El 29 de junio de 1946 se llevó a cabo el Homenaje a Pedro Henríquez Ureña (1884-1946); en el Paraninfo de la Universidad de Santo Domingo para tributar de manera póstuma al intelectual y maestro dominicano, quien falleciera el 11 de mayo de 1946.  El Homenaje estuvo conformado por las autoridades oficiales y académicas de la Universidad de Santo Domingo y por otros invitados que participaron en el mismo.

En el Homenaje al maestro participaron como oradores el Lic. Pedro Troncoso Sánchez, Decano de la Facultad de Filosofía; el Lic. Emilio Rodríguez Demorizi, Catedrático de la Facultad de Filosofía y la Dra. Flérida de Nolasco, Catedrática de la Facultad de Filosofía, amiga personal y seguidora del ilustre maestro y humanista.

Cada catedrático ofreció su contribución al Homenaje y las mismas se publicaron en un volumen titulado justamente Homenaje a Pedro Henríquez Ureña, editado como número L  en  1946 y estuvo bajo el cuidado de la Sección de Publicaciones de la Universidad de Santo Domingo.

El Lic. Pedro Troncoso Sánchez leyó la pieza titulada Pedro Henríquez Ureña (1884-1946), donde destacó la personalidad incidente y el esfuerzo creador e intelectual del maestro dominicano:

“La de los ojos profundos” le sorprendió el 11 de mayo de 1946, simbólicamente, en el tren que durante más de veinte años le había llevado casi diariamente de Buenos Aires a La Plata a realizar su misión docente.  Fue ahí donde murió, en ese tren habituado a acomodar respetuosamente su ritmo de acero, durante la hora de viaje, a la silente meditación del dulce profesor de mirada mansa y suaves movimientos, de quien era fama, entre los viajeros, ser tan sabio como santo.” (Op. cit. pp. 9-10)

Tal y como lo narra, lo afirma, lo hace visible el historiador y filósofo Pedro Troncoso Sánchez la muerte:

“Le sorprendió ante aquel reiterado paisaje urbano-campestre de entre ambas ciudades, de pampa y hierro, cielo y humo, rebaños y obreros, que nunca se gastó en su retina siempre amorosamente atenta a los hombres y a la naturaleza.” (Ibídem.)

Ante la muerte de PHU el profesor intenta construir la biografía y la necrología, pero ambas sobre la base de la etopeya de nuestro autor:

“Seguramente la vio llegar sin temor aquel espíritu imperturbable y fuerte que según propia confesión no recordaba haber sentido jamás flaquear el ánimo.  En aquel momento supremo sí le angustió en cambio, sin dudas, en su ocasional y cruel soledad, la imagen de sus hijas, de su esposa, de sus discípulos, de su patria distante, y compadeció con su enorme corazón dado a la renuncia por los otros, a los que iban a llorar su muerte.” (Ibídem.)

Y así, prosigue Troncoso Sánchez:

“Cayó súbitamente, fulminado por la hemorragia cerebral, como caen los grandes luchadores que piden a la vida, sin prudencia alguna, todas las fuerzas que ella puede darles para ofrendarlas a un ideal hasta que la vida se rinde extenuada ante las reiteradas exigencias del espíritu.”  (Ibíd. loc. cit.)

Los diferentes tonos de este Homenaje conmueven por todo lo que se recuerda de este maestro e intelectual en su propio suelo.  Pero también conmueve por lo que se pierde como pieza espiritual, como horizonte y biblioteca.  Nuestro autor hace vivir la biblioteca de la tradición como memoria y la memoria de la tradición como biblioteca.

Emilio Rodríguez Demorizi da cuenta de la dominicanidad de PHU en su ensayo titulado precisamente “Dominicanidad de Pedro Henríquez Ureña”.  Ante la ida definitiva de nuestro autor, encontramos al humilde sabio apoyarse, como lo hizo, en su dominicanidad. En su visión un tanto nostálgica, su obra argumenta y evoca la distancia de su patria lo convierte en voz y prédica humanística. En el sujeto humano y social, cree en las conquistas sociales, y culturales, un espacio vivo de lo social, lo cultural y lo institucional como forma y camino hacia los valores.

