Después de la obra de Michel Foucault en el siglo XX, los estudios sobre el poder entraron en una nueva etapa. Nadie como él ha abordado el poder en sus diferentes manifestaciones sociales. Nadie como él ha dibujado esa madeja intrincada sobre la que se sostienen los diversos discursos que tienden a la dominación social. Estudió la relación entre la ciencia y toda forma de saber con el poder (“Vigilar y castigar”, “La verdad y las formas jurídicas”)), desbrozó la historicidad particular del castigo como una de las maneras como se manifiesta la opresión institucional (“Vigilar y castigar”), analizó la clínica médica desde la perspectiva del poder disciplinario(“Historia de la locura”, “El nacimiento de la clínica”), dio al discurso una dimensión entre los poderes de la sociedad(“Las palabras y las cosas” “Arqueología del saber”), y, finalmente, reconfiguró el concepto de “poder” llevándolo más allá de lo que la categoría marxista del siglo XIX había establecido.
Michel Foucault indagó sobre la naturaleza del poder en fuentes muy diversas, y planteó la existencia de una red de poderes que determinan la legitimación coercitiva en las relaciones sociales: “Me parece que por poder hay que entender, primero la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las transforma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que forman cadena o sistema”. Con éste juicio Foucault establece que no existe un único centro de poder, sino una retícula de poderes, y que no hay que ver operando en el orden social un único poder, sino que el poder crea ámbitos de saber, rituales de verdad, normas, establece reglas, y administra la separación entre lo “normal” y lo “patológico”.
Quienes han estudiado el marxismo encontrarán aquí esa ausencia vinculante de manera exclusiva entre economía y poder, y eso es porque Foucault cree que el poder está por todas partes, y el dualismo clásico de Carlos Marx no podría explicar la realidad sobre la que el poder modernamente edifica su legitimación. Y si el poder está por todas partes, también la oposición al poder lo está. Es por eso que Foucault llama “discurso-poder” a todos los recursos de legitimación que emplean los grupos dominantes (un poco lo que Marx llamaba ideología) para justificar su dominio. Porque no hay duda que no existe poder sin retórica propia, y que los discursos con los que los modelos jurídicos se legitiman, son las máscaras con las cuales el poder se presenta. La sociedad no es más que un sistema de fuerzas y poderes, y por debajo del juego de las libertades que se escenifica con partidos políticos, constituciones y elecciones “libres” cada cierto tiempo; se esconde la mano férrea de la dominación.
Algunos de mis lectores pensarán que yo he equivocado el escenario, porque esto que escribo es un artículo y no una cátedra universitaria; pero hay que entender lo que está ocurriendo en este momento, y enfrentar la lucha de acuerdo al régimen de fuerza que se ha instaurado, con las características propias de los que tienen el poder y los sometidos por el poder. ¿Qué ha ocurrido en la sociedad dominicana que, pese a que existe un poder formal constituido, parece como si “otro poder” gravitara sobre las cosas? ¿Cómo entender que si la sociedad es un sistema de reglas haya grupos que se constituyan en “retícula de poderes”, e impongan sus intereses, por violencia o subrepticiamente, e intenten imponer resultados plegados a una voluntad superior? ¿Quién manda realmente hoy en la República Dominicana?
Hay que estudiar todas las técnicas de dominio que se han implementado en nuestro país para poder entender la sociedad en la que estamos viviendo. Y sólo así podremos enfrentar la lucha de acuerdo al régimen de fuerzas que ha emergido luego de doce años de dominio peledeísta. Pido a mis lectores que guarden éste artículo para ponerlo como telón de fondo del que sigue, porque es imprescindible para entender la “retícula de poderes” que nos ha gobernado, y el “discurso-poder” que aspira a seguir gobernándonos.