(Artículo algo largo, no apto para mentes algo cortas)

Para nadie es un secreto que la imagen exterior de España está sufriendo un notable deterioro, como lo ha reconocido el mismo Real Instituto El Cano, uno de los organismos oficiales encargados de diseñarla y monitorearla, y ello es debido a los principales problemas internos y externos que está confrontando este país en los últimos años, los  cuales están reflejando la existencia de una preocupante inestabilidad política, económica, social y moral.

Principalmente, por las corrupciones rampantes, ininterrumpidas y crecientes de los pasados gobiernos del Partido Popular, apeado de su sitial debido a una moción de censura por ese motivo, y también del  Partido socialista que tiene un buen historial de estos casos, los sucesivos escándalos de la monarquía en negocios y aventuras femeninas, el paro laboral producto de la crisis que aún alcanza el 12% con más de tres millones de parados, la venta de armas de precisión a una dictadura como la de Arabia Saudita desaconsejada por la Unión Europa, o los últimos descalabros de la justicia española que ha demostrado en numerosos y recientes casos, como el de los intereses de las hipotecas bancarias, su clara falta de capacidad e independencia de poderes.

Sus sonados reveses en sentencias internacionales dadas en su contra por tribunales de Alemania, Bélgica y Escocia, evitando la extradición de líderes catalanes, o del rapero Valtonic, sentenciado a tres años y medio por las letras sus canciones, y muy en especial, por la mala gestión que se está llevando a cabo con el proceso independentista de Catalunya, en el que se han producido injustificables cargas policiales contra votantes pacíficos e indefensos, todo tipo de abusos y acusaciones de delitos inexistentes, así como multas y  condenas desproporcionadas, junto a una campaña mediática sin precedentes de mentiras y manipulación de hechos y noticias, por las que fue severamente advertida por la Unión Europea, siendo hoy el único país de este continente que mantiene presos y exiliados políticos.

Con este panorama, entrando en lo desastroso, no podía esperase sino una baja en la apreciación de España en el mundo. Pero, los responsables de esta caída de imagen no solo son sus torpes gobiernos, sino también de los representantes que este país designa para tan importante y delicada misión.

Nos referimos a los Ministros de Exteriores, más llamados cancilleres en América Latina, que en teoría deben proyectarla a través de sus actuaciones, viajes, emisiones de informaciones y discursos, entre otras actividades. Además, se supone que deben ser personas apegadas a la verdad, honestas, cultas, inteligentes, con idiomas, y un gran sentido de la diplomacia y, en especial, templanza de comportamiento a niveles internacionales.

En esto, España, no ha tenido suerte, o mejor dicho, no ha sabido o querido nombrar los candidatos ideales para tan alta misión. En los últimos años, han sido designadas tres curiosas figuras que, sin lugar a dudas, no han dado la talla requerida en estas complejas circunstancias, y han puesto dicha imagen de España, y por lo tanto a ese país, en situaciones difíciles, ridículas y hasta vergonzosas.

El primero de ellos, fue Ignacio García Margallo, graduado en Harvard ¡quién lo diría! aquel que decía que los catalanes en caso de emanciparnos de España seríamos unos Robinson Crusoe perdidos en una isla, o vagaríamos eternamente por el espacio sideral, no tuvo empacho alguno en manifestar públicamente frente a las cámaras de televisión, que había dado dinero y premios y reconocimientos diversos a políticos e intelectuales importantes de la Unión Europa, a cambio de que emitieran opiniones desfavorables sobre la independencia de Catalunya.

Finalmente, fue retirado de su cargo porque en arranque de fervor patriotero, dijo que en Gibraltar pronto ondearía solamente la bandera española, causando la firme protesta de Inglaterra, y la irritación de los gibraltareños que por nada del mundo quieren saber de España, ni en pintura. De más de doce mil votantes sobre un pasado referéndum para conocer si querían una soberanía compartida entre Inglaterra y España, solo cuarenta y seis estuvieron de acuerdo con esta propuesta.

Otro personaje, el mendaz Alfonso Dastis, quien en una entrevista con la mundialmente prestigiosa emisora británica, la BBC de Londres, afirmó que las escenas en las que millares de policías cargaban contra los votantes catalanes anteriormente citados, en las que se veían de la manera más clara sus golpes con porras, cabezas sangrando, personas mayores y mujeres arrastradas por los cabellos, o secuestrando de manera violenta las urnas de votación, eran unas fake news manipuladas por los independentistas, a lo que los entrevistadores ingleses, sorprendidos, le respondieron que esas escenas, las habían tomado y emitido ellos mismos, quedando el ministro español, de manera pública y ante una audiencia de alcance mundial, como un pinocho con seis pies de narices embusteras. Después siguió su gira mentirosa por Europa, y un entrevistador alemán también lo desenmascaró de nuevo, quedando en el mayor de los ridículos.

A este señor Dastis, le sucedió con el reciente cambio de Gobierno socialista que aupó a Pedro Sánchez al poder, Josep Borrell, un catalán renegado de su tierra natal, y ya se sabe que no hay peor clavo que el del mismo zapato, quien viene con un pedigrí manchado de deshonestidad, e inexplicablemente consentido por este gobierno, al haber sido multado hace muy poco con 30.000 euros por utilizar información privilegiada para vender unas acciones de la empresa Abengoa donde prestaba servicios, y así lucrarse económicamente.

Borrell, que ha ocupado muy altos cargos en España y en Bruselas, durante los pocos meses que lleva en el cargo de canciller ya ha cometido dos crasos errores más. Uno de ellos, de fuerte repercusión mediática interna, fue de acusar a un parlamentario catalán de haberle escupido cuando salía del congreso en Madrid, hecho negado por el aludido, y que ninguna de las numerosas cámaras o videos situadas en este hemiciclo, y desde ningún ángulo desde arriba, abajo, de frente, por atrás,  a la derecha, o a la izquierda, ha podido demostrar, ni siquiera por los más radicales, los llamados políticos de la caverna.

Pero la ¨metida de pata¨ porque no cabe otra expresión vulgar más acertada, fue la efectuada en una prestigiosa universidad americana al afirmar, literalmente, que los Estados Unidos solo habían matado cuatro indios y que era un gran país porque solo tenía una lengua, en clara alusión al ¨molestoso¨ idioma Catalán hablado o entendido por diez millones de personas en la parte este de la península, que los gobiernos de España han intentado eliminar o disminuir sin éxito desde hace tres siglos.

Ahí estaban de inmediato los pieles rojas americanos desenterrando el hacha de guerra contra este inefable Josep Borrell, indignados al máximo y protestando por esas falaces declaraciones, y ahí estaba también todo un ministro de asuntos exteriores español pidiendo cacao como decimos por aquí, o sea, excusas podridas, que no han convencido lo más mínimo a los indignados nativos, quienes lo vieron no solo como un ignorante, sino como un prepotente. Tremendo golpe para la Marca España, quedando en ridículo en los medios académicos y políticos de los Estados Unidos, y por añadidura, del resto de un mundo atento y globalizado.

Uno, se pregunta cómo unos impresentables de estos calibres, con amplias trayectoria en cargos oficiales, pueden representar la imagen de España con tan poco tacto y aún menor acierto. Pero, se puede explicar en parte porque de un país donde los asuntos no marchan como deberían, donde se están haciendo las cosas tan mal, involucionando en democracia, justicia, políticas sociales y libertades ciudadanas, no se puede proyectar una buena imagen, salvo que se mienta o desfigure. Lo que está sucediendo de manera consciente y premeditada desde hace un buen tiempo.

De ministros sin escrúpulos como un García Margallo, de mentirosos como un Dastis, o de altaneros y manchados como un Josep Borrell ¿qué otra cosa se puede esperar? Pobre imagen de España, lo que está padeciendo y lo mucho que aún le queda por sufrir.