Nuestros “líderes” y funcionarios no merecen nuestro respeto. Nadie que cultive una cultura de corrupción e impunidad en detrimento de la mayoría, que destruye el sistema educativo progresivamente para tener rebaños en lugar de individuos con capacidad de pensamiento crítico y sentido cívico, y que hipoteca toda una nación sin rendir cuentas merece respeto, y mucho menos obediencia.
El PLD ha destruido sistemáticamente la oposición, inhabilitando el PRD a través de la división interna, y unificando los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial bajo el manto morado y el estandarte del clientelismo. Esto debe ser contrarrestado de manera organizada, consistente, perseverante y sobre todo paciente. No podemos esperar que haya un cambio de hoy para mañana. Sí podemos tomar responsabilidad por nuestro país, y utilizar los recursos que tengamos disponibles, como nuestro tiempo, nuestros conocimientos y habilidades, y nuestra voz, para fomentar la educación, el pensamiento crítico, sensibilidad social y ciudadanía participativa.
Nuestros “representantes” NO nos representan realmente, por lo tanto, debemos alzar la voz colectivamente, como hemos hecho antes, y exigir lo que nos merecemos: justicia, transparencia, servicios públicos que de verdad funcionen, seguridad en las calles en vez de macuteo, un sistema económico que no se sostenga en base a préstamos millonarios que solo aumentan la deuda del país, y un presidente que responda por su pueblo, no que enumere las cosas de las que él no sabe, o las areas en las que él no manda y que tiene tiempo para echarle un boche público a un ingeniero, pero no así a sus compañeros de partido por exprimir a la nación.
Ante el sistema hay que presentar una ciudadanía unida. Tenemos que salir de nuestra zona de comfort que por necesidad hemos creado bajo las condiciones que nos ha impuesto el gobierno, y hacer un esfuerzo conjunto de exigir que nuestros derechos y nuestra Constitución sean respetados. Hoy en día hay muchos grupos y movimientos que expresan quejas, indignación, y son el eco de una sociedad cada vez más inconforme, pero eso no puede ser todo.
Lamentablemente, vivimos en una media isla donde los gobernantes se han puesto tapones en los oídos, y solo escuchan cuando la realidad del pueblo les explota en la cara con fuerza, como ocurrió con el 4%, Loma Miranda y La Cementera, por nombrar algunos casos. Aún así, no se le da seguimiento a estas decisiones. Se aprobó el 4%, pero los maestros siguen ganando una miseria de salario, en agosto siguen pidiendo donaciones para libros y materiales para las escuelas públicas, la calidad de la educación no ha mejorado, y las escuelas están cayéndose a pedazos.
Separarnos de la CIDH NO es declarar la soberanía de la isla, es desamparar a toda una población y dejarnos a merced de dirigentes que creen en los paleros, la violencia y la represión. Permitir que jueces con conflictos de intereses tomen decisiones en casos donde claramente no son objetivos a pesar del deseo de la población de que se siga el debido proceso, y de la abrumadora cantidad de pruebas que lo justifican, no es algo que merezca respeto.
Un partido y un gobierno que ha convertido la política en una ocupación que no busca el bien colectivo, sino el enriquecimiento particular, no merece nuestra obediencia ante medidas arbitrarias para cubrir o justificar sus abusos.
Nuestra inconformidad no puede quedarse en las redes sociales, en las conversaciones casuales, ni en meras palabras en una columna. Hay que entablar contacto unos con otros, hay que organizarse, hay que ir a las protestas, a los debates, a los diálogos, hay que sacar tiempo para nuestro país y salir de la zona metropolitana de Santo Domingo para ver la realidad de nuestros barrios, del campo, y los pueblos, ver todo lo que tenemos en común con los demás habitantes de la República Dominicana.
Por encima del status social y económico, de la religión o falta de ella, del género, y demás diferencias superficiales, todos tenemos algo fundamental en común: somos un pueblo explotado, irrespetado y manejado al antojo de un grupo sin sentido del deber ni de la responsabilidad social. Inaceptable.