Es arrolladora la presencia de los poetas y académicos en el mundo virtual. Son una fuerza invasora de las redes sociales similar a la de los aventureros de los mares en busca de nuevos mundos en los siglos posteriores a la invención, precisamente en China, de la brújula orientadora de un norte que muchos, a causa de una aterradora pandemia, han perdido ya.
Parecería que los creadores de ficción literaria han encontrado, en medio de la vorágine viral que ha puesto de rodillas al mundo real, el modo idóneo de expresarse, de contar sus angustias, de librar la urgente batalla contra el estrés y la desesperanza con que esa pandemia producida por un invisible y letal enemigo despiadadamente nos ataca: un virus cuya existencia solo podemos percibir a través de la muerte.
Esa aplastante y masiva presencia de los poetas en el mundo virtual es como un snob casi farandulero, como una huida angustiante. Se escribe de prisa y sin revisar en frío los textos: se lee poesía de aceptable calidad, pero en la mayoría de los casos también fallidos intentos de poesía. Como en el mundo real, en el virtual ocurre de todo, pero es más visible por el poder de difusión que ese mundo tan impersonal posee y ofrece. Me resisto a ello a pesar de que mi presencia en las redes sociales, de larga data, es constante, diaria, por haber asumido a conciencia el rol de divulgador cultural, de comunicador literario a través de la plataforma virtual de mayor uso universal (Facebook), actividad que desarrollaba, en el mundo real, desde los años 80, a través de los desaparecidos suplementos culturales que tan dramático vacío han dejado en el mundo cultural: Aquí Cultural del periódico La Noticia, Coloquio del periódico El Siglo, Biblioteca del periódico Listín Diario e Isla Abierta del periódico Hoy.
De todos esos legendarios medios fui colaborador. Aunque no dejo de admitir que la aparición de las redes sociales ha aminorado significativamente la nostalgia que aun produce en mí el cierre de esos espacios periodístico-culturales que, en un futuro, al reescribirse la historia de la cultura dominicana, habrán de merecer, para su justa valoración, un capítulo aparte. ¡Cómo sustituir por la video-lectura la emoción sentida por la lectura real de un poema de Franklin Mieses Burgos o de Pedro Mir hojeando las páginas de un suplemento, tocando el papel! Leer en el mundo real es una experiencia memorable.
¡Tened cuidado, poetas! Tanto entusiasmo por ese mundo volátil e impersonal que es el mundo virtual, frío y distante, podría convertirse en otro virus más, aliado quizá del SARS-COVID-19. Podríamos ver perdida parte de nuestra esencial humanidad con el exceso de distanciamiento social, con la reducción desesperada y exagerada del contacto humano. Tocarnos los puños o las rodillas no produce contagio alguno; leer poesía en un amplio salón o en la Plaza de la Catedral de la zona colonial, guardando prudente distancia, tampoco lo produce contagio. Y sí pondría de nuevo en contacto directo, real, las miradas de los poetas —atravesadas por el fuego de la emoción poética— con ese público que no visita el mundo virtual porque la crisis existencial creada por el virus lo aleja, por lógicas razones, de las plataformas virtuales a las que vienen apelando los poetas para leerse sus textos entre sí.
Así como el común de la gente, con el sentido común que el vivir con sensatez y realismo exigen, va a los supermercados, a las farmacias y a los negocios de expendio de alimentos cosidos, debidamente guardando el protocolo sanitario preventivo, asimismo los poetas deberían ir saliendo de ese mundo virtual y ocupar plazas, trenes y otros espacios como El Conde, el Parque Independencia, y verso a verso combatir el virus, ayudando a la gente de a pie a no perder la esperanza porque los poetas están ahí, son reales, y por ellos existe la poesía, la luz de la esperanza.
Poetas, no olviden ustedes esta pasmosa realidad «[…] las redes sociales no son su segundo hogar, sino un espacio dispuesto “gratuitamente” por mega-corporaciones privadas, a cambio de que usted se deje diseccionar en partes comercialmente rentables. No las rige el altruismo de unos seres que quieren iluminar a la humanidad conectándola, como podríamos pensar, sino inmensas corporaciones como Facebook, Google, Twitter, que hacen oro a partir de manejar datos y manipular la forma en que las personas construyen sus identidades». Así lo ha planteado el psicólogo gestaltista Sebastián Restrepo en su interesante artículo titulado «¿Mundo virtual Vs. Mundo real?», publicado en el periódico El Espectador Digital del jueves 17 de diciembre del año que agoniza.
¡Comiencen a salir del mundo virtual así sea paulatinamente! ¡Recuperen el mundo real! ¡Arrebátenselo al COVID-19 de modo inteligente, sin pánico, con cautela! No hay mejor arma que la poesía para lograrlo. Cabe recordar el emblemático título de un poema célebre del poeta español Gabriel Celaya (1911-1991), que más que un título es como una declaración de guerra desde la trinchera de la poesía: «La poesía es un arma cargada de futuro», poema puesto en poder del pueblo, convertido en canción, en la voz del legendario cantautor, también español, Paco Ibáñez. He aquí el poema, parecido al grito del soldado en la batalla:
La poesia es un arma cargada de futuro
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
más se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Gabriel Celaya (1911-1991)