Rodríguez Demorizi da cuenta en este Homenaje de la enorme contribución intelectual  de PHU a la cultura y las letras dominicanas (Véase pp. 17-86).  El homenaje de este bibliógrafo e historiador se constituye como crítica, exégesis, biografía y aporte bibliográfico.

Así las cosas, el marco mismo de este Homenaje, asumido por quien fuera su amigo y apoyo historiológico, resulta una elocuente del universo que proyectaba la memoria y la  imagen de PHU:

“En sus obras Henríquez Ureña insistió siempre en nuestra primacía como centro primigenio de la civilización americana, pero también señalaba nuestros valores modernos.  En sus libros repite una serie de afirmaciones en que podría señalarse una viva y apasionada dominicanidad, sorprendente en un crítico de juicio tan severo y tan parco en la adjetivación y en el énfasis.” (pp. 24-25)

Según Rodríguez Demorizi:

“Los testimonios extraños de la dominicanidad de Henríquez Ureña son innumerables, mucho más que los nuestros…” (p.28)

Emilio Rodríguez Demorizi da testimonio de su ejemplo intelectual y su travesía axiológica, donde fue un autor rico en sugerencias y juicios; muy concentrado en su escritura, el maestro y humanista rebasa el simple artículo, ensayo o notícula para trascender a lo más enriquecedor de su experiencia intelectual: la cultura y las letras de América y República Dominicana.

El historiador e  historiólogo declara en el Homenaje su amistad profunda con PHU:

“Tuve el desmedido privilegio de que me hiciese depositario de su archivo personal, tesoro inapreciable en que está viva, llena de sorprendentes revelaciones, la intimidad literaria de nuestra América.  Son centenares de cartas de la flor y nata de la intelectualidad del continente y de España: de Menéndez y Pelayo, de Antonio Caso, Alfonso Reyes, Gastón Deligne, Diego Rivera, García Godoy, Américo Lugo, Chacón y Calvo, Justo A. Facio, de  tantos otros.” (Vid. p. 31)

En toda la genealogía y arqueología que ofrece Rodríguez Demorizi en su homenaje, lo que más resalta es la dominicanidad de PHU como valor fundamental de sus aportes literarios, lingüísticos, históricos y culturales.

El filósofo, poeta y matemático Andrés Avelino presenta en su  personal homenaje un aporte significativo y cardinal: “Pedro Henríquez Ureña: Filósofo y Humanista” (pp. 89-118)

Lo que pudo captar en un primer momento Andrés Avelino en su ensayo-homenaje fue que “su preferencia por los valores estéticos, se debe sin duda a que la filosofía americana no haya recibido de él una más amplia contribución al pensamiento sistemático.  Sin embargo en su obra de crítica literaria siempre aparece la actitud filosófica contenida, que ha hecho de sus juicios críticos notables páginas estéticas.”  (Véase ensayo citado, p.90)

En efecto, Andrés Avelino caracteriza la personalidad filosófica de PHU a propósito de la crítica y el pensamiento antipositivista:

“Hace un análisis crítico de las conferencias de Antonio Caso sobre el positivismo de Comte y se opone con valentía al movimiento que pretende convertir la filosofía en ciencia:  rechaza esa filosofía afilosófica que afirma que sólo se puede conocer lo dado en los datos sensibles, en los hechos de la experiencia científico-natural.” (Vid. p. 91)

Una precisión planteada por Avelino motiva la visión que remueve el elemento filosófo de la crítica contra el positivismo por parte de PHU:

“En la época en que hacía filosofía pura Pedro Henríquez Ureña, 1909, era el Positivismo la filosofía de moda en México y en toda la América Latina, aunque ya el traje cientificista caía en desuso en los círculos filosóficos más bien orientados del continente europeo, al golpe de los antipositivistas más notables: Boutroux, Renouvier, Bergson y Cousin.” (Ibídem.)