Después de textearla muchísimas veces sin ni un reply, Orlando supo que a su Marilú del alma le había pasao algo muy malo. Cuando sonó el iPhone y vio el número extraño ya el cerebro estaba preparao para recibir la noticia de la tragedia; casi pudo adivinar lo que diría la voz desconocida, aunque la había imaginao masculina y en español:
—Good afternoon, is this Mr. Olandou Crouz?
—SSSí. YYYes.
—Is your wife Maria Luz Crouz?
—SSSí. YYYes.
—Mr. Crouz, I am so very sorry to inform you, that your wife, just had an accident…
Salió corriendo de la cocina sin quitarse el delantal ni el sombrerito de "Chef" que ella le había regalao. ¿Y qué pasó güey?, le preguntaron a coro los tres mexicanos ya expertos en los tostones. Marilú tuvo un accident, un accidente, dijo, sin detenerse, dejando las ollas hirviendo, los sartenes ardiendo, y en el pilón, unos plátanos esperando aceite y chicharrón para subir el status a mofongo. Un sensible pelavíveres, acabao de llegar de Laredo, se cortó un deo.
Con el corazón dando brinquitos le envió un text desde el baño: “Me gustas mucho". Cuando regresó a la mesa, frente a él estaba una sonrisita chivirica. El iPhone vibró en su bolsillo, “Y tú a mí”. Así pasó la segunda cita de esta linda y trágica historia de amor: una conversación tímida entre las dos personas tímidas que compartían una paella extra mariscos con mucho aceite verde en Marisco Center; otra conversación de texts mucho más íntima entre los dos celulares. Es tan fácil atreverse sobre un teclado, la damisela más recatada chatea como si nada una mala palabrota digna de un camionero dajabonero, damas y caballeros, qué común se ha vuelto, afortunadamente, enseñar le entrepreneur frente al Skype. Al poco tiempo de conocer a un bípedo sin plumas se le envían texts doble sentido, secretos del alma, preguntas indiscretas, versos malos, fotos plebes y mini Whatsapp videos XX1/2.
Y si, según Carl Sandburg, el Slang Callejero es cuando el idioma se arremanga la camisa, se escupe las manos y arranca pa la calle a bucásela, entonces el Slang Infernet y celulares es cuando el idioma se queda en ropa interior, se sienta en un sillón cómodo y empieza a chatear, abusando de los acrónimos, sobre banalidades muchas veces morbosas:
IITYWTMWYKM: If I Tell You What That Means Will You Kiss Me?
STDLQEQDMEUT: ¿Si Te Digo Lo Que Eso Quiere Decir Me Enseñarás Una Teta?
NBIWFVA: No Because It Would Feel Very Akward.
NPMDLC: No Porque Me Daría La Calambrina.
Pero Orlando y Marilú no usaban Slang. Se querían mucho para ese leve menosprecio. Tenían pulgares bien diestros en escribir palabras enteras con muy pocas faltas ortográficas; sí muchas pequeñas dulzuras Mami Papi Mivi Mici Mico Mingui. Tal vez solo una vez hizo su aparición, por equivocación, el infame KLK. Eso sí, se enviaban 200 texts en un ratico. Orlando tecleaba sazonando al azar rodeado de ollas sobre estufas prendías y aves y mamíferos mataos en su trabajo de vilipendiado cocinero, digo, Chef, del Bohío Dominicano (aquí debo respetar el deseo justo de Orlando de querer que lo llamen Chef; alega que porque él cocine en un restaurant en el Bronx que ofrece Plato del Día, usualmente arroz con habichuela por arriba y par de pedazos guisados de algún animal, para comensales feos, tiene el mismo derecho a ser llamado Chef que alguien que cocine en un restaurant en Downtown que ofrece platos en francés, usualmente crudos, entiéndase Sushi, para comensales bonitos); Marilú le texteaba inmediatamente para atrás mientras cambiaba un cheque dando de más, o acreditaba un depósito en una cuenta que no era, o vendía Traveller Checks cuando le pedían Money Orders, o et cetera en su puesto de Cajera Bancaria en un banco boricua donde tenía diferencias muy a menudo.
Ese próximo domingo juntos que nunca llegó pensaban ir a Manhattan a escoger los nuevos iPhones. Gente seria, con un buen Credit Score, tenían facilidades para cambiarlos desde que salía uno nuevo. Una de las cajeras del restaurant, una aguilucha con una nube en un ojo que pide prestado a troche y moche, le preguntó que poi qué lo cambiaban tanto si taban nuevecito y Orlando le dio uno de los pocos boches que ha dao en su pacífica vida: Porque uno se jarta de las vainas y quiere uno vainas nuevas y para eso trabaja uno, ¡oh!
Marilú cayó en coma, conectada a tubos y máquinas en el Montefiore. Parado al lao de su cama Orlando comprendió lo solos que verdaderamente estaban en Nueva York: ella era la familia de él, él era la familia de ella. Todomundo que importaba en RD. ¿A quién llamar para que venga a velar la muerte de este su gran Amor? La única llamada que tenía y no quería hacer era a Sonador, Bonao, a la suegra. Pero Orlando, traga en seco, es tiempo de que la hagas.
—Aló… Aló… Aló…
—Doña Ñoña se murió Marilú.
Queridamente amado lector, en la mañana del entierro, nevando sobre nevado, Orlando, como todo hombre con una misión importante, durmió mal, se levantó bien temprano, cogió un taxi T-Mobile y en un dos por tres cambió los celulares (en los segundos delirantes que despertó para despedirse Marilú le musitó "Mivi, yo no me quiero ir con este celular"). Así que Marilú fue enterrada con un iPhone pantalla grande nuevecito entre sus manos cruzadas sobre un pecho ya seco. Orlando, todavía hoy en día, le textea mensajes tiernos. Uno Nunca Sabe.