El ciclo de la vida, de la existencia, se nos presenta irreversible, es una especie de ruleta rusa que se mueve conforme a un ritmo de movimiento que se detiene en un espacio humano predeterminado que no se puede domeñar a voluntad el hombre; estamos circunscritos a los límites trazados por la naturaleza de todo lo vivo, pero sólo nosotros seres conscientes nos preocupamos por los destinos misteriosos de lo que ha de llegar ineluctablemente; nos preocupamos con devorada angustia, ansiedad y temor ante la realidad de la desaparición física de nuestra existencia. En cambio, los animales de todas las especies no pasan por ese trance, por esa insalvable angustia de que un día morirán, merced a que no disfrutan de la conciencia humana, aunque sus instintos y el sentido sensorial tan desarrollado conforme a su propia naturaleza, podría advertirles del peligro que les acecha, constituyendose en una verdadera compensación de la carencia con que fueron creados. En fin, los animales se domestican, los seres humanos se educan.
Cuando se llega a la madurez de adulto, podemos apreciar mejor que nunca como se esfuman amigos y relacionados que formaron una generación, vemos irse de este mundo políticos muy conocidos e influyentes , intelectuales , artistas, educadores, empresarios y gente común de toda laya; la vida se les escapa en accidentes, enfermedades o sorpresivamente por un letal ataque del corazón, una deficiencia del riñón, un derrame del cerebro o ciclica epidemia; lo vivimos con mayor frecuencia cuando se acerca la edad promedio de nosotros los latinos. Los despedimos con dolor, con tristeza, con nostalgias, porque no los volveremos a tratar, a comunicarnos con ellos; un pedazo de nosotros se fue y no regresa. Es ahí, el drama porque los humanos psico- socialmente nos colocamos en apuros, en intensa angustia; entonces nos acongoja su partida, porque de alguna manera algo de mi se va, se desprende. Algunos relacionados les oigo decir: ¡ compadre, nos están picando cerca", una manera de reconocer que se nos esta yendo una buena parte de la generación, generalmente alrededor de los 65 a 70 años.
Entonces, con dolor del alma se produce un radical cambio en las relaciones sociales, que presupone ampliaron y maduraron con el trato de los demás; ahora la actividad social en cumplimiento sagrado se mueve al escenario de la funeraria o all campo santo para despedir al amigo o familiar que inicia su recorrido hacia el otro mundo. Por eso, muchos nos vemos en esa encrucijada y los contertulianos suelen conversar temas como: " se nos están yendo los buenos", " ¡caramba, quien lo creía,", ¿ porqué fue el, y no otro de esos bandidos y criminales?. Pero por debajo y muy discretamente nos estremece pavorosamente saber que ha caído uno del grupo y que mañana nos puede tocar a nosotros. Por dentro sufrimos la pérdida porque uno que parte, es una resta de la generación con la que convivimos tantos años, tantas experiencias, tantas circunstancias , y nos sobrecoge la incógnita de aquel día trágico que pasaremos sin conciencia de lo ocurrido.
Sin embargo, la existencia de nuestro ser personal, clama en cada instante sobrevivir, es la autodefensa de mi yo ( Ver S. Freud). Nietzsche lo reclama con esta sentencia: " Quien tiene un porque para vivir, encontrara casi siempre un como". Se refiere a una vida llena de sufrimientos,,angustias, desesperación y agonías ( caso de niños y mujeres atrapadas en Guerra Civil de Siria), y aún se ama existir buscando opciones que salve de la encrucijada. El ser humano anhela opciones en los momentos más difíciles y cruciales, en las condiciones más desesperantes advierte la posibilidad de una salida, de un optimismo que no se da por vencido.
Nos dice Viktor Frankl en el Hombre en Busca de Sentido: " Hay en psiquiatría un estado de ánimo que se conoce como " ilusión del indulto", según el cual el condenado a muerte, en el instante antes de su ejecución, concibe la ilusión de que en el último momento lo indultarán".( Frankl, 13). Confirmando el hecho de que toda persona lo último que pierde es la esperanza, la que se despeña sólo con la eventual y segura muerte, dado a que todo lo que vive pasa por la inminente triple vertiente de nacimiento, desarrollo y muerte; no hay escapatoria de ese fenómeno . Todos hemos de ver ese movimiento de la existencia y es lo que presenciamos finalmente cuando acudimos a decirles el último adiós a nuestros seres queridos; unas generaciones vienen, al tiempo que otras se van, por esa razón frecuentamos en demasía en cierta edad madura las funerarias . Acostumbremosnos a esa actividad luctuosa, que esta deviniendo además en social, porque en su seno se tejen toda clase de tertulias acerca del fenecido y sus relaciones con nosotros, recordando muchas y diversas travesuras, asi como sus virtudes que no siempre se validan como verdaderas. Es un gesto último de comprensión bondadosa hacia el para prodigar afectos y perdón.