Momentos de inflexión política y la Izquierda dominicana.
Hay coyunturas y coyunturas, y unas y otras deben ser evaluadas en concreto; cada una con las contradicciones y sus aspectos principales que les dan singularidad. La táctica política que puede ser válida en una, no lo es necesariamente en otras. Esto es a e i o u de la política.
Así hay elecciones nacionales. Las de 1962, 1978, 1990, 1994-96 fueron elecciones que la Izquierda debió valorar con madurez política y proponerse asumir compromisos políticos dentro de esos procesos. Pero no lo hizo.
En cambio, las de 1982, 1986, fueron unas elecciones sin mayores implicaciones históricas y lo que resultara de la competencia entre el PRD y el PRSC no presentaba ningún peligro histórico, ni posibilidad especial de mejoría para el pueblo. En ambas era insignificante la posibilidad de regreso a la represión de los 12 años, y lo propio respecto a las perspectivas de un avance político y social con el PRD. Las del 2000 y posiblemente las del 2004, serían por igual elecciones corrientes.
No así la coyuntura hacia las del 2016, que por muchas razones requiere de una especial atención y donde parece que, como ha dicho el dirigente juvenil Ángel García, la disyuntiva es: Convergencia o continuismo.
Entre 1982 y 1986, también se disiparon las posibilidades de una reforma política avanzada que contara con un papel importante del PRD, porque este ya había dado muestras sobradas de que no iría más allá de la derogación de las leyes anticomunistas, permitir el regreso de los exiliados y corresponder a la exigencia de libertad para los presos políticos. Pasos positivos sin dudas; pero insuficientes para dar al traste con lo que había ocurrido en el régimen político desde 1930 cuando Trujillo llegó al poder.
La Izquierda y los grupos populares tampoco tuvimos la visión de reclamar una reforma democrática del Estado; aunque si reclamamos, y mucho, reivindicaciones sociales. Fafa Taveras tuvo el buen juicio de plantear la Refundar la República (1986), pero esa propuesta se quedó en el terreno de la opinión; no fue debatida como correspondía y mucho menos se convirtió en bandera en los reclamos del movimiento.
Si la Izquierda hubiera sido concreta en ese momento, en el sentido leninista del análisis concreto de la situación concreta, es muy posible que el PLD no hubiera ganado el espacio político que comenzó a mostrar justo en ese lapso de tiempo. Porque, excepción hecha del período 1962- 65, fue entre 1982-86 donde la Izquierda tuvo la posibilidad más significativa para convertirse en “la tercera fuerza” que ahora se reivindica. En estos años hubo una posibilidad truncada de acuerdo entre varias franjas de izquierda en los que, además de los elementos de personalidad de una parte de las figuras emblemáticas concernidas, el obstáculo proclamado para la unidad fue la diferencia entre “el programa socialista” de unos y el “democrático- patriótico” de otros.
Como hecho de comedia en esta experiencia, hay que destacar que cuando se comparan ambos programas, resulta que el “democrático- patriótico” es más radical que el proclamado “socialista”. Algo tropical, diría algún extranjero.
Lo que ha seguido después es un multiplicador de la división y la atomización de la Izquierda, en la que algunas de las mentalidades que precisamente más han contribuido a esos malestares, se atrincheran ahora en la impolítica, para obstruir la posibilidad de que esta corriente procure romper el cerco y se reposicione de nuevo en la vida nacional.
Cincuenta años atrás, se les podía excusar de estar afectados de la enfermedad infantil del izquierdismo, porque el movimiento revolucionario dominicano no tenía la madurez teórica e histórica para abordar las circunstancias con la racionalidad requerida. Pero es inexcusable que manifiesten hoy el mismo malestar. Es la historia: una vez como tragedia y otra como farsa, o comedia.