En días pasados, comentando el informe anual que rinde los Estados Unidos sobre el tráfico de drogas en la región, donde la República Dominicana figura como uno de los principales canales de acceso a su mercado, dijimos que siendo cierto,  el mismo reflejaba sin embargo, una media verdad.

Ahora con la reciente e interesante entrevista que ofreció a Alicia Ortega para su impactante programa de investigación, el embajador de los Estados Unidos vuelve sobre el tema y trilla el mismo sendero, afirmando que nuestro país es un gran puente de drogas hacia el suyo así como para Europa.  También tiene razón pero,  igualmente, es una verdad a medias.

El señor Brewster seguramente ignora que hará cosa de unos veinte años atrás, este país no se había convertido aún en corredor de los grandes carteles para trasegar drogas,  principalmente cocaína, hacia Norteamérica.  Menos todavía para expandir el consumo entre nosotros.  No era este, en modo alguno, por obvias razones económicas, un mercado con potencial suficiente que llamara la atención de los traficantes.

Alguna que otra pasada de  cocaína quedaba reservada para consumidores de muy alto nivel económico, un número tan reducido que podía contarse con los dedos de las manos y posiblemente sobraban. Ni siquiera confrontábamos problemas con la tan modesta marihuana.  Ni teníamos bandas en los barrios luchando a tiro de pistola por el control de los puntos más atractivos de venta, ni conocíamos de esa letal variante de la criminalidad que es  el sicariato. Ni de los ajustes de cuentas y los atentados mortales vinculados a ese turbio negocio.  Ni los atracadores asesinaban a sus víctimas, ni mucho menos hacían frente a la policía. Ni la ciudadanía vivía bajo el actual estado de zozobra y temor debido al auge de la delincuencia.

Hoy todo ese cuadro ha cambiado.  Razones principales: nuestra limitada capacidad para enfrentar el enorme poder de los carteles y… sobre todo nuestra, en este sentido fatal proximidad geográfica a los Estados Unidos, el mayor mercado de consumo de drogas de este lado del Atlántico y posiblemente del mundo.

Hoy tenemos todo ese cúmulo de desgraciadas circunstancias asociadas al turbio negocio de las drogas.  Somos corredor, somos traficantes…y somos consumidores en creciente escala. Contamos con nuestros propios carteles locales, vinculados a los más poderosos internacionales, principalmente de México y Colombia. Y tenemos la adicción metida hasta el tuétano en buena parte de nuestra juventud. Y hasta niños son usados como “deliveris” para entrega de las drogas a domicilio.  Y como fórmula matemática que se da en todos los países sumidos en el submundo de los estupefacientes, la criminalidad ha aumentado en un 75 o un 80 por ciento.  Y los atentados motorizados en cualquier sitio y a cualquier hora es elemento noticioso cada vez más frecuente. Y la delincuencia se ha vuelto cada vez más agresiva y en ocasiones exhibe un armamento superior al de los propios agentes del orden.   Y los carteles disponen de tantos recursos que les da de sobra para la oferta generosa que les permite quebrar voluntades y doblar espinazos, desde el raso policial que a duras penas sobre vive con su salario “cebolla”, hasta políticos, funcionarios y magistrados.

Esfuerzos hacemos y nos ha costado dentro de nuestras limitaciones por enfrentar la situación del orden público gravemente alterado, en mayor medida por la incidencia del narco.  El embajador menciona una ayuda de millón y medio de dólares que nos hará su gobierno para combatirlo.  Pero tan solo la compra de los Tucanos para garantizar la inviolabilidad de nuestros cielos nos costó varias veces esa suma…  más la surrapa  del millonario soborno.  Y ese dinero que pudimos haber utilizado para solventar otras necesidades perentorias salió de nuestros bolsillos.

La DNCD, la FAD y la Marina se esfuerzan por hacer su trabajo lo mejor posible.  Pero el valor en dólares traducidos a pesos de un par de grandes alijos en las calles de Nueva York, Los Angeles o Chicago supera los contados recursos de que disponen.   Capturamos y extraditamos a los Estados Unidos importantes capos locales y nos los devuelven  con leves condenas negociadas a cambio de información y hasta les permiten disfrutar de las fortunas acumuladas en su sucia actividad, sin siquiera la posibilidad de juzgarlos aquí cumpliendo la norma de que nadie puede ser condenado dos veces por el mismo delito.

Somos ciertamente un gran puente de drogas hacia los Estados Unidos. Pero es solo una verdad a medias.  La otra que siempre se evade es que los Estados Unidos son un gran mercado de consumo.   Y que nuestro “gran puente” a que se refirió el embajador Brewster es consecuencia exclusiva de ese gran mercado.