La nuestra es una sociedad que no ha conocido en toda su existencia, una iniciativa de hombres y mujeres públicos, con la bondad de retirarse y abrir caminos a otras generaciones, sea por que gobierna la mentalidad gerontocrática, porque no se delega poder y mando o simplemente porque se aferra el ciudadano al poder como si fuera una donación heredada.

Sin embargo, frecuentemente vemos cómo la acusación recae básicamente en el poder político y sus cabezas, lo cual es evidente su saturada presencia en los puestos de mando. También contamina la cultura del mando no delegado en la vida social, familiar, eclesial, de la sociedad civil y en las instituciones públicas y empresas privadas, sin dejar fuera de esta viciada práctica, al mundo académico, el artístico y el intelectual.

Esta ausencia de distorsionada práctica impide el ascenso de los bríos que trae consigo la nueva generación, sus capacidades, actualización técnica y a veces, sensibilidad social que se distancia por mucho de sus antecesores.

Ello es expresión de un temor a la soledad del poder, que lleva a los hombres y mujeres de vida pública a mantenerse al frente de sus puestos, autoridad y mandos, evitando ser ignorados, minimizados o no mencionados, lo cual es propio a quienes tuvieron un protagonismo en un momento y que no aceptan perderlo. Se da de mala práctica, que a veces en la transición se borra y menosprecia los aportes de generaciones anteriores y eso crea celos de poder y ciertamente, temor al desplazamiento natural de las posiciones.

El peso social de las viejas generaciones, de la falta de relevo y del temor al retiro, es tan grande que su impronta desfigura los discursos de los nuevos líderes

No obstante, al enfilar los cañones contra la clase política, reducimos el problema a un sector de la sociedad y no como parte de una generalizada conducta social que impide su avance, y que impide escuchar los nuevos enfoques, los atrevimientos que acompañan las mentes de las nuevas generaciones y respetarlas como tales, por eso no se acepta el desplazamiento social como algo natural.

Al repasar el comportamiento de los líderes de instancias sociales representativas, es evidente en ellas una práctica de apego al poder que se expresa a través de un liderazgo reiterado, bien por reelección o por imposición personalista que al ser propio de toda forma de organización social o institucional, se hace viral y peligrosamente dañino a la sanidad social obstruyendo un ejercicio democrático que tienda, no solo a ejercer el mando con sentido participativo, compartido, humilde y convencido de que no se trata de visiones mesiánicas que postergan los cambios en función de considerarse estos liderazgos, insustituibles y fundamentales para la marcha de sus agrupamientos, mutilando las iniciativas y abortando las nuevas figuras.

El político no se retira, muere con las botas puestas, los jefes empresariales no son capaces de delegar en sus hijos la continuidad de la mística familiar, con raras excepciones, los sindicalistas y líderes de cooperativas, se las ingenian para adueñarse de las asociaciones que representan creyendo muchas veces que al ser fundadores son dueños, error por cierto, que se traslada a la vida partidaria donde hay familias que se creen dueñas de los partidos y no ceden cuotas de poder y adquieren los mejores puestos una vez gana su partido considerándose beneficiarias por esencia de esos beneficios y ventajas.

Intelectuales, académicos, los artistas y otras personalidades, a veces salen de circulación cuando la muerte los llama o cuando se imposibilitan físicamente. El retiro en esta sociedad se relaciona con el proceso de inhabilitación social y física, cuando sabemos que existen múltiples maneras de relanzar la vida desde la experiencia que dan los años y los puestos, para contribuir con un mejor país.

¿A dónde nos lleva esta contaminada práctica social? A la mutilación de los relevos: políticos, gremial, empresarial, eclesial, y de la propia sociedad civil. ¿Qué peligro tiene esto? La muerte social, la incapacidad de regeneración y vitalidad, la ausencia de actualización y la exaltación del principio: después de mi el diluvio, o El Estado soy yo. La ausencia de inclinación de delegación de liderazgo, de trasmisión de conocimientos y confianza, de aceptación del tránsito generacional genera hándicap, que afectan la continuidad social, envejece, no solo a sus líderes, sino a la sociedad, cuarta el vuelo de las nuevas generaciones y personaliza el poder, lo centraliza aunque con ello se muera la continuidad social apoyándose en una mirada paternalista del liderazgo nacional en todos sus espacios.

La ausencia de relevo, desmotiva los proyectos generacionales, merma las iniciativas individuales, y el emprendimiento. A veces el manto de influencia de estas generaciones castradas es tan fuerte que los posicionamientos de representantes de las nuevas generaciones en la vida pública, se hace bajo el amparo de la visión del viejo orden establecido. El peso social de las viejas generaciones, de la falta de relevo y del temor al retiro, es tan grande que su impronta desfigura los discursos de los nuevos líderes, pues muchos terminan acuñando el discurso de los viejos, de los antecesores y por tanto no hay ruptura y esto genera una inacción social que desacelera el empuje y los desafíos modernos.

Hoy vemos con tristeza la debilidad que presentan áreas profesionales como la sociología, el periodismo de alto nivel profesional, la antropología, la historia, la arqueología y otras disciplinas débiles en las universidades, en la cuantía de profesionales como el la cantidad de profesionales para el mercado, sin mencionar que el mercado mismo tampoco crea la necesidad por obligatoriedad a estas profesiones y enfoques de la problemática social, y que ni el poder político tampoco valora a plenitud, esa falta de relevo, la cual es llenada muchas veces por profesionales de otros países que a veces, son buenos y bien formados, pero hay un paladar propio de estas disciplinas, que se apropian desde la tierra de origen, sin que ello omita lo universal de estas ciencias.

Pedimos permiso todavía a los anteriores para poder hacer o decir cosas nuevas, no nos atrevemos a romper con responsabilidad, con lo viejo y establecer una nueva sociedad, con nuevos discursos y desafíos, razón por lo cual, esos líderes tradicionales nuestros en todas las esferas sociales, mueren con las botas puestas, la crisis profesional expresa un debilitamiento estructural de relevo y una trampa que nos envuelve en un entramado que proyecta una sociedad viaja en lo social, el discurso, las visiones y estructuras mentales en estado vegetativo. El cambio implica una ruptura y ello a su vez un desafío necesario para dar el salto, de lo contrario seguiremos entrampado  o encharcados como sociedad.