“La política no es una especulación; es una Ciencia más pura y la más digna, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias nobles.” – Juan Pablo Duarte

Apostar a elevar la formación docente a un nuevo nivel de excelencia como un eje estratégico para crear mejores oportunidades educativas para nuestros niños y jóvenes es una decisión profundamente política.

No nos referimos a la política partidaria, sino a la alta política del Estado dominicano, resultante de la voluntad social que tardó años en forjarse, aunque un partido hábilmente se atribuya el mérito de ese logro para fines de su proselitismo partidista, como es usual hacer para promoverse.

Cuidado con caer en la trampa de adversar la política educativa de una exigente formación docente por ésta haber cuajado e iniciarse su entusiasta ejecución durante el periodo de gobierno del hoy partido opositor, con su manifiesto apoyo, pues sería igual a desobedecer el mandato por ley y consenso social de invertir el 4% del PIB para la educación básica por el mismo alegato, cuando todavía recordamos las marchas de las sombrillas amarillas.

Necesitamos educadores de excelencia, no para militar en uno u otro partido, sino para mejor guiar a los niños y adolescentes en el desarrollo de las competencias que necesitan para la vida y para ser mejores ciudadanos. La política de formar educadores de excelencia es una política-nación, no solo una política-partido. Sobre todo, cuidado con bajar las expectativas que tenemos de los futuros maestros y las altas exigencias que venimos haciendo a los estudiantes de educación desde la promulgación de la Normativa para la Formación Docente de Calidad # 09-2015 del MEESCyT. Podemos y debemos perfeccionar la política de formación docente inicial, mejorando continuamente los programas universitarios y apoyando a los prospectos que se esfuerzan por formarse para ser maestros, pero sin diluir su esencia: la excelencia educativa.

Una fuerte exigencia que todos podemos entender sin necesidad de ser educadores es que el estudiante debe serlo a tiempo completo: es un programa de estudios que exige dedicación exclusiva a los estudios profesionales y las prácticas docentes supervisadas durante cuatro años, sin distracciones laborales. Antes de la normativa 09-2015, la mayoría de los programas de formación docente eran sabatinos. Con los nuevos programas, no hay posibilidad de trabajar ni chiripear, como es costumbre en nuestro país en prácticamente todas las carreras, con pocas excepciones. Los estudiantes de educación son becados al 100% y reciben un estipendio para gastos de transporte y misceláneos; a cambio deben dedicarse exclusivamente a cumplir con el exigente programa de estudios a tiempo completo.

No hay dudas de que no poder trabajar significa un fuerte sacrificio económico para muchas familias durante cuatro años. ¿Podemos flexibilizar esta exigencia en aras de facilitar el ingreso de más jóvenes al programa? Absolutamente no, porque en ningún país con un sistema de educación de alto desempeño los maestros se forman inicialmente en su tiempo libre mientras trabajan. Tenemos que buscar la manera de apoyar a los bachilleres que reúnen las condiciones de aptitud y competencias para ser maestros, pero que requieren de mayor ayuda económica para poder dedicarse exclusivamente a formarse profesionalmente. Si se identifican estudiantes talentosos que no pueden estudiar con este requisito de dedicación exclusiva por razones económicas, debemos apoyar a sus familias económicamente, no eliminar esta exigencia que es consustancial con una óptima formación profesional como docente. Nunca debemos bajar la vara, sino apoyar a los estudiantes para superarla a la altura desafiante, pero alcanzable que se requiere para lograr la excelencia.

Otra medida que descarta a muchos aspirantes a estudiar educación son las dos pruebas estandarizadas utilizadas para evaluar la aptitud y las competencias mínimas para cursar el demandante programa de estudios y dedicarse a la docencia en cualquier nivel de la educación preuniversitaria. La normativa 09-2015 del MEESCyT especifica el uso de su propia “Prueba de Orientación y Medición Académica (POMA)” como la primera evaluación estandarizada, indicando el segundo instrumento evaluativo solo como: una prueba estandarizada reconocida internacionalmente en procesos de selección de estudiantes para ingresar a estudios a nivel superior, validadas para su aplicación a nivel nacional. Se viene utilizando la “Prueba de Aptitud Académica (PAA) del College Board” como segundo cedazo.

Según el informe del IDEC, apenas el 10% de los bachilleres logra aprobar el requisito de las dos pruebas, poniendo en evidencia la mala calidad de la educación preuniversitaria que nuestros jóvenes han recibido, y destacando la urgencia de romper el círculo vicioso de maestros de bajo desempeño educando a estudiantes que en su mayoría a su vez reproducirán el mismo patrón. Muchos de los aspirantes que superan la PAA lo hacen después de un primer intento infructuoso, con el apoyo de un cuatrimestre de “nivelación”, demostrando que tienen la capacidad, pero no han tenido adecuadas oportunidades de aprendizaje. La solución no es eliminar o bajar el nivel de exigencia de las pruebas, sino durante el bachillerato mejorar el desempeño académico de los futuros maestros con programas especiales, como hemos sugerido en varias ocasiones. No debemos bajar la vara cuando podemos preseleccionar a los mejores prospectos y mejorar las oportunidades de aprendizaje en el nivel preuniversitario, como hacen los equipos de béisbol de Grandes Ligas en las academias establecidas en nuestro país.

En mayo 2020, en el Informe de Sistematización de la Meta Presidencial Formación Docente de Excelencia en República Dominicana, se han planteado algunas sugerencias de cómo mejorar el componente de pruebas estandarizadas para la selección del estudiantado en los programas de formación docente, así como la reformulación de otros elementos de la política y los programas de formación de docentes de excelencia.

En diciembre próximo pasado, el MEESCyT ha anunciado que evalúa la Meta Presidencial de Formación Docente para la Excelencia, 2016-2020, al tiempo que ordenó a las universidades la suspensión de nuevas cohortes de estudiantes en programas bajo la normativa 09-2015, pendiente de los resultados de su evaluación programada para concluir en marzo 2021.

Esperamos que las nuevas autoridades consoliden sin demoras la esencia de esta importante política educativa del Estado dominicano, introduciendo las mejoras para fortalecer los programas de formación de docentes de excelencia que recién empiezan a dar frutos, según la opinión experta de nuestros formadores de formadores.

Ellos aprecian la positiva diferencia en la calidad de los aprendizajes de los alumnos en los programas bajo la normativa 09-2015, no solo con respecto a los estudiantes de educación de antes de la normativa 09-2015, sino incluso comparados a los estudiantes de otras carreras universitarias.

Apostar a la excelencia en la formación docente es una política de Estado, pura, noble y digna, no una especulación partidista.