Definir a Neruda es tarea imposible. Él fue América toda. Mar y cordillera, rio turbulento y cascada tenue. Abeja y flor y paloma y rifle. Y fue también cumbre coronada y cráter profundo. Su poesía fue además de humana, divina y sencilla. Por eso hablar de Neruda es hablar de poesía, de la mejor poesía en Español.

Enriquillo Sánchez, ingenioso siempre, afirma del chileno que era la cabeza de nuestro “segundo siglo de oro”, del cual forman parte Cortázar y Rulfo, Fuentes y García Márquez, Vargas Llosa y Borges, Onetti y Vallejo y Carpentier, esencialmente. Y es cierto.

Neruda, como todo grande, es perfecto para ser enfocado desde múltiples ángulos. Quizá todos válidos tanto para las críticas como para las alabanzas. Más, como el primer compromiso de un escritor es –valga el término- escribir bien, Neruda lo hizo como pocos en “Nuestra América” antes que él.

Y lo hizo de tal forma que otro genio de la literatura, quien escribió tal vez el más grande poema americano del siglo XX, aunque parezca prosa “Cien años de soledad”, García Márquez, lo definió como una especie de Rey Midas de la poesía, pues aun cuando entraba en pantanosos y obscuros terrenos políticos, como su defensa al Stalinismo, la calidad de su poesía no decaía.

Los fragmentos para este artículo fueron tomados casi al azar, algunos de los cuales forman ya parte de nuestra “memoria colectiva”, como aquellos del “poema 20”: “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.” O, “Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”.

Empecemos con “Farewell”. Quien no recuerda “Farewell” después de haberlo leído, (Crepusculario, 1923):

Desde el fondo de ti, y arrodillado,

un niño triste, como yo, nos mira.”

( …)

Amo el amor de los marineros

que besan y se van.

Dejan una promesa.

No vuelven nunca más.”

(…)

Amo el amor que se reparte

en besos, lecho y pan.

Amor que puede ser eterno

y puede ser fugaz.

Amor que quiere libertarse

para volver a amar.” (…)

O el poema 12, de aquellos Veinte poemas de amor de 1924:

Para mi corazón basta tu pecho,

para tu libertad bastan mis alas.

Desde mi boca llegará hasta el cielo

Lo que estaba dormido sobre tu alma.”

O el poema 15:

Me gusta cuando callas porque estás como ausente,

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca.”

Y como dejar fuera aquel fragmento ya mítico de “Un canto para Bolívar”:

Yo conocí a Bolívar una mañana larga, 
en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento, 
Padre, le dije, eres o no eres o quién eres? 
Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:
"Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo
".

Pero se me acaba el espacio y no los fragmentos. Todo Neruda es bueno para ello, más no quiero dejar fuera, antes de citar el poema que inspira este artículo, la primera parte de su “Oda a la Cebolla”, de Odas elementales (1954):

Cebolla,

luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.
Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre 
la mesa
de las pobres gentes
”.

Una anécdota francesa dice que “la poesía no se hace con ideas, sino con palabras”. Y efectivamente son palabras sencillas, pero parece que no “hay otra forma de colocarlas que esa”, lo que las hace únicas, bellas.

Pero vamos al poema que quiero citar. El mismo forma parte del libro “Los versos del Capitán”, 1952. Un libro hermoso y con una historia de novela. Neruda nos la cuenta en sus memorias –“Confieso que he vivido”-. Resulta que la relación del poeta con quien aún era su esposa, Delia del Carril, era insalvable. Mientras la distancia hacia su trabajo y fortalecía la separación, Pablo se mudó, en Capri, con Matilde Urritia, quien sería su último gran amor. Neruda escribe el libro y se lo dedica a Matilde pero, para no herir de muerte el corazón de Delia (“pasajera suavísima, hilo de acero y miel que ató mis manos en los años sonoros”…), lo publica con un seudónimo. Pues “este libro, de pasión brusca y ardiente, iba a llegar como piedra lanzada sobre su tierna estructura”.

La primera impresión no tendría mas de cincuenta ejemplares y circuló entre un grupo selecto. Ya de Matilde el poeta no se separaría hasta su muerte en Chile, más de veinte años después.

Este libro tiene poemas extraordinarios como “La reina” (que canta casi con punto y coma Brazobán) o “Si tú me olvidas” (interesante planteamiento de amor total, pero sin ataduras), más quiero transcribir integro “Tu risa”:

Quítame el pan, si quieres,

quítame el aire, pero

no me quites tu risa.

No me quites la rosa,

la lanza que desgranas,

el agua que de pronto

estalla en tu alegría,

la repentina ola

de plata que te nace.

Mi lucha es dura y vuelvo

con los ojos cansados

a veces de haber visto

la tierra que no cambia,

pero al entrar tu risa

sube al cielo buscándome

y abre para mí todas

las puertas de la vida.

Amor mío, en la hora

más oscura desgrana

tu risa, y si de pronto

ves que mi sangre mancha

las piedras de la calle,

ríe, por que tu risa

será para mis manos

como una espada fresca.

Junto al mar en otoño,

tu risa debe alzar

su cascada de espuma,

y en primavera, amor,

quiero tu risa como

la flor que yo esperaba,

la flor azul, la rosa

de mi patria sonora.

Ríete de la noche,

del día, de la luna,

ríete de las calles

torcidas de la isla,

ríete de este torpe

muchacho que te quiere,

pero cuando yo abro

los ojos y los cierro,

cuando mis pasos van,

cuando vuelven mis pasos,

niégame el pan, el aire,

la luz, la primavera,

pero tu risa nunca

por que me moriría”.

Más de una vez se lo declamé al oído en algún recodo universitario, este artículo ha sido solo un pretexto para recordárselo.