Dos hechos me parecen particularmente propio al sistema social, económico y político que tenemos en el país y que podríamos denominar de capitalismo salvaje a lo caribeño. Los enumero en el orden en que me llegan:
- Un economista que sirvió de asesor financiero durante cuatro años al Banco Central de la República, en su calidad de funcionario público es gratificado con una pensión de 300 mil pesos mensuales por sus grandes aportes a la ciudadanía y al país. Una maestra que formó adolescentes durante 30 años de servicios es pensionada con seis mil pesos mensuales, era servidora pública.
- Un empleado público sustrajo de un almacén veintiuna cajas de leche y es condenado a cinco años de cárcel, la pena máxima. Un funcionario público que malversó fondos de una alcandía es condenado a seis meses de prisión domiciliaria.
Estos dos hechos hablarían por sí solos; pero si no le son suficientes he aquí algunos datos de macroeconomía (que la verdad solo consigo entender de esa palabra su etimología): entre 1992 y 2014 la República Dominicana era el país con mayor crecimiento de la región, según el Banco Mundial. Más o menos para la misma fecha, teníamos la tasa de desempleo más alta de toda la región. Añada que la disminución de la tasa de mortalidad infantil fue la más baja. Igualmente, para la misma fecha la misma institución nos dice que la pobreza rondaba por el 49% de la población.
Me es difícil entender cómo es posible estas incongruencias en estos datos. Si por un lado mejoramos en riquezas, cómo es posible desmejorar en salud, educación, etc. No sé si usted, amigo lector, será experto en economía y podría explicarlo (a este lego): ¿qué teoría científica, económica o política puede ayudar a entender estas incongruencias en los datos? ¿Por qué en nuestra democracia-país se da una relación inversamente proporcional entre incremento de la riquezas y disminución de la pobreza?
La teoría en la economía política sugiere que el capitalismo como sistema económico se fundamenta en la relación opuesta; es decir: las naciones que han incrementado su PIB han mejorado sustancialmente la calidad de vida de sus gentes. ¿Por qué no aquí? ¿Cuál es el milagro allá que no sucede aquí?
Todas las comparaciones resultan odiosas, pero la verdad es que la más odiosa de todas las comparaciones me la encontré discretamente en una tabla que colocaba las declaraciones juradas de bienes de los funcionarios públicos en dos momentos particulares, con una diferencia de dos años y unos meses entre una y otra. ¿Cuál es el problema? Muy simple, para algunos funcionarios aceptar un puesto en el aparato estatal es una pérdida sustancial de dinero, pues, su patrimonio declarado baja, mientras que para otros sube significativamente.
Por ejemplo, hay un funcionario que declaró el 13 de septiembre de 2012 un patrimonio de treinta y siete millones de pesos, con unos cuantos centavos. El mismo funcionario declaró el 12 de septiembre de 2016 unos treinta y cinco millones de pesos con unos centavitos. Hasta el día de hoy, este funcionario rinde religiosamente sus servicios a la nación a pesar de la reducción de dos milloncitos en su patrimonio. ¡Servir desinteresadamente al país!
Si comparamos este funcionario que ha perdido dinero de su patrimonio sirviendo al país con otro funcionario que el 6 de noviembre de 2012 declaró siete milloncitos y que el 14 de septiembre de 2016 ha declarado la friolera suma de setenta y siete millones, mostrando un incremento de setenta millones de pesos en su patrimonio personal; me digo a mí mismo: “este capitalismo salvaje no se entiende”. No hay ley ni teoría económica que me explique lo que sucede aquí; al menos en mi supina ignorancia no lo consigo entender.
El “espíritu del capitalismo” es el libre intercambio de propiedades privadas y el usufructo del capital derivado de este intercambio es garantizado por el papel del Estado regulador. Esto es lo que nos dice la teoría económica del liberalismo y la teoría política que le acompaña. Ello no es posible en esta patria de tres patricios y dos vírgenes santas, pues, el estado parece ser ese monstruo que quita a uno para dar a otros.