Nuestra libertad depende de la libertad de prensa, y esta no puede limitarse sin que se pierda”. – Thomas Jefferson, 1786

Todos los días escuchamos, vemos o leemos reportajes, entrevistas y comentarios de periodistas,  dando nosotros por sentado su existencia sin reflexionar sobre su trabajo. A primera vista la obra periodística parece llegar espontáneamente, sin esfuerzo, sin riesgos, y sin costos aparentes. La llegada diaria de las noticias no es menos esperada que la salida del sol todos los días, y resulta tan esencial para el desenvolvimiento de la colectividad como el agua para la vida humana; pero es muy común infravalorar el aporte del periodismo a la sociedad.

En 1919, el pionero de la sociología moderna, Max Weber,  al dictar una magistral conferencia titulada “La política como vocación”, reflexionaba sobre la costumbre de infravalorar al periodista entre sus coetáneos:

No todo el mundo se da cuenta de que, aunque producida en circunstancias muy distintas, una obra periodística realmente “buena” exige al menos tanto espíritu como cualquier otra obra intelectual, sobre todo si se piensa que hay que realizarla aprisa, por encargo y para que surta efectos inmediatos. Como lo que se recuerda es, naturalmente, la obra periodística irresponsable, a causa de sus funestas consecuencias, pocas gentes saben apreciar que la responsabilidad del periodista es mucho mayor que la del sabio y que, por término medio, el sentido de la responsabilidad del periodista honrado en nada le cede al de cualquier otro intelectual. Nadie quiere creer que, por lo general, la discreción del buen periodista es mucho mayor que la de las demás personas, y sin embargo así es. Las tentaciones incomparablemente más fuertes que rodean esta profesión, junto con todas las demás condiciones en que se desarrolla la actividad del periodismo moderno, originaron consecuencias que han acostumbrado al público a considerar la prensa con una mezcla de desprecio y de lamentable cobardía. No podemos ocuparnos hoy de lo que habría que hacer al respecto…

Lamentablemente Weber no tuvo ocasión de proponer una estrategia para rectificar el mal que denunciaba, pues la muerte le sobrevino poco después de plantear su inquietud sobre el periodismo. Hoy la gran mayoría de nosotros sigue ignorando y menospreciando la ingente labor de los periodistas y el indispensable aporte del periodismo a la vida comunitaria en libertad.

El sabio puede discernir entre la mentira y la verdad, entre la propaganda y la noticia. El sabio sabe callar. El periodista, sin ser tonto,  denuncia y opina cuando las circunstancias lo exigen a riesgo de causar problemas y sin importar las consecuencias personales.  El auténtico periodista se atreve a publicar solo la noticia, la verdad aunque sea inconveniente,  y cobrar por la publicidad como tal en espacios claramente marcados como pagados. Aunque no sean palabras de George Orwell, la máxima apócrifa no deja de ser notable: “Una noticia es aquello que alguien no quiere que se publique. El resto es publicidad.”

El periodismo responsable es baluarte de la libertad y la democracia a tal grado que Thomas Jefferson no dudó en utilizar una hipérbole al sentenciar: Si tuviera que decidir si debemos tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en preferir lo segundo”. La consagración de la libertad de prensa en los acuerdos fundacionales de Estados Unidos hace más de dos siglos sin duda fue uno de los saltos de la humanidad en su ruta hacia el desarrollo social. Desde entonces no se concibe una sociedad libre sin un periodismo vigoroso, aunque en la práctica todavía se sigue librando la lucha por garantizar su existencia. Y es que la libertad de prensa y la auténtica democracia tienen que desarrollarse simultáneamente y apoyarse mutuamente;  es una tarea que nunca cesa. El periodismo de calidad es garante de la democracia, y la libertad fomenta el florecimiento de periodistas y periódicos de calidad. En palabras del astuto observador que fuera Alexis de Tocqueville: “No se puede tener auténtica prensa sin que exista democracia, y no se puede tener democracia sin que haya prensa. 

Los gobiernos y poderes fácticos que ven sus intereses afectados intentan con frecuencia coartar la libertad de prensa, que equivale a amputar uno de los miembros indispensables al bienestar de la democracia. Utilizan la censura, amenazas y violencia en sus diferentes modalidades- física, psicológica y económica, entre otras- para incidir en las labores periodísticas, cuando no controlan los medios de comunicación directamente. Ejercer el periodismo responsablemente es peligroso en muchas naciones, mucho más que otras profesiones como la docencia, la medicina y la ingeniería. Y no hablamos de los corresponsales de guerra en el frente de batalla, sino sobre todo de los reporteros, investigadores y articulistas de opinión que tratan las noticias locales. Cientos de periodistas permanecen encarcelados por ejercer su profesión responsablemente en pleno siglo XXI. Con alarmante frecuencia los asesinatos de periodistas permanecen impunes (a nivel mundial 9 de cada 10 en la última década, unos 895 contabilizados por UNESCO en un reciente reporte), siendo este un mensaje intencional muy tenebroso. Evidentemente muchos gobernantes no comparten la valoración de Jefferson y Weber, o sencillamente son malévolos y permiten la impunidad haciéndose  cómplices de los crímenes contra los periodistas, “los enemigos del pueblo”.

Reinterpretando a Jefferson a la luz de recientes acontecimientos en diversos escenarios del mundo, nos atrevemos a sentenciar que cuando los gobiernos temen a la prensa, hay libertad; cuando los periodistas callan, hay tiranía. Cuando no valoramos y reconocemos públicamente la labor de nuestros periodistas y no defendemos proactivamente su derecho a indagar, aun cuando sea irritante, y a no ser censurados previamente,  entonces somos cómplices del Estado y los poderes fácticos en hacer callar a los periodistas.

No defender la libertad de prensa y a los profesionales que ejercen la responsabilidad que conlleva el periodismo es igual a someterse a la tiranía.