Latinoamérica aún mantiene su primavera interminable. Las voces de sus luchadores, de aquellos luchadores que a través de la poesía forjaron una identidad inexorable, brota cada mañana, cada día, cada noche. Y cuando las estrellas susurran esos héroes y la melena del mar sacude su memoria, el nombre de Pablo Neruda emerge afanosamente por nuestro continente.

No ha existido otro poeta igual. Su trayectoria literaria y política marcó todas las generaciones. Hoy día, su legado sale brotando por cada rincón de su amada América, de sus pájaros multicolores, su flora verde y sus autóctonos personajes. Fue un compañero de las causas más nobles, de los más memorables infortunios, de los complejos procesos que agitaron la vida política de Chile y toda Latinoamérica.

Neruda fue propietario no sólo de su propia vida, sino de la vida de otros, de los marginados y los oprimidos, de los que trataron de ver la igualdad y la justicia como una realidad y no como quimera. Su lucha fue tan persistente, que sus últimos momentos lo vivió junto a sus compañeros mártires. Cada verso, cada canción, cada aliento, cada dolor y llanto, era rasgado del corazón del poeta chileno. Fue un mago tan prodigioso, que su muerte supo a vida, y su vida, bien vivida, supo a todo lo nacido. El más grande. El más adorado y ovacionado de todos los poetas universales. Parece que su ausencia no existe. Que ha sido una ficción de las tantas que creó a través de su poesía. Inagotablemente, Pablo Neruda reinventó cada átomo de su realidad, creando su maravilloso mundo fugitivo y travieso.

Sus fantasías cortaban las lejanas distancias de los pueblos americanos. Sus odas fueron restauraciones patrióticas, muchas veces decisivas, otras veces mensajes de los mismos dioses, de aquellos dioses que creaba el poeta con prodigiosa maestría. Sin marchitar su origen, Neruda incrustó la poesía social con los demás continentes, en especial con Europa, su gran aliada.

No fue indiferente. Quizás pudo serlo, pero sus convicciones sobre la sociedad latinoamericana le dieron autoridad para emprender una lucha, que a pesar de su muerte, se ha mantenido en todos los pueblos del nuevo continente. Fue una cantera inagotable y palpitante. Su voz se escucha, recitando esos versos estéticos y guerreros por todo el globo terráqueo.

A 38 años de su ausencia, veo a Neruda en su amada costa, con las olas  espumosas intentando penetrar a su alma. La fina arena soporta su peso, espeso y elevado, junto a su Matilde, la de los ojos negros como el infinito, la espigada y bronceada Matilde. Y cerca de ellos, su copa de vino tinto y chileno, dejando un sendero de amor que vive eternamente.

Sé muy bien que no te gustan los homenajes; pero maestro, aquí te dejo una rosa.