¡Amo tanto mi lengua! Esa que los conquistadores nos legaron a cambio del oro y la barbarie que aniquiló a nuestros ancestros taínos, a nuestros hermanos en el infortunio: a los negros africanos. Y visita mi memoria el inmenso Pablo Neruda, el Premio Nobel de Literatura que «murió de Chile», el de Confieso que he vivido. Memorias (1974):

«Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras».

Sí, amo tanto mi heredado idioma que a veces juego con algunas de sus palabras, escogidas al azar, extraídas de su grandioso manantial de vocablos, rico en sinónimos y antónimos. En este instante ―en que el canto matinal de pajarillos acaricia mis oídos― pienso en una de ellas: «convergencia». Pensé en ella al ver cómo las tortolitas se agrupaban en el patio tras el arroz que de mi mano diestra volaba hacia ellas impulsado por mi alegría de verlas reunidas, alimentándose en armonía. ¡Convergían como hermanadas!

¡Convergencia! Ahondé más en el origen de esa palabra, en sus raíces lingüísticas: procede del latín, de la palabra convergens-convergenti», es decir, se refiere al acto de converger, verbo regular de múltiples significados: «Coincidir en la misma posición ante algo controvertido», es uno de ellos, conforme al Diccionario de la Lengua Española. Lo controvertido podría ser de naturaleza política, social, económica o cultural. Siempre en el plano de las ideas.

Y pensé luego en la necesidad de una convergencia cultural en mi país, en el que tan atomizadas están las ideas en torno al futuro de la nación dominicana en ese plano tan esencial para el desarrollo de una sociedad basada en valores: el plano cultural.

Sentarse en la misma mesa todos los actores culturales y dialogar sobre la importancia de una convergencia cultural, ¿sería posible? ¿Acaso serán más sensatas aquellas tortolitas que en armonía, sin herirse con sus alas, se alimentaban en el patio? Quizá mi idealismo hostosiano me arrastre a pensar que sí es posible si comenzamos a pensar en plural.