Esta fue la respuesta de un joven universitario al preguntarle si le habían tocado buenos profesores el semestre que acaba de terminar. Al escucharlo, no pude dejar de reaccionar, preguntándole indignada: ¿es bueno porque no falta? Y me explicó que muchos de sus profesores dejan de ir a la clase, a veces sin avisar, otras veces con excusas sin sentido ni justificación. Pero esto no es todo. Todavía hoy en día hay docentes universitarios que exigen a sus estudiantes comprar sus libros o folletos para la clase y amenazan con “quemar” o “poner mala nota” si no lo hacen o si no realizan ciertas acciones solicitadas por ellos. ¡En pleno siglo XXI!

En general, me comenta este estudiante universitario, los profesores no son buenos. Lo confirmo al verlo desmotivado, sin deseo de estudiar, leer o investigar, pasando sus materias para obtener un título. Que pena me da esto.

Insisto, hay que escuchar a nuestros estudiantes para abrir los ojos ante la realidad que viven en las aulas, donde verdaderamente se evidencia el currículo. El discurso puede ser bueno, pero si el aula no se convierte en un espacio de crecimiento, aprendizaje y desarrollo de competencias, de nada sirve el discurso. Para lograr una verdadera experiencia educativa de calidad en el aula, necesitamos buenos docentes que “promuevan cambios positivos en el alma de sus estudiantes, en su forma de aprender y de enfrentar la vida, influyendo de manera duradera en la manera como piensan, actúan y sienten”, tal como lo plantea Ken Bain en su libro “Lo que hacen los mejores profesores universitarios”.

Hay muy buenos docentes en nuestras aulas universitarias. Sin embargo, no podemos hablar de calidad si no se logra que todos sean buenos. Unos cuantos no son suficientes. Cada uno de nosotros ha tenido uno o varios grandes maestros. Ha sido un privilegio, pero en realidad es un derecho que tiene cada estudiante. Es necesario garantizar la inversión, la formación de los profesores y las condiciones para que puedan dedicar tiempo a la docencia, a la investigación, a la preparación y a la vinculación con la comunidad de manera efectiva.

La experiencia universitaria debería ser una en la que el futuro profesional pueda plantear y responder preguntas, enfrentar desafíos y resolver problemas, poner en práctica sus conocimientos, vinculándolos con el contexto real en el que se va a desempeñar. El docente cumple un rol fundamental para que esto suceda. En la actualidad sigue estando presente la enseñanza basada en transmisión de conocimientos, en amenazas, pruebas y exámenes. Al respecto, Díaz Barriga (2002) aclara:

La función del docente formador en las Instituciones de Educación Superior no puede reducirse a la de simple transmisor de la información. El docente se constituye en un organizador y mediador en el encuentro del alumno con el conocimiento

Ser mediador implica ayudar a los estudiantes a aprender y no darles las respuestas porque  están equivocados, sino planteándoles preguntas que les ayuden a identificar sus errores. Los mejores profesores dedican tiempo a preparar sus clases, esperan más de sus estudiantes y generan confianza (Bain, 2007). Villaverdú (2002), plantea:

“La docencia universitaria no se puede considerar excelente por las calificaciones que obtengan los profesores de sus alumnos ni por las calificaciones que obtengan los alumnos de sus profesores, sino por el logro de los objetivos y el hecho de que la formación y la universidad brinden a la sociedad personas formadas, no solo tituladas”

Personas formadas, ese es el gran reto que tenemos, considerando las oportunidades de mejora que tiene nuestro sistema. Se gradúan muchas personas con título pero sin las competencias requeridas para un desempeño profesional de calidad. Las Instituciones y los docentes universitarios no se pueden dar el lujo de ser mediocres y de permitir esto. Tienen el deber y la responsabilidad de formar ciudadanos que tengan la capacidad de enfrentar los desafíos de la sociedad actual y futura. No es suficiente ser un experto en el ámbito disciplinario, sino que debe tener las competencias profesionales, pedagógicas y metodológicas para lograr los resultados deseados (Bozu y Canto, 2009).

El país está avanzando poco a poco. Tengo la esperanza de que sus 51 Instituciones de Educación Superior y sus 20,291 profesores universitarios se esfuercen por lograr que la respuesta de nuestros estudiantes universitarios sea: “Tengo grandes maestros que dominan lo que enseñan, que me motivan y me retan, están comprometidos y se preocupan por mi desarrollo y aprendizaje”.

Fuentes:

Bain, K. (2007). Lo que hacen los mejores profesores de universidad. España. Imprenta Palacios.

Díaz Barriga, F. y Hernández, G. (2002). Estrategias docentes para un aprendizaje significativo, una interpretación constructivista. México. McGraw-Hill Interamericana. 2ª. Ed.

Valliverdú, J. (2002). Buenos profesores versus profesores bien valorados. El tribunal de las encuestas en la Universidad. II Congreso Internacional Docencia Universitaria e Innovación. Tarragona.

Observatorio de políticas sociales y desarrollo (2019). Educación Superior Dominicana: Expansión, desarrollo y perspectivas futuras. Santo Domingo. Año 3, número 1.