Entre 1982 y 1986 fue el período de mayores posibilidades, desde los años entre 1965 hasta el 74, para el desarrollo de la Izquierda como fuerza política. Disponía de muchos dirigentes con experiencia; con amplios vínculos de masas, y todavía no se había instalado el mercado de conciencia al nivel de hoy, ni los antivalores prohijados por las políticas neoliberales habían desarrollado tanto.
Un poquito de buen juicio permitía un pacto de Izquierda para el desarrollo político de esta como fuerza de poder.
Pero como siempre, algo se interpuso para evitarlo. Esta vez, entre otros, fue el planteamiento de un sector que se movía entre dos pilares: por una parte, el programa de la izquierda debía ser “socialista” y por la otra, la “diferenciación” con el resto de la Izquierda como tarea esencial.
Así fue. Y así pasó.
En esa discusión se esfumó la posibilidad de un gran pacto de Izquierda. Y con el tiempo la posición “socialista” se esfumó como expresión orgánica sin dejar rastros autocríticos; aunque pervivió el talante y la privanza de sus portadores, algunos de los cuales prefirieron dedicarse a otra cosa, y no admitir otra opción diferente a la que habían imaginado.
Cuando se ve desde hoy, se puede concluir que el programa del resto de la Izquierda, que igual tenía la perspectiva del socialismo, era más radical que el proclamado “socialista”; pero consideraba básico para avanzar hacia aquel la adopción de un Programa Mínimo con el que se pusiera fin al dominio oligárquico imperialista.
Hoy nos encontramos con una nueva versión de aquella conducta que, asida a una figura que aparece refrescante ante una gran parte de la sociedad, reincide en aquel particularismo.
En esta versión se observa que además de no asumir lo que es la tarea esencial del momento, se insiste en el discurso de enunciados generales con los que se dice que van más allá de los propósitos de la Convergencia.
Pero, si se comparan estas propuestas con las de la Convergencia, se destaca que las de la Convergencia van más allá de enunciados generales, y expresan una perspectiva de mover el país en el sentido de la renovación.
La experiencia enseña que todavía se muestre que el programa de la Convergencia va más allá de hacer enunciados generales, aparecerán otros “peros” como excusa para no hacer parte, sin “reburujarse” claro está, de la corriente del cambio que crece en el país, que es la cuestión principal ante la que hay que tomar definición.
Si la oposición va dividida a las elecciones, se impone el Continuismo, y no hay cambio de rumbo.
La disyuntiva es Convergencia o Continuismo. Y en ese contexto lo juicioso es hacer la diligencia para calificar el programa de gobierno de la unidad opositora para el cambio de rumbo, y constituirnos en fuerza de presión vigilante para que se cumpla.
Desde luego que es importante que cada sector político se preocupe en afirmar su lugar y contornos; crecer, hacer fuerza de poder, incluso la fuerza de poder. Esto es justo y necesario. Siempre será importante hacer eso y nadie debe regatear ese derecho, ni ningún sector permitir que se le regatee.
Pero hay que saber determinar las situaciones políticas en la que una particularidad, sobre todo si ya tiene personalidad establecida, debe corresponder a una realidad sentida y arrimar hombros a otras para superar un momento político crucial, como es el que vive el país con el dominio de un solo partido que pretende perpetuarse como mínimo hasta el 2044.
Debo decir de una manera clara y tajante para que nadie se confunda, que en cualquier caso de lo que se trata en esta coyuntura es de pactar un programa de reformas para un gobierno de cuatro años, que tendrá mucho de ser un “gobierno de transición”. Es un programa de mínimos, dadas las circunstancias. No es un programa revolucionario como el que me gustaría como comunista y revolucionario que no transa sus ideas estratégicas por nada ni ante nadie.
Además, es ley de la política, que cualquier programa es una intención que podrá ser llevada a la práctica en toda su amplitud o en partes, más rápido o más lento, en función de las circunstancias de fuerzas nacionales e internacionales con las que se encuentre. Lo sabe gente con décadas de militancia política.
¿Que las palabras pactadas pueden irse al mar? ¿Qué los concernidos principales para el posible pacto no son gente de fiar? Ese es un peligro siempre, incluso dentro de la izquierda y el progresismo.
Es posible. Pero de ese peligro me gustaría ver que “tire la primera piedra quien esté libre de culpas” en esto de incumplir con la palabra empeñada.
Sobre ese peligro solo se puede esperar que la fortaleza y voluntad de denuncia y enfrentamiento de los alternativos que califiquen el programa y el compromiso de gobierno sirva para disuadir en favor del cumplimiento de lo pactado. A menos que seamos gente sin carácter.
Si se quiere, se puede.
Los jóvenes deben reflexionar a profundidad estas cuestiones. Para aprender de la historia y observar cómo hay prácticas constantes en su contenido, aunque con formatos distintos según las circunstancias.