Para muchos amantes de la ópera la coloratura es propia sólo de las buenas sopranos líricas ligeras, pero como técnica al fin es realizable en todo tipo de voz. La coloratura (color) requiere de una buena dicción y sobre todo de un canto preciso, ya que no es más que la capacidad de ejecutar sucesiones de notas rápidas y de esta manera poder extender la vocal de una sílaba a varias notas seguidas.
Las composiciones de Mozart, por ejemplo, demandan el dominio perfecto de esa técnica y grandes compositores del bel canto la elevaron al extremo de amplitud, agilidad y rapidez, como aparecen en casi todas las obras de Rossini, Bellini y Donizetti, aunque no con la misma frecuencia e intensidad en las de Verdi y Puccini, considerados ambos, sin embargo, como los dos más grandes genios de la tradición italiana de la ópera. Los compositores contemporáneos, los que han perpetuado con su genio el rico legado de sus antecesores, no hicieron de ella un recurso habitual de sus obras y esa ha sido la causa de que muchos críticos del arte lírico cuestionen permanentemente si fue debido a que no encontraron la forma de integrar esa técnica de modo natural a sus creaciones.
La coloratura fue un recurso usual de la música barroca y se la utilizaba principalmente para permitir a los cantantes lucirse en los escenarios. Para Bach, por ejemplo, la agilidad instrumental, que supone la ejecución de coloraturas en toda la tesitura de la voz, era la condición imprescindible a todo buen cantante. En los ambientes líricos se habla a menudo de la supuesta superioridad de las sopranos wagnerianas, y la habilidad de estas para dominar la técnica, aunque los biógrafos sostienen que Wagner consideraba la coloratura como una técnica superficial. Las notas más altas de algunas arias que suelen dar los cantantes no figuran en las partituras originales, pero se ha hecho costumbre hacerlo.