get up on the roof.
Nada que el estilo de McCartney era ese; que se encontró y se puso frizado que es lo que no quieren entender algunos. Y ese ser frizado nos habla del mármol, y no de la simple escatología de los no permanentes trabajos. El problema es que el –McCartney–, es McCartney y ese terreno de Despite Repeated Warnings, se le asemeja con otra versión. El cambio se asemeja a un temporal de retorno a lo country sin saber que el sonido es mas rock que el lento wave de los mundos caritativos. Me gustó el cidi, y eso era. Está escrita en mármol y se parece al claro poder de un hombre con un dominio superbo del peinado.