- Unos olvidados y olvidables poemas de juventud
Hace unos días recibí una llamada de Luis Ovidio Pérez (1952), nativo de San Francisco de Macorís que reside actualmente en una Villa de Carolina del Sur, Estados Unidos. Todo un personaje de novela, como algunos de la diáspora, que empezó interesado en la literatura, formando parte de un grupo encabezado por Ricardo Rojas Espejos y la vida lo ha llevado a múltiples actividades, para informarme que tenía en su poder un cuaderno de poemas que él había encontrado en su pueblo natal, en el hogar de sus abuelos paternos, donde yo había vivido cuando era estudiante de secundaria de 1947 a 1951, siendo esa mi segunda familia por el tiempo de convivencia, con el título de 30 Poemas del 1952 al 1953, es decir, de la edad del donante. Eso lo había borrado totalmente. Nunca recordé ni haberlos escrito ni redactado en forma de libro algunos de los poemas que escribía en las horas de cátedra al dorso de los programas, como uno dedicado a Manuel María Mora Jiménez (1891-1973) mi padre.
Ocurre que cuando “se me asentó el pájaro en el hombro” como decía él, que ocurría cuando nos visitaban las musas de verdad, unos tres años después, tomé todos los cuadernos llenos de versos que había en casa y les prendí fuego, mientras mi madre, romántica consumaz, lloraba. Por no verla llorando, me fui a la calle, y creo que rescató algunos, pero dudo que fuese el siguiente:
He aquí el poema
A mi Padre
Las canas han blanqueado su noble cabeza,
los años han restado a su cuerpo ligereza,
y sin embargo, batalla como un titán con la vida,
con su fardo de penas en la espalda prendido,
va mi padre, sereno, con la frente hacia arriba
como Apóstol que marcha hacia lo prometido.
En el alma dormido el recuerdo imborrable
de cientos de mujeres, de hechos memorables,
ocurridos quién sabe en qué lejano lugar.
Con su pipa encendida, la mirada en el cielo
y en sus ojos vagando, como ave al volar
algún ideal oculto o algún tronchado anhelo.
El consejo seguro, en sus labios brotando
mientras el humo se escapa con intención vana
cierra un rato los ojos, se queda suspirando
y luego los levanta hacia el techo de cana
¡Como si Dios desde allí lo estuviera mirando!
(Junio 1953)
- Los poemas de amor
Tenía entonces de 18 a 20 años, no había leído muchos poetas modernos, escribía por vicioso; hacía versos libres asonantados, la mayoría, como les gustaba a las muchachas, con rimas consonantes, medidos arbitrariamente de 10 a 16 sílabas, nunca pensé que tuvieran méritos poéticos. Si los publico por primera vez, es porque aparte de los otros que aparecerán más adelante, se los dediqué a mi primer gran amor, a la que diez años después volvimos a encontrarnos y fue mi esposa, la madre de cuatro hijas, el fruto maduro de aquel amor de juventud. Cuando, según la frase popular: “la novia del estudiante, fue la esposa del doctor”.
Aparecerán debajo de su retrato tomado en esos años que vivió en Estados Unidos, hasta regresar en 1964, soltera, cuando nos volvimos a encontrar escuchando a Miltiño cantar “Recuerdos” en las cuestas del río Maney, en el lugar de Las Galanas, un paraje de San Felipe,Pimentel, donde bajo un cafetal volvimos a rimar el verbo amar en presente indicativo.
Solo para que las nuevas generaciones se den cuenta de cómo eran los amores en esos años inolvidables, recreamos estos versos que bien pudieron haberlos convertido en boleros o baladas los músicos de mi pueblo.
El primero:
¡Amor imposible de mi vida!
¡Ay amor imposible de mi vida!
Ilusión tronchada. Ingrata herida.
Viejo manantial de mis angustias,
pozo inagotable de mis dolores.
El perfume fugaz de mis ardores
es el mismo de las flores mustias.
*
¡Ay amor imposible, tan lejano!
¡Y pensar que mi destino en una mano
grabado lo llevo y no lo entiendo!
Yo quisiera saber si está su nombre
entre los signos de mi mano de hombre
para tener valor para seguir viviendo!
*
Pero ni ella me llama, ni yo la llamo.
Ni sé si me quiere, ni sabe si la amo
y pasa por mi vida como una desconocida
y mis labios se cierran con tortura,
murmurando a pesar de mi amargura:
¡Ay amor imposible de mi vida
hasta cuándo harás sangrar mi honda herida!
El segundo llega a la locura. Ambos fueron escritos a fines de 1952 o a principios de 1953.
Por un beso tuyo
Por un beso tuyo sería yo capaz
de andar como Cristo con paso fugaz
sobre las olas de un revuelto mar.
Por un beso tuyo, caminaría
todo el Polo Norte descalzo, y daría
la vuelta al mundo sin descansar.
*
Por un tuyo soy bien capaz
de hacer que se firme en el mundo la paz,
de descubrir el misterio del más allá,
de saber qué tienen por entrañas los cuervos,
de reencarnar a los Daríos y a los Nervos
y escribirte un libre sin usar la “A”:
*
Por un beso tuyo, por un solo beso,
por un beso tuyo sería bien capaz
de pasarme veinte años en una cárcel preso,
de quitarme la vida… y todavía de algo más…
El tercero, en unas vacaciones de Semana Santa, marzo 10, 1953 ocurrió:
Una leyenda de amor
Fue aquel beso fugaz, tan dulce y fiero,
un beso singular, pues fue el primero.
¿Tú recuerdas cómo fue? Yo, no lo olvido:
Solos estábamos los dos junto al piano,
Yo me aproximé a ti, te besé en una mano
y a tu rostro aproximé el mío enardecido.
*
Tu rostro entonces, pálido, tiñose de rubor
y tus labios se entreabrieron con divino temblor.
Tus ojos turbadores claváronse en los míos
y desesperadamente, con ansias locas
uniéronse en un beso nuestras bocas,
y recorrieron nuestros cuerpos tibios escalofríos.
*
Después… Nos separamos. Estábamos temblando
y frente a frente, allí, frenéticos de ardor,
en nuestros ojos que se estaban mirando
podía leerse, toda una leyenda de amor…
El índice final de aquel primer proyecto de libro
De modo que, cuando Luis Ovidio me entrega el lunes 26 en el comedor de un supermercado, 68 años después, aquellos versos, pido perdón a mis lectores si no pude resistir la tentación de ofrecer esos olvidados y olvidables versos, para su lectura, con pequeñas correcciones. Resulta que encontrar algo de nuestra juventud, siempre es regocijante. Por eso le di las gracias por el rescate. Al fin del cabo, era un cuaderno perdido de los años que padecí y disfruté los aguijones del amor más puro y sincero de mi vida donde intenté traducir las delicias, las urgencias y los sueños que me producían, en románticos versos.
- Finalmente una evocación y un pésame
Años después de esos poemas escribí uno, que no sé dónde ha ido a parar, titulado “Una escoba de maravelí”, la resistente hierba con la cual hacían unos escobillones para barrer el parque del pueblo, donde aparecen estos versos:
¡Hay mujeres como tú, madre mía,
que están hechas de un material que ya no existe:
El acero inoxidable del sacrificio!
Que hemos tenido tan presentes a partir del día funesto para sus descendientes, de la partida de doña Yolanda Reyna Romero, la madre del expresidente Leonel Fernández Reyna, cuya muerte nos ha conmovido a los que sabemos lo que es enterrar a quien nos trajo a la faz de la tierra, sobre todo cuando ha sido una madre de madres, una de las que hemos considerado las más grandes heroínas de este país en diversos artículos de periódicos y revistas: La madre soltera dominicana, cuyo monumento no se ha levantado, y de levantarse, tendría que estar, por lo menos, a la altura del de Montesinos.
Como uno de sus amigos sinceros de Leonel, que no pudieron estar junto a él por culpa de la pandemia asoladora, tardíamente, aunque de modo directo y público, le expreso mis condolencias, y le agradezco la felicitación que me hizo cuando recibí el galardón literario de este año. Coronando los poemas románticos que a lo mejor a ella les hubieran gustado, con una foto de los dos, tomada de la web: