Fue un día agotador, el cansancio descansaba en mis huesos. Regresaba despacio a mi casa, la calle con pocas personas, y completamente a oscuras, semejaba una caverna.

Mi hogar en penumbras acompañó la funesta noticia recibida por un amigo: “Marcia, tu amiga, murió esta tarde”. La información me dejó seco, pero no me sorprendió, su enfermedad era avanzada. Marcia, pequeña y muy delgada por la enfermedad, pero alegre y acogedora; según pasaba el tiempo se notaba el contraste: disminuía en belleza física y crecía en bondad y belleza interna. 16 años, aparentaba 12. Era buena. Mi esfuerzo por recordarla lozana ante la trágica noticia se me hacía necesario. 10:00 pm, cené un poco y regresé al barrio, a la casa de la familia de Marcia.

Seguí una calle larga y ancha. Después, callejones. Frente a la pequeña casa, unos conversaban, otros jugaban dominó en el clásico velorio. Se creaba un ambiente propicio para amanecer, pero no reflejaba lo que yo sentía.

Estaba durmiendo en una cama estrecha y de madera, vestida de blanco. Las velas encendidas, que la circundaban, reflejaban la luz que Marcia aportaba al recinto en su más mínima expresión. No me detuve largo rato, no podía. Pasé al cuarto contiguo, un aposento. La madre estaba sentada en la cama, lloraba en silencio. Una mujer de baja estatura, morena, regordeta y de ojos limpios. Me acerqué y la acompañé en silencio. Después de un rato comenzó a hablarme de esta manera: “Tan buena que era, por qué Dios se la llevó? Tal vez era lo mejor, sufrió mucho. Nosotros le dimos todo lo que teníamos, estamos en la ruina, pero no me arrepiento”. Hizo una pausa y continuó: “Era muy buena, anoche no pudo dormir y su papá no quería dejarla sola esta mañana, y ella le pidió que se fuera a trabajar; cuando regresó la encontró muerta”. Vuelve a llorar hasta que se calma y queda en silencio.

Mientras, mi mente vuela al pasado reciente: “se visitaron muchos médicos, pero no decían lo que tenía, solamente recetaban antibióticos y cobraran caro”, me narraba la mamá, cuando la visitaba, así como la odisea de cada día: la dificultad de encontrar transporte, lo caro del pasaje, las rutas que se acortan; la irresponsabilidad del personal, la planta física y equipos deteriorados en los hospitales, el alto costo de las medicinas, etc.  A esto se añadía lo que cada día traía consigo: el papá sin trabajo fijo por largo tiempo; ella sin empleo, lavando o planchando cuando aparecía, o  haciendo fila en cualquier actividad política o proselitista para que le regalen una fundita de comida, “es repugnante pedir lo que a uno le pertenece, pero no me queda otra cosa”.  Por fin un médico amigo nos dijo el mal que padecía Marcia: CANCER y muy avanzado. Nos preparamos para esperar su muerte.

-“La acompaño en su sentimiento”- era un grupo de evangélicas, todas vestidas de blanco, que llegaban al aposento. Interrumpieron mi pensar. –“Comadre, lo sentimos mucho, pero no se preocupe que ya está en el cielo. Bendita ella que salió de este mundo de pecado, ojalá tener nosotras esa suerte”-. Eran algunos de sus comentarios. Salí un momento de la habitación, no era una situación para discutir. Tomé un poco de aire, adentro hacía calor. 11:30pm. Regresé a la habitación, me despedí de la mamá y el papá, que llegaba de hacer diligencias para la sepultura en ese instante. Les prometí acompañarles al día siguiente para la misa  y el entierro.

Antes de salir del rancho me detuve un momento cerca de Marcia, la contemplé y oré a Dios, le pedí por ella y agradecí lo mucho que a través de Marcia me había regalado.

La vida y muerte de Marcia es un testimonio y una protesta en silencio ante una sociedad que reduce y minimiza la vida del ser humano. Una vida y una muerte que dan sentido a otras vidas, cuestionándolas y mostrando un Dios que sufre ante la injusticia. Una vida y una muerte… y otra VIDA.

La última vez que conversé con Marcia, me dijo: “Tú te pierdes, hace varios días que no te veía. Pensé en sorprenderte con una arepa, pero siempre te apareces cuando menos se te espera. Avísame cuando vuelvas para hacerte una”. Marcia apenas se podía levantar de la cama y tosía con fuerza. Marcia sonreía